Por Karen Barrera Rosetta atraviesa los pasillos de una fábrica con ansiedad, la angustia que habita en su cabeza es reflejada en el movimiento de la cámara, se encuentra con gente que intenta detenerla y que ella esquiva con ferocidad; grita, patea, reclama, lucha como puede para conservar un empleo. Rosetta es sacada a la fuerza, negándole así la posibilidad de una vida mejor. La ganadora de la Palma de Oro en 1999, Rosetta, es una más de las obras de los hermanos Dardenne en donde las acciones más inaceptables e inimaginables de los personajes, resultan ser bastantes comprensibles y tan humanas como el respirar para sobrevivir. Un filme que traspasa las barreras del tiempo implementándose como un eterno presente que existe para constatar que nada cambia, nada mejora ni trasciende. Así, Rosetta, una chica de tan sólo 18 años vive la travesía de la búsqueda de trabajo, un camino en el cual su desesperación es la principal motivación de cada uno de sus actos, porque ella sólo quiere conseguir un trabajo, quizás con el propósito real de encontrar una razón para despertar cada mañana, de sentir que ocupa un lugar en el mundo, que pertenece a alguna parte. Porque en realidad el espectador no conoce nada más de Rosetta, la intuye, la conoce y la vive a través de su anhelo, de su madre adicta que resulta ser más un obstáculo que un apoyo, del administrador de la zona de campers donde vive y que abusa de su situación, del chico vendedor de waffles que parece ser una oportunidad de cambio en su vida; esa es Rosetta, la muchacha que en su necesidad de trabajar es capaz de destruir hasta el único vínculo sincero que podría llegar a tener sólo para conseguirlo. En este instinto animal que de pronto resulta ser más comprensible que cualquier acto humano, nuestra protagonista manifiesta su necesidad de ser, con una intriga fascinante que despierta en el público el deseo de entenderla, ayudarla, salvarla; sin tener idea de quién es exactamente, uno empata instintivamente con ella. Ya que, con esta maravillosa actuación que nos brinda Emilie Dequenne, Palma de Oro en Cannes a la Mejor actuación femenina, se refleja cómo esta necesidad de ingresos afecta en todos los aspectos de la vida de nuestro personaje. Rosetta necesita el dinero para vivir, Rosetta necesita el dinero incluso para morir. Rossetta necesita el dinero para constatar que existe, que existió.
Por Ricardo Avilés ¿Cómo se retrata una tragedia? Admitámoslo, una tragedia resulta de sumo interés para el público cinéfilo. Sea un monstruoso tsunami que arrasa con una familia norteamericana en un país índico, o unos aterradores campos de concentración donde cientos de humanos fueron asesinados, o una masacre en una escuela a manos de dos adolescentes; la verdad es que las tragedias nos mueven y nos deleitan. El cine que se basa en tragedias de “la vida real” utiliza elementos como ritmo trepidante, personajes entrañables y humanización de “los malos” de las historias ¿pero qué pasa cuándo una historia es contada sin la necesidad de encontrarle una cura ni una razón a la tragedia? Ese es el caso de Elefante (Elephant, 2003), cinta escrita y dirigida por Gus Van Sant que pone al espectador en los zapatos de las víctimas, retratando un día monótono antes que suceda una masacre, basada en la matanza de Columbine sucedida en 1999 en Colorado, Estados Unidos. Un automóvil se mueve sin cuidado por el camino. Choca contra los coches que están estacionados a un lado de la banqueta, es obvio que el conductor está borracho. Es el padre de un adolescente rubio que a primera vista, y estando consciente de las reglas de una película, será el héroe de esta historia. Pero esto no sucede, el personaje tan sólo carga con el conflicto de que su padre es un alcohólico que al final de la cinta puede que lo siga siendo, o tal vez no. Un adolescente camina de espaldas a la cámara, por los largos pasillos de una escuela norteamericana. Algunas caras conocidas lo saludan, otros lo molestan y muchos otros lo ignoran. Es un día cualquiera en la vida de un joven estudiante que se pasea por el colegio en busca de una razón para que las horas corran más rápido y pueda salir del infierno que él conoce como escuela. Toma fotografías de sus compañeros porque a lo mejor quiere ser fotógrafo, o puede ser que no. El adolescente de la cámara es asesinado fuera de cuadro. Así, sin más. Como si fuera una leyenda, Gus Van Sant nos cuenta esta historia a través de varios puntos de vista, como si la escucháramos a través de distintos amigos. Seguimos a las víctimas a través de sus vidas monótona. Cada uno tiene su propio problema, desde no querer usar shorts para educación física hasta encontrar la razones por las que sabes que alguien es homosexual. Es decir, todos pelean contra su propio Columbine, contra su tragedia personal. Sin tapujos, sin catalizadores y mucho menos cambios, los personajes tan sólo vagan por los pasillos de una escuela en la cual sucederá la tan anhelada tragedia. Y cuando la tragedia llega… No hay emoción, no hay ritmo trepidante, no hay humanización del villano. Sólo es un retrato de lo que realmente sucede en la vida. Una tragedia sin héroes, sin música, sin suspenso. La cinta no pretende encontrarle una cura al mal ni tampoco una razón a lo que sucede día con día. Es por eso su nombre: Elefante, en honor a la parábola en la cual varios hombres ciegos intentan describir un elefante. Para unos es una serpiente, para otros un muro. Nadie está mal, nadie está bien. Así es la vida, un retrato hecho pedazos.
Por Nat Rivera Envejecemos porque nuestro cuerpo acumula tiempo. Sin importar cuánto lo cuidemos, la materia que somos se rehusará a ser más el contenedor del alma, y acaba por traicionarnos. “El Adriano” de Marguerite Yourcenar escribe: “Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo”. La película comienza con una metáfora: la imagen de una vaca que suelta sus ataduras y corre libre por el campo, pero luego de un rato de correr, quizá por el cansancio, se queda quieta esperando y el pastor la vuelve a capturar sin que ella ponga resistencia: al final, a todos se nos agotan las fuerzas, todos somos domesticables. El tío Boonmee, el protagonista de la historia dirigida por Apichatpong Weerasethakul, se encuentra en el momento de morir: enfermo de insuficiencia renal, rodeado de las personas que aprecia, recibe la visita del fantasma de Huay, su esposa muerta hace 19 años, quien funge de guía en su camino al mundo de los muertos, y de su hijo desaparecido tiempo atrás, quien víctima de una pasión por los fantasmas mono que habitan en el bosque, toma por esposa a uno de ellos, y jamás vuelve a casa. Boonmee vive un momento de demencia de origen metabólico, corre hacia el bosque y se introduce en una cueva, metáfora del regreso al vientre materno y el inframundo. Luego el tío se acuesta y el fantasma de la esposa le quita la sonda y Boonmee muere. Sin embargo, pese a que el título resulta muy seductor, la película no abunda en el tema del recuerdo, aunque el título lo diga, la verdad, eso de que el personaje recuerde sus vidas pasadas no queda claro. Ejemplo de ello son las digresiones narrativas que poco o nada tienen que ver con el tema de la muerte planteado por Boonme al inicio. Ahí está la historia de una mujer horrible que, a manera de Narciso, mira su reflejo en el agua; sorpresivamente, para ella, el agua le regresa una imagen de ella hermosa: obvio intenta tocarla y la pierde. Uno de los espíritus del lago, que ha adquirido la forma de bagre, enuncia que lo que ha visto es su belleza interior. Ella entra al río persiguiendo su deseo de belleza y fornica con el pescado. Lo que nos hace pensar que los espíritus que habitan en los lagos asiáticos son unos “loquillos”. Además, mientras el planteamiento se queda intermitente, los diálogos intentan ser demasiado profundos. Tipo “¿No puedo ver o tengo los ojos cerrados?”, “Quizá debes esperar a que tus ojos se acostumbren a la luz”. Y es que aunque el planteamiento temático de Boonme es bueno, no recomendaría verla, porque quizá, como dice ese diálogo, tendremos que esperar a que nuestros ojos se acostumbren… al cine de Apichatpong.
Por José Luis Ayala Ramírez Probablemente la transición a lo que hoy conocemos como cine "contemporáneo" tuvo lugar en la década de los 70s, donde nuevas mentes visionarias como las de Francis Ford Coppola, Woody Allen, Steven Spielberg y Martin Scorsese le dieron un giro radical al cine americano. Este último, fue un director que durante la primera etapa de su carrera se enfocó principalmente a deshacer la imagen perfeccionista e idealista que el espectador pudiera tener sobre los Estados Unidos y su sociedad, filmes como Malas calles, Toro salvaje y la ganadora de la Palma de Oro en 1976 Taxi Driver, mostrarían este lado oscuro que aún hoy en día muchas personas se niegan a ver y aceptar. En Taxi Driver Scorsese nos adentra, como pocas veces se había visto hasta ese entonces, a una Nueva York sucia, decadente y desesperanzadora. Con esta presentación se desestabiliza la imagen idealista que uno pudiera tener sobre la "capital del mundo", y mientras, el sueño americano aborda el taxi conducido por Travis Bickle (espeluznante Robert De Niro) y comienza su disolución. Estamos ante un estudio social sobre el doble discurso que el guionista Paul Schrader hace sobre su protagonista. En un principio Travis es un simple veterano de la guerra de Vietnam (esto no es ninguna coincidencia) que para sobrellevar su insomnio decide convertirse en un taxista como cualquier otro. Pero la guerra cambia a cualquier hombre y Travis no es la excepción, estamos ante un personaje que se siente perdido, mientras más conduce su taxi también más conoce a la ciudad y a su gente, más se siente asqueado de la sociedad y el sistema que lo rodea. El retrato social está perfectamente establecido en los dos personajes femeninos de la historia. Por un lado esta Betsy (bella Cybill Shepherd) quien representa el lado más "perfecto" pero también el más hipócrita, una mujer convencida de sus ideales y que confía ciegamente en la parte política para resolver los problemas de su país. Y por otro lado esta Iris (una reveladora Jodie Foster) quien representa el lado más "oscuro" pero a la vez el más real y el más complejo, aquel que merece ser salvado. Resulta muy interesante la comparación de estos dos personajes, incluso la presentación de cada una de ellas es totalmente incorrecta pero eso es lo que pretende el director, por un lado Betsy es expuesta haciendo gala de su belleza exterior mientras el protagonista es deslumbrado para luego verse decepcionado al conocerla más a fondo, y luego está Iris a quien vemos por primera vez subiéndose al taxi de Travis, asustada y posiblemente drogada, para luego hacer gala de su lado más humano del que el taxista termina compadeciéndose pero también identificándose, ambos son dos almas perdidas olvidadas por la sociedad hipócrita y moralina. Y así como estos dos personajes están incorrectamente juzgados lo mismo pasa el protagonista, hagamos un ejercicio de imaginación, ¿Cómo ve esa gente ahora a Travis? Pues como un ciudadano americano socialmente incorrecto, incapaz de adaptarse, que va a cines pornográficos, que no le interesa la parte política de su nación, que compra armas y es capaz de utilizarlas para acabar con la vida de alguien más. En una encuesta rápida seguramente la definición para Travis sería "psicópata", y es algo normal, así intencionalmente lo expone el guionista y el lente del director, esa es la imagen que se expone en un primer plano de un hombre que se mira al espejo y habla solo. Pero quizá él sea el "normal" dentro de esta historia, él único capaz de hacer algo y desobedecer los "incorrectos" patrones de conducta establecidos por esta sociedad decadente, él único con intenciones reales de asesinar a un político y salvar a una niña de las redes de la prostitución, el único con sus ideales perfectamente establecidos, el único que no es hipócrita. En una de las escenas mientras Travis almuerza con Betsy ella le dice que él es una "contradicción", pero como en toda la película estos es intencionalmente incorrecto, es un contra golpe a la propia Betsy. En su epilogo; tras salvar a Iris, Travis deja de ser el "psicópata" y se transforma en el héroe que el mundo en algunas ocasiones se niega a reconocer pero que existe y que es más que común hoy en día, aquel que rompe los patrones de lo establecido para hacer lo verdaderamente correcto, nace el héroe moderno, llega el anti héroe. Esta vez Scorsese no lo esconde, lo expone y le rinde homenaje, lo que abre el paso a la interpretación de este doble discurso moral que encierra la historia de Taxi Driver. Scorsese y Schrader crean juntos la anti tesis de la sociedad durante la década de los 70s, el retrato más real, oscuro y sincero para romper con el idealista sueño americano. El aplauso en el orbe fue unánime, no solo en los Estados Unidos, también en el Festival de Cannes donde recibió una de las Palmas de Oro más justas de la historia del certamen.
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October 2020
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