Por Karen Barrera Escribir puede ser lo más hermoso y lo más temible que puede pasarle a un ser humano. No sólo para quien, con sus manos, toca las teclas imaginando un sinfín de cosas, matando o dando vida a los propios demonios, creando las historias más increíbles productos de sueños y deseos reprimidos, que en la vida real quizá nunca nos atrevamos a realizar; sino, también, llega a ser alucinante para quien está dentro de la tan temida página en blanco: ¿saben?, en realidad, escribir es más lo segundo que lo primero. Y es que todos hemos estado en algún momento de nuestra vida ante aquel universo blanco. Sudamos la gota gorda y pensamos qué diablos escribir aunque uno crea que tiene tanto qué decir. Sentimos que somos los peores escritores del mundo, que nunca debieron dejarnos aquella tarea o que jamás se nos debió ocurrir prender la computadora o tomar la pluma. Esta odisea es la que experimenta Calvin en los primeros minutos de Ruby Sparks (Ruby, la chica de mis sueños), quien perdido en el vacío, el miedo y la autocompasión, no encuentra la historia, el personaje o si quiera las palabras para que su carrera de novelista no empiece a descender. Así, guiado por su terapeuta (porque si no estás loco mejor ni escribas) Calvin comienza a escribir sobre aquella chica que se ha manifestado en sus sueños como la promesa de un personaje fascinante. Una vez entregado (y con toda la inspiración en cada uno de sus poros), Ruby aparece un día en su casa, como una realidad, en una vida a la que, al parecer, Ruby está más que habituada, como su novia, su compañera, su hoja en blanco llena de vida. El romance, resultado de las propias palabras de Calvin, retrata la relación de amor-odio que cualquier escritor llega a tener con las letras. Éste, víctima de lo que relata y lo que no, se mete en un conflicto similar al de vivir un amorío, aunque… pensándolo bien, ¡peor! A pesar de que todos hemos pensado en la dulce tentación de tener la “pizarra en blanco” de nuestro ser amado, escribir sobre ella y hacer unos cuantos ajustes. Al momento, quién sabe si nos atreveríamos a trazar siquiera una rayita encima de ella, porque, aceptémoslo, esto de ser un Dios creador no es cosa sencilla y menos si se mezcla con el amor. Un tantito más de esto, mejor menos, mejor más; ni a Aristóteles mismo se le haría fácil conseguir el punto medio ideal, ¿por qué a Calvin sí? Con este incesto literario, Calvin comete el error de no dejar ser a su personaje, a Ruby, comienza a perderla con sus necedades de hacerla como él quiere que sea, en lugar de dejarla fluir conforme se va dando la misma historia, ¡ah con los escritores! Es entonces como Ruby se revela contra su no-existencia; el mismo miedo que acecha al chico de sus letras la invade a ella personaje, y ¿quién no lo haría?, lo hizo Harold Crick en Más extraño que la ficción, Augusto en Niebla, la novela de Miguel de Unamuno. Personajes que enfrentan a su creador, que lo retan, que reclaman como entes ya formados poder tomar la rienda de sus vidas; pero, si son tan sólo personajes, ¿en realidad están ellos tomando esa decisión? o ¿sigue siendo obra del autor? En fin, ser personaje no es fácil, y seguro más de uno lo ha experimentado, porque todo está basado en hechos reales, y, si por ahí, en las letras de algún cuento, novela, guión, canción, ensayo, poema, estado de Facebook o tuit se encuentran como protagonistas, créanme, seguramente lo son, pues cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia.
|
Archivo
October 2020
Categorías |