Por Gustavo Ambrosio Dejemos de lado un poco el vendedor pleito Cannes contra Netflix para centrarnos en la nueva película fantástica y de ciencia ficción de Joon Ho- Bong (Snowpiercer). En nuestra era de paranoia hacia los procesos industriales que nos llevan los alimentos a nuestras casas, se ha cimentado el buen marketing que vende al grado de lo ridículo alimentos “orgánicos” (hasta agua orgánica, sea lo que eso signifique) y libres de hormonas, medicamentos, químicos o fertilizantes. La realidad es que en términos reales, nadie está libre de fomentar esa imparable forma de consumo. Yo mismo lo hago al escribir estas palabras desde una computadora que desde su armado causó un grave daño al planeta. El cineasta coreano regresa a la metáfora sencilla para criticar a la industria alimenticia y el mercado aliado con los medios de comunicación para atraer a las masas a consumir productos que entren en lo “políticamente correcto”. Así, Mija, la nieta de un granjero en Corea del Sur, busca evitar que Okja sea sacrificada, una cerda modificada genéticamente para ser redituable al ambiente y a la empresa que la creó. La trama de la película, en términos generales, es muy sencilla. La aventura de una niña que busca salvar a su mejor amigo animal de un maltrato seguro. Una historia tejida en torno a las reglas del género de aventura que hemos visto muchas veces, pero con el toque especial de Bong, en esa especie de farsa exaltada digna de un anime japonés que ya vimos en su genial Memories of a murder (2003). Como una película de género, y de farsa simbólica en todos sus aspectos, Okja es bastante cumplidora y se mueve sin grandes revelaciones o giros que demuestren el valor del filme más allá de lo meramente funcional. Aunque se debe aplaudir al director por una de las mejores secuencias de persecución con comicidad en el cine, donde logra ridiculizar tanto a héroes como a villanos. Igualmente, el trago agridulce del final nos recuerda que no hay nada que en estos tiempos podamos hacer para detener al dinero. Una escena que recuerda al holocausto es quizá lo más cercano a la ruptura de lo convencional en esta película que por momentos parece un filme de Disney. La película es una invitación a no comer carne procesada y a repensar la forma en que convivimos con los animales de los cuales obtenemos nuestro sustento; a plantearse un mecanismo de defensa contra la publicidad que empresas como la que encabeza Lucy Mirado (una extraordinaria Tilda Swinton) impulsa con ayuda de los medios de comunicación, resumidos en la locura estúpida e hipócrita del Doctor Johnny (alguien debió decirle a Gyllenhaal que hasta para la misma farsa está demasiado subido de tono). La construcción del grupo “terrorista” en pro de los animales (un gran acierto de casting) es una delicia crítica de principio a fin y que termina por dejar una lección terrible entre aquellos que buscan una rígida ética en la actualidad. Las buenas intenciones mueren en el matadero. Y quizá, en ese contraste, el personaje principal de esta historia, la pequeña Mija, parece traicionarse a sí misma, pero esto se redime con su triunfo, puesto que deja abierta una ventana a la esperanza en el espectador. En términos generales, Okja es un proyecto impecable, funcional. Una fábula moderna que busca convencer al público de voltear hacia la naturaleza y que le sonría sin necesidad de presumirlo en redes sociales o ante las cámaras. Entender a la naturaleza y quererla. Eso sí, lejano al trabajo que realizó en Snowpiercer, la “película incómoda” de Cannes resulta bastante predecible y sin astucias fílmicas o narrativas. Sin embargo, regresando al pleito empresarial, entiendo el miedo de las majors y los exhibidores. Netflix está entregando buenos proyectos, a la altura técnica y narrativa que ellos están perdiendo.
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October 2020
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