Por Rafael Martínez García El mundo es lo que nos han dicho de él. Lo que nos han contado nuestros padres, nuestros amigos, las personas de los lugares que visitamos, los libros que leemos, la televisión que vemos y los espacios de internet en los que nos perdemos por horas. Aunque pensamos conocer el mundo, la verdad es que no, que a nadie nunca le será posible conocerlo realmente. El mundo es lo mucho o poco que sabemos y conocemos de él, y nada más. En el mejor de los casos, cada quién conoce su propio mundo y, por tanto, “el mundo” son al final muchos mundos. En ese sentido, nuestra situación no es tan diferente a la de Jack, el niño protagonista de Room (La habitación). Para él, el mundo es esa habitación en la que vive con su madre y lo que le han dicho sobre ella. Después de esas cuatro paredes, tan cercanas una de la otra, no hay nada más. La habitación, después el espacio exterior y luego los planetas de la televisión. Jack cree que su madre y él son los únicos seres vivos, las únicas personas reales y con rostro que existen. El tercer personaje que a veces se aparece por ahí para llevarles comida o ropa, no es para él más que una idea, no sabe si se trata de otro humano porque no lo ha visto a la cara (su madre no se lo permite). La madre de Jack (magnífica Brie Larson) decidió presentarle a su hijo un mundo pequeño y amable porque piensa que es lo mejor para él. Porque la verdad de su condición no le haría nada bien a un niño inocente. Hay que proteger, por sobre todas las cosas, esa inocencia. Esa pureza que a ella le fue arrebatada hace años y que la ha sumergido en un lugar horrible y oscuro del que ya nunca podrá salir (un lugar emocional, no físico). Pero este bonito espejismo que han construido juntos por años no durará para siempre, y es justo cuando Jack cumple los cinco años que su madre encuentra en él una posibilidad de salir. Por eso cambia de un momento a otro las reglas del juego. Lo cruel es que esto no es ningún juego para Jack, ésta es su vida. Ahora le cuenta que hay todo un mundo afuera con muchas más personas como ellos, justo del otro lado de la pared, porque “todo tiene dos lados”. Pero Jack no quiere creer en este nuevo mundo, no le gusta, y se lo deja muy claro a su madre. La llama “mentirosa” cuando por primera vez le dice la verdad. ¿Es demasiado tarde? El guión de esta película, autoría de Emma Donoghue (adaptación de su propia novela), es una verdadera maravilla. Logra ser efectivo en muchos aspectos: en la forma de retratar un tema, de construir personajes fascinantes y de presentar un montón de momentos con enorme fuerza dramática. Esta historia nunca camina hacia los lugares fáciles, al contrario, los evita todo el tiempo. Siempre lleva las situaciones y a los personajes a los terrenos más complicados, en donde tienen por fuerza que accionar, que reaccionar. Y es que es ahí donde con más claridad podemos conocer a la gente: al borde del abismo. El triunfo absoluto del guión es su punto de vista, algo realmente complicado de lograr en la mayoría de los casos, y que de no haberse logrado aquí habría significado el fracaso de toda la película. La mirada de Jack es preponderante y poderosa, pero nunca cae en la cursilería (una salida fácil al tratarse del punto de vista de un niño). Podemos ver y sentir la fascinación que tiene Jack por el mundo (su mundo), pero a la vez reconocer toda su pobreza y sordidez. La curiosidad natural de un niño a esa edad es importantísima, su necesidad de saber de dónde viene todo, de que le respondan todos sus “¿por qué?” Si no viéramos las cosas como Jack, no lograríamos emocionarnos nunca, y esta película emociona como muy pocas otras. Las historias son importantes para conocer el mundo. Jack vive en “habitación” alimentándose de ellas, de las que su madre le cuenta o las que él mismo descubre en las páginas de una edición de “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”. Historias como la de Jack deberían ser importantes para nuestros mundos cuando las llegamos a conocer.
|
Archivo
October 2020
Categorías |