Por Gustavo Ambrosio Charles Dickens y Victor Hugo son el ejemplo claro de una literatura que busca captar las emociones de una clase social olvidada que trata de sobrevivir en medio del naciente monstruo capitalista y la promesa de un futuro mejor. Con sus respectivas distancias, Sean Baker es un heredero directo de una visión que podría rayar aparentemente en lo fársico o lo fantástico; una exageración casi decimonónica de estos dos escritores. Y es que a diferencia del retrato militante de las clases bajas del Free cinema británico o el polarizado cine mexicano que presenta caricaturas o pornografías de la pobreza, el cineasta estadunidense logra desarrollar a sus personajes desde los vicios que encubren emociones y heridas. Si la ciudad de las luces y las estrellas, Los Ángeles, sirvió de plataforma para su ópera prima filmada con iPhone, la irreverente Tangerine, acá la zona turística de Florida a la sombra de Disney World se convierte en escenario/escenografía de una miseria agazapada entre colores chillantes, albercas y libre mercado. Mientras en Tangerine acudimos a un juego de amor y amistad entre personajes que se enfrentan a una moralina absurda, una cultura machista y el producto- cuerpo resistiéndose a perder sus sentimientos, en The Florida Project nos trasladamos a una reflexión sobre los niños del neoliberalismo. Los hijos de aquellos que llegaron al paraíso prometido por el precapitalismo de las novelas de Dickens y Hugo. Un edén lleno de plástico, azúcar, celulares y drogas. Baker deja a sus personajes infantiles libres en toda la extensión de la palabra. Hacer y deshacer se convierte en parte de su rutina ante unos adultos que están más ocupados en pagar una semana de alquiler o ver de qué forma comer. No hay tiempo para una familia. La primera parte de la película resulta un tanto chocante y estridente al ver circo, maroma y teatro de los niños y su “lucha” contra el encargado del edificio (un excelente Williem Dafoe). Una especie de Don gato y su pandilla que se despoja poco a poco de su simpleza para avanzar hacia terrenos más duros sin perder nunca el hilo de humor negro, o más bien, completamente oscuro. A la mitad del largometraje los conflictos de los personajes se aparecen claros, el instinto de supervivencia a partir de la maternidad. Si Andrea Arnold buscara una prima muy parecida a su Fish Thank, seguramente encontraría en la película de Baker una familiar muy entrañable. Y es que Bria Vinaite y Brooklyn Prince, Halley y su hija Moonee respectivamente, imprimen una fuerza natural a sus personajes, un lazo estrecho de una madre y su hija que están resueltas a mantener la cabeza erguida, a saltarse las reglas, a vivir en el paraíso que las rechaza. Cuando la realidad producida por la fábrica de sueños de Disney las alcanza, su vida de verano termina. Las lágrimas brotan y los gritos tambalean a las protagonistas. Sobre todo a Moonee que trata de correr para que la realidad no la alcance y junto con una de sus amigas le da a la película uno de los finales más significativos de la historia contemporánea del cine. Una conclusión donde la fábrica del ratón Mickey se convierte en el refugio que al mismo tiempo les ha arruinado la existencia. Con una fotografía recargadísima de color, incluso más que en el filme previo de su autor, el mexicano Alexis Zabé (Lake Tahoe, Luz silenciosa) da en el clavo de la cromática de un paraíso artificial. Un paraíso Dickeniano en Florida. La verdadera cara del turismo, aquellos que viven detrás de los hoteles lujosos mientras los visitantes disfrutan el sol y la magia de la insulsa fantasía. Baker realiza una película de un tema contemporáneo con un tratamiento sumamente clásico que nos recuerda que detrás del paraíso turístico hay lágrimas que se derraman y personas que no saben qué comerán el día de mañana.
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October 2020
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