Por Clyo Mendoza Conocí a José Emilio Pacheco cuando tenía quince años y él estaba a punto de ganar, claro yo no sabía, el premio Reina Sofía. Yo estaba entre los escritores más jóvenes convocados a celebrar ese año a José Emilio en el festival Hacedores de palabras, que organiza el escritor oaxaqueño Julio Ramírez. Recuerdo que Pacheco tenía alrededor de él a decenas de escritores y curiosos tomándole fotos y preguntándole cosas, mientras, yo comía en la mesa más alejada al homenajeado. De pronto, alguien fue hasta mi lugar y me dijo: “alguien le habló de ti al maestro y quiere que lo acompañes a su mesa”. Minutos más tarde estaba sentada en un balcón acompañando a José Emilio en la tarea de observar a los paseantes. Hablamos mucho y, sin embargo, hablamos poco sobre sus libros. Apenas y alcancé, con mi escaso bagaje de quince años, a preguntarle por dos novelas y un libro de poesía que había leído de él. Yo le conté que el grupo de rock Café Tacvba había sacado una canción como tributo a su novela y él me contó que habían hecho una película de Las batallas en el desierto llamada Mariana, Mariana y que le había gustado. Dijo que el director, Alberto Isaac, había logrado rescatar dos de las premisas más simples y más potentes de la novela: el amor es universal y las ciudades tienen memoria. A Pacheco le interesaba, por supuesto, el contraste del hombre frente a su contexto social, geográfico y político. No le importaba sólo en su relación de correspondencia, sino en la paradoja del sujeto mortal en ciudades brutalmente cambiantes, pero perennes. Esa premisa profundamente nostálgica está arraigada en la obra de Pacheco y eso fue lo que más pudo haberle importado a la hora de la adaptación cinematográfica. Al final de su libro Las batallas en el desierto, Carlitos, el narrador de la novela, piensa en Mariana: la joven y bella mujer (interpretada por Elizabeth Aguilar) de la que se enamora siendo niño y que en su presente tendría sesenta años. Mariana funge como el símbolo de la modernidad imponiéndose sobre el país, o bien, impactando en la imaginación del niño. La adaptación cinematográfica cumple con resaltar ese concepto abstracto que Mariana personifica, de ahí que por momentos perdamos de vista su individualidad en el filme. Acorde a esto, en la novela Mariana representa sólo una fantasía, una aspiración que termina por aparecer únicamente en melancólicas evocaciones. Si nos guiamos por esta propuesta, la relación que se establece entre los personajes de Las batallas en el desierto es una metáfora perfectamente bien construida sobre la situación social del país en los años 50's. La especificidad del cine logra, a partir de los códigos tecnológicos, enunciar perfectamente dicha metáfora. Isaac amplía la novela (cabe mencionar que la adaptación a guión corrió a cargo de Vicente Leñero) con una digresión en la que Carlitos recuerda su infancia luego del funeral de su padre. Isaac se vale de la iconicidad para apelar a nuestra experiencia y nuestra capacidad de asociación. La indumentaria, los muebles, inclusive los cortes de pelo y la clásica silueta de vidrio de las botellas de coca-cola, nos remontan inmediatamente a los años 50’s. Es fundamental para el director el uso de la iconicidad como principal código tecnológico para dar fuerza al discurso sobre un pasado reconocible pues, tal como resalta Pacheco en la novela, se está hablando sobre una época de gran impacto visual la llegada de los primeros autos producidos después de la guerra, la cara de Miguel Alemán en todas partes, "como Dios Padre", niños con poliomielitis con aparatos ortopédicos, el hongo atómico, los fusilamientos de reses por la fiebre aftosa, los extranjeros y la mendicidad. La intención de Pacheco por personificar inquietudes sociales también es muy clara en el guión que escribe para la película de Ripstein El castillo de la pureza, donde los nombres de los muchachos privados del mundo real son Utopía, Provenir y Voluntad. Como otros escritores del Medio Siglo, José Emilio Pacheco tuvo intenso contacto con el cine, sobre todo con el movimiento cinematográfico de la Nouvelle Vague o Nueva Ola francesa, inclusive, hay quien sostiene (léase a Edith Negrín) que su novela Morirás lejos tiene alusiones a la película de Fritz Lang: El vampiro de Düsseldorf. José Emilio estaba consciente de la configuración de la imagen fílmica. Ya desde antes de que Mariana Mariana saliera a la luz en 1987, José Emilio había establecido en su hilo discursivo una gran cantidad de alusiones al cine y una trabazón de elementos visuales. Recuerdo a José Emilio como uno de los escritores más humildes que haya conocido. Constantemente repetía que muchos de sus hallazgos eran meramente accidentales, y sin embargo, sus lectores sabemos que su gran sapiencia provenía del estudio profundo de muchas más artes que la literatura. No nos sorprende que haya incursionado en un medio tan complejo como el cine y que haya brillado también ahí, conmoviendo a su lector (también las películas son textos) con su profunda sutileza al tocar temas atroces como lo pueden ser la memoria y la llegada de un tiempo en el que no nos reconocemos.
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October 2020
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