Por Karen Barrera Desde su creación, el amor ha sido motivo de estudios, investigaciones y análisis que van desde lo social hasta lo neuronal para entender por qué queremos como lo hacemos y a quién; si nos gusta el olor de su axila o el tamaño de sus caderas, si somos infieles por naturaleza, pero a la vez queremos que el otro sea sólo nuestro, si el amor únicamente dura tres años o hasta que la muerte nos separe. Annie Hall, seleccionada por el Sindicato de Guionistas de los Estados Unidos como el guión más divertido en la historia del cine, pone sobre la mesa el tema del amor; el para qué, con quién y cuándo de una manera hilarante y llena de drama surreal y realista como la vida misma pero, sobre todo, como el mismo romance. Woody Allen, amado por unos y odiado por otros, lo deja muy claro: en la vida, como en el amor, lo único seguro que se tiene es la muerte y por más que en cada experiencia se confirme dicha sentencia, seguimos en esa insensata búsqueda del amor del otro hasta que la naturaleza nos alcance. En una filosofía con tintes “schopenhaueristas”, Allen retrata en este filme la felicidad como mera ausencia de dolor y una experiencia un tanto negativa ya que, claro, no es para siempre. Mágicamente vemos en pantalla aquellos pensamientos tal cual dan tumbos de un lado a otro en nuestra cabeza mientras intentamos decir algo inteligente cuando charlamos con aquella persona a la que quizás queremos impresionar, sintiendo de pronto que nuestras palabras sólo están cavando la tumba de esa relación antes inclusive de que suceda. De esta manera quizás sucedió en el romance del escritor con la misma Diane Keaton, cuyo apellido real es Hall y se sabe que de cariño le dicen Annie, quien por cierto, al igual que nuestra protagonista, cantó en clubes nocturnos antes de ser actriz y, así, el comediante crea una película sobre su relación… pero no, no es un documental. De una manera bastante astuta, interactuando con extraños que caminan por la calle, caricaturizando a los personajes (literalmente) y dialogando con el espectador, Allen nos sitúa en las gracias y desgracias de las relaciones amorosas, nos sostiene para dejarnos caer, para hacernos sentir víctimas de nuestra propia naturaleza para, una vez ya en el suelo, darnos un aliento de esperanza al estilo La vida de Brian y conformarnos simplemente con cantar “Mira siempre el lado bueno de la vida” en lo que esperamos el final, el despliegue de créditos. Desde su invento, el amor y anhelo de vivir un romance tan único y especial como nadie nunca lo ha vivido, nos atrapa y seduce; nos vuelve locos, duros, agresivos, borrachos de cantina, mujeres con el vestido de novia bajo la ropa, o superiores intelectuales que no creen en el matrimonio. Es placentero, complejo, requiere de cuidados para evitar un paso en falso y caer en la adicción, que tal y como sucede con las drogas… arruina por completo toda la diversión. Disfrútalo, súfrelo y termínalo; ve películas, escribe alguna para, así, antes de los créditos, poder almorzar de nuevo juntos, recordar viejas épocas, ver algo de ti en la otra persona, considerarlo un triunfo personal y decir, honestamente, que conocer a Annie fue realmente divertido.
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October 2020
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