Por Gustavo Ambrosio Una mujer llega con su hija a las costas de la extravagante Nueva Zelanda. Va a casarse con un hacendado parco y silente que la toma por esposa, aun cuando ha dejado de hablar. En medio de las olas y la humedad, las teclas del piano sirven como palabras que salen una a una de las manos de una mujer que ha sido recluida a una jaula de aparente silencio. Hablar de El Piano de Jane Campion puede resultar un lugar común si abordamos el tema del cine llamado “hecho por mujeres”. Pero no hay mejor obra para hablar del tema que dicha producción de época donde la fuerza femenina se expresa más que en ningún otro filme hecho a la fecha. La cinta nos expone dos mundos mezclados y confrontados entre sí, uno que trata de abordar de todas las formas posibles, y uno, que como una pieza musical, no se atreve a expresarse si no son las manos correctas las que toquen el instrumento. Ada es el piano que los hombres, aferrados a las convenciones y al silencio puritano, buscan tocar. Pero mientras uno, apegado a la naturaleza y al mundo “maorí” encuentra en ella una belleza cercana a la de una diosa llegada del mar, el otro, el marido, busca que la sinfonía obedezca a los deseos y reglas impuestas por los hombres del siglo XIX. Campion se da la libertad de hacer una analogía con el cuento de Barba azul de Charles Perrault en esta película, donde la joven y rebelde Ada, quien vive con sus propias maneras y reglas ha aceptado un matrimonio pactado como una oportunidad, mientras que su esposo, lo toma como un regalo a una mujer desamparada, un acto bueno para un hombre que busca mitigar la soledad sorda a la que ha sido recluido por la sociedad que trata de representar. Un barba azul que no dudará en vengarse de cualquier desobediencia de una mujer “vulnerable”, rescatada del repudio social, del abandono por su caridad masculina. El Piano no es sólo una película para ver, con la hermosa fotografía de Stuart Dybugh, es para escuchar y sentir la música, la mujer hecha sinfonía, melodía y sonido. Una fuerza artística que va más allá de cualquier regla de comportamiento, clase o posición social. La mujer hecha cine, hecha música de la mano de Michael Nyman, con el rostro tenso de Holly Hunter, una narrativa casi poética de Campion. La mujer es una pieza de piano tocada en medio del silencio impuesto por la mordaza masculina. Aunque los dedos sean cortados, el sonido permanece en el aire.
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October 2020
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