Por Gustavo Ambrosio Las ruedas de prensa de una película son fundamentales. Son de cierta manera el primer esbozo REAL y sincero del proyecto en sí mismo. El tener ALGO para decir es fundamental no solo en la creación, sino en términos de conexión con el otro. La postura frente al mundo que te rodea puede ser cínica, hipócrita, desafiante, transgresora, conservadora, prejuiciosa, indiferente, militante, crítica, apasionada. Incluso ingenua. Todo, menos neutral. Estas posturas están construidas a partir de nuestro contexto, se definen por nuestra cultura, referencias, lecturas, instrucción, educación, tradiciones, religiones y experiencias familiares y/o personales. Cuando Michel Franco habló sobre su película expuso un punto de vista sincero y real. Para su mala suerte, esa “mirada” no le alcanza para tratar ambiciosamente un tema de corte político–social, porque parte desde el rincón del desconocimiento (con causa) y de una esfera que, a pesar del privilegio, parece pecar de una ignorancia plausible y acomodada. En este país donde se pregona la libertad de expresión como un valor conquistado (ajá) es digno de ver cómo el dinero y un premio en el Festival de Venecia validan un discurso básico y de una ingenuidad política que, a estas alturas, resulta penosa. Adiós a la escuela de Austria Vamos a lo positivo y formal de la película. Primero: Michel Franco, enhorabuena de su desarrollo profesional, abandonó los intentos cinematográficos de emular a Michel Haneke y la escuela de Austria, para concentrarse en jugar con la cámara. Se nota una evolución en su lenguaje. La ruptura del realismo lo empujó a experimentar algo más que un encuadre fijo. Segundo: Lisa Owen se roba la película en sus escasos minutos en pantalla. Reporta una tensión y transmite un conflicto plausible. Su actuación está bien acompañada de Mónica del Carmen, Naian Norvind y Fernando Cuautle que resuelven con actuaciones que buscan matices para evolucionar emocionalmente a los personajes, a pesar de que se nota una desarrollo famélico de los mismos en el guión. Tercero: Los primeros 25 minutos de la película tienen una progresión de la tensión bien elaborada a partir de elementos clave. El grifo. El dinero. El helicóptero. Los rumores del aeropuerto bloqueado. Una invitada agredida. Señales de que esa burbuja privilegiada que es una boda en medio de un conflicto social va a estallar en cualquier momento. Y justamente cuando estalla la burbuja, la película se cae; igual que los muebles lanzados por los manifestantes desde las ventanas de la casa en el Pedregal. Casi un simbolismo. El tremendismo Rota la esfera dorada de la boda, los fragmentos que quedan se esparcen por el guion para darle a la narrativa efectismos de toque “tremendista” para terminar de sepultar cualquier coherencia diegética o de personajes. Pónganle más violaciones, más cristales rotos y más balazos, en lugar de solucionar huecos narrativos, como por qué la novia tarda horas en recordar que tenia una boda y en preocuparse por su familia, o la flotante subtrama de la ex trabajadora de la familia adinerada moribunda. El tremendismo raya en la parodia de un caos por una crisis social y se atreve a intentar provocar choques emocionales para darnos una empatía por los personajes que, de entrada, nunca existe de manera orgánica. El aplanado de los protagonistas es tal que parecen siluetas ejecutando acciones en pro de los efectismos violentos de la película. Así, mientras en el arranque, nos intenta vender a una Marian caritativa y unos trabajadores fieles a sus patrones (Del Carmen y Cuatle),conforme avanza el metraje, los personajes quedan atrapados en escenas de abusos físicos, sexuales y de poder que los difuminan a tal grado que el final que tienen genera más incredulidad que incomodidad. Son víctimas puras, al mero estilo de melodrama tosco. A eso le sumamos un intento de ironías y contrapuntos. Ejemplo, la suegra de Marian, que terminan por darle un toque de risa involuntaria, o el momento de una “liberación” que causa alegría y después llanto entre los secuestrados. Una distopía necesita un back narrativo congruente, para sostenerlo como tal y no solo porque la sinopsis o la mercadotecnia la venden así. Tal como le ocurrió a Cómprame un revolver (Hernández Cordón, 2018), la distopía de Franco parece una idea de “what if”, que rompe con sus propias reglas y que, además, da por hecho ideas- conceptos que como están puestos parecen más ocurrencias que otra cosa. Toda película es un discurso Mienten los directores que señalan que no tienen “posturas” o que “no dan discursos”. Ni siquiera el documental es objetivo. Toda creación es un discurso. Y todo discurso se construye, sobre todo el cine que pasa por tres procesos narrativos (guion-filmación-edición),con base en nuestra forma de ver el mundo, y a veces de forma inconsciente, o asumida, nuestro capital cultural (ojo todo lo que engloba) sale a flote, incluso con un clasismo y racismo, que, en el mejor de los casos y por el contenido del filme, el propio Franco parece ignorar que existan en él. En este sentido, el director de Después de Lucía, busca una conciliación de los de arriba con los de abajo. Ondea bandera pacifista para culpar de la violencia, no al sistema en sí, sino a los militares (¿?) y a los corruptos (en menor medida porque varios de ellos son sus protagonistas y después los vuelve víctimas) en un intento de mea culpa soslayada. Esta “inocencia” política atenta también contra el universo diegético fabricado para la historia. ¿Por qué si los militares obtienen el poder tienen la necesidad de secuestrar gente rica para sacarles dinero? ¿Por qué no simplemente instauran un verdadero nuevo orden y les quitan todo?¿Los protagonistas son tan ingenuos como el guionista, que no se dan cuenta quién detenta el poder? ¿Los militares solo buscan la maldad pura o cómo? Tal vez Franco ignore, tal vez no, cómo se han realizado los golpes de Estado en América Latina, o cómo fue el VERDADERO proceso de las revoluciones rusa, francesa o la mexicana (en todos los casos la burguesía, liberal o reaccionaria, impulsó las gestas) y por ello su dibujo acéfalo se limita a casi un juego de malos y víctimas. En este tenor, es de resaltar la forma en que se retrata a los movimientos sociales mexicanos, todos englobados en color verde, como solo una masa que roba, sin causas de lucha y que le gusta violentar hasta una pobre tienda Louis Vuitton. Puede servir como un documento audiovisual fehaciente de la idiosincrasia de la clase alta mexicana hacia estos grupos. Hay escenas que por momentos podrían titular la película como “Cuando los morenos atacan”. Y es que el intento pacifista – conciliador del director se redondea con un racismo que intenta subsanarse al final con muertes en ambos lados del casting cromático por niveles de melanina. Esto, termina por aderezar Nuevo orden como un documento invaluable de esa impenetrable forma de pensar que duerme en las zonas privilegiadas, y no tanto, del país. Aunque alguien debería contarles que en los barrios de Pantitlán y Avenida Zaragoza, uno de los escenarios de la película, también hay personas blancas y que Carlos Slim no es precisamente de piel lechosa. En fin, el discurso indulgente cree que un nuevo orden implica que el Ejército y los corruptos (ayudados por los morenos asaltantes vestidos de luchadores sociales) cometan abusos terribles contra todos… Contra los ricos que roban, pero poquito; que maltratan a sus trabajadores, pero que a veces les prestan dinero para el hospital, y que se drogan sin problema, pero que se horrorizan por la violencia. Pero también contra los trabajadores morenos, buenos, leales a sus patrones, que les consiguen drogas y que rechazan todo lo que implique un cambio de su realidad. Una reflexión NECESARIA. Más que una ”hipérbole de trazos finos” como diría la muy respetable Fernanda Solórzano, yo diría que es un melodrama dibujado con la ingenuidad de un niño que intenta ponerse serio copiando una realidad que apenas y reconoce.
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October 2020
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