Por Carlos Tello de Meneses Homenaje al director de El Laberinto del Fauno, diatriba contra las películas contemplativas y elogio sobre el películas de género. Esos son los componentes del siguiente texto, polémico, apasionado, que repasa la trayectoria de una de las figuras del cine mexicano actual.Se dice que un autor sólo hace una obra durante toda su vida. Una sola película, una sola novela, una sola canción en la que todas sus partes comparten los mismos temas, las mismas inquietudes. A veces son claras, transparentes, como en el cine del Indio Fernández y otra veces más enigmáticos y que requieren un análisis más profundo para ser discernidos, como en el cine de Buñuel o el de Hitchcock. Uno de los autores cuyos temas van de lo transparente a lo enigmático es Guillermo del Toro. La pérdida de la inocencia, el exorcismo del pasado y la búsqueda de la identidad. Esos temas permean su obra. Un demonio que reniega de su origen; un ejército hecho de engranes dorados forjados por un duende; unos fantasmas que no saben que lo son, y una niña que descubre que es una princesa. Todas esas historias nacen de una misma inquietud. Guillermo del Toro pertenece a la estirpe de autores, como George R.R. Martin, Peter Jackson, Terry Pratchett y Neil Gaiman, que usan la fantasía como espejo de la realidad, exorcizando demonios personales y sublimando obsesiones para hablar de temas que van más allá de la simple lucha entre el bien y mal, presente en el género clásico. Ellos se mueven en los grises, en los claroscuros y en la complejidad emocional. El director de Cronos también parte de esa corriente autoral que no reniega de las influencias, tanto fantásticas como de otro tipo, que definieron y nutrieron su escritura desde la infancia. Del Toro, al igual que cineastas como Tarantino, no sólo no reniegan de ellas sino que las abraza y homenajea constantemente. Del Toro representa, también, uno de esos elementos que le falta a gritos al cine mexicano: imaginación. El cine mexicano actual es bipolar: por un lado están películas frívolas y vacías; por el otro, las demasiado intelectuales. No hay un punto medio. Hay mucha creatividad, pero no hay imaginación. ¿A qué me refiero con esto? Piensen en las que se consideran las mejores películas mexicanas de los últimos años. ¿Cuántas de ellas se salen del molde del realismo social/pornomiseria/denuncia? ¿Cuántas de ellas son del llamado cine de género? La imaginación es ver lo imposible, lo irreal. La creatividad es usar esa imaginación para desatar el potencial de las ideas existentes para poder proponer otras nuevas. La innovación es tomar sistemas e ideas existentes y mejorarlas. En México sobra la creatividad, es uno de nuestro más grandes atributos como comunidad artística; no obstante, la falta de imaginación ha sido un lastre para el cine nacional por décadas. Las mismas historias, contadas del mismo modo. No sería un problema tan grave si hubiera algún otro tipo de oferta, pero no la hay. Pocos cineastas, en nuestro panorama actual, intentan generar y desarrollar historias de otro tipo que no sean o las películas que los europeos quieren ver en festivales sobre lo que creen que es México o las numerosas comedias insulsas que llegan constantemente a la cartelera mexicana.
Las limitaciones y realidades del cine nacional han ocasionado que este tipo de cine (fantástico, imaginativo) se vuelva una paria. “No hay dinero, no hay manera”, es el mantra de algunos productores. Entonces no sorprende que un cineasta como Del Toro haya tenido que desarrollar la mayoría de su obra fuera del país. Incluso su Ópera Prima, Cronos, a pesar de que se hizo en México fue casi ignorada por su público y crítica (sólo reevaluada tras el éxito del realizador en el extranjero) y en la que Del Toro tuvo que hipotecar su casa para completarla. Por esto (desde su cortometraje Geometría), Del Toro ha hecho un ejercicio consciente y constante de distanciarse de sus colegas y maestros en el panorama cinematográfico nacional. Mientras Iñárritu y Cuarón hacían películas como Birdman y Gravity, Del Toro hacía Pacific Rim. Una película que de no haber sido hecha por él hubiera sido ignorada por la mayoría de la élite intelectual por su premisa tan apabullantemente desacomplejada. Robots vs Monstruos. Punto. Así de simple, así de sencillo. Y aunque no es su mejor película y no indaga tan profundamente en los temas que le interesan como en otras de sus obras, nadie puede decir que no es una película tan, o incluso más, personal para él como Birdman para Iñárritu o Gravity para Cuarón. Esa imaginación desbordada con la que empapa todas y cada una de sus películas es una de las características más notables y admirables de Del Toro. Hacer el tipo de cine que hace, de la forma en que lo hace, requiere una especie particular de valor y de honestidad personal y emocional que varios cineastas mexicanos son muchas veces incapaces de hacer, ya sea por el contexto actual del cine nacional o por una maledicencia cultural hacia este tipo de cine (que yo llamaría el de imaginación desbordada). ¿Por qué no se puede contar una historia honesta, compleja e informada sobre los problemas nacionales como el del narco a través de zombies? ¿O sobre la apabullante desigualdad económica entre las clases sociales a través de vampiros? Del Toro, al inicio de su carrera, probó que estas limitantes, tanto narrativas como económicas, eran un lugar idóneo para esa creatividad aparentemente inagotable del mexicano. El cine independiente americano, y de otras naciones, han demostrado que muchas de las mejores ofertas del cine de género nacen de las limitaciones. Tenemos inteligencia, tenemos creatividad. Incluso la imaginación también está ahí. Sólo hace falta desbordarla.
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October 2020
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