Por Gustavo Ambrosio El Péndulo de la Zona Rosa, rodeado de paredes verdes y sombrillas en un piso de madera, y una entrada llena de libros y películas. María Renée llega con paso acelerado. Confiesa que está un poco sacada de onda por mi elección hacia su persona para la entrevista, pero después pasamos a pedir algo de beber para iniciar la charla. “Yo invito”, me dice. “Creo que a diferencia de muchos colegas, mi acercamiento al guión ha sido de una posición privilegiada que me ha permitido jugar y gozar con el proceso de creación”. Con eso abre la entrevista quien a lo largo de veinte años ha basado su crecimiento artístico en la actuación. Nacida en La Paz, Bolivia, en 1974, María Renée siempre sintió un impulso por escribir, porque la ficción la salvó de una infancia difícil: Yo era una niña nerd, muy freak, no tenía muchos amigos y la literatura fue un mundo amoroso y amistoso para mí. Estoy aquí gracias a El Hobbit de Tolkien, que me salvó y me acompañó durante muchas tardes. Para mí la ficción suplió una realidad que no era tan dulce; también me ayudó a encontrar lo placentero de este mundo. Rodeada de literatura desde pequeña gracias a una familia lectora, decidió estudiar Letras, en Chile; nunca se imaginó que un día su vida cambiaría de manera abrupta. La casualidad me llevó a la actuación. Regresé de Chile, donde estudiaba letras, a Bolivia por las vacaciones, y un miembro de mi familia estaba casteando para hacer su primera película y me pidió le ayudara. En una audición terminé leyendo una parte del guión, me dijeron “¿Quieres hacer la peli?,” y yo como jovencita irresponsable respondí que sí, y ya, cambió mi vida para siempre. Su debut actoral data de 1995, en Jonás y la ballena rosada de Juan Carlos Valdivia. Eso le ayudó a abrirse horizontes nuevos, en especial en México. Más allá de sentir una pasión encontrada por la actuación, fue una forma de independizarme y conocer otros países. Para mí la actuación ha sido muy generosa en ese sentido.
Para ella la actuación le ha servido a la hora de construir personajes y diálogos en sus guiones: “empiezas a escribir diálogos más funcionales, porque sabes lo que se puede decir y lo que es difícil de transmitir, y piensas en una dramaturgia del actor, no tanto de la escena”. María Renée alista un guión que escribirá ella sola, después de coescribir con el director Francisco Franco las cintas Quemar las naves, un filme de una pareja de hermanos que deben cuidar a su madre enferma de cáncer y que muestran un deseo mutuo, y Tercera llamada”, adaptación de la obra Calígula de Albert Camus. Por esta última ganó el Ariel a Mejor Guión Adaptado. En 2013 actúo en dos cintas, La vida después de David Pablos, y Club Sandwich de Fernando Eimbcke, por la cual recibió su primera nominación al Ariel como Mejor Actriz. El cine se escribe en imágenes, es algo más parecido a la poesía. Y la poesía es más cercana a lo sonoro, el cine es sonoro pero con relación al diseño de sonido no a la sonoridad de las palabras. Son lenguajes muy distintos. Yo creo que el cine es una obra colectiva donde hay una participación profunda de todos los creativos. Hay posturas que me parecen muy erróneas como la de poner un director dirige una película de tal escritor. Pensar como guionista que no hay coma o punto que se pueda añadir o quitar a tu enunciado porque es perfecto, es de una soberbia total. Siempre hay que incluir los hallazgos del momento, la improvisación del actor. Por ejemplo, si tú no tienes la flexibilidad empobreces mucho tu trabajo. Para hacer ese trabajo se requiere una cierta humildad, de todos. Yo parto de un lugar distinto al de muchos guionistas. Trabajo en cine de una manera mucho más horizontal. Sí escribo guión, estoy muy orgullosa y lo amo, aunque mi labor hasta ahora ha sido de colaboración, una creación mancomunada, mi experiencia es que sí es una creación colectiva. María Renée reflexiona acerca de la industria del cine y afirma que como arte está en una línea compleja. No se puede negar que el cine es una industria y es muy caro. El cine es un lenguaje y una industria compleja porque está en un terreno gris, entre expresión artística y comercial. Llegar a un equilibrio sano en ambos sentidos es complicado. Tercera llamada, que a mí se me hacía que estaba entre los dos mundos, no le fue bien en público, entonces dices: ¿qué tengo que hacer? Es complicado. Ella asegura que nunca ha sufrido el caso de que un director se lleve todo el crédito de la historia, pero que de estar frente a las cámaras a escribir, prefiere quedarse en casa a escribir.
Sobre los nuevos medios y formas de crear historias, ella dice que se debe evolucionar siempre con cierta resistencia a que desaparezca lo más sagrado para el escritor, la palabra. Yo amo la palabra y me parecerá que pensar es hablar, y si empieza a escasear la palabra escasea el pensamiento. Me parece que es válida una resistencia a las nuevas formas, algo así como guardar un fuego pequeño como en el medioevo en espera de épocas mejores. Creo que igual hay que evolucionar y no ser tan ciegos, porque el mundo está cambiando, y si no cambias te quedas fuera del mundo. Hay una cantidad nueva de otros medios que están presentes, es un cambio paradigmático. Nos parece tristísimo que ya no se lea y todo esto; quiere decir que se está gestando otro mundo, con otras narrativas, Twitter, Facebook, las redes sociales, surgen nuevas cosas, las nuevas generaciones tienen una cultura visual, poética y literaria diferente. La actriz dice que escribir para cine no ha implicado hasta la fecha un beneficio económico, lo hace porque le apasiona. Escribir cine ha sido una actividad que para nada implica un beneficio económico. He escrito dos películas (Quemar las naves y Tercera llamada) que se han logrado levantar en trece años. Por cada guión me pagaron aproximadamente 200 mil pesos, entonces, ponderando, no habría podido vivir de escribir jamás, haciendo cuentas, por los guiones que hice me estarían pagando unos tres mil pesos al mes y con eso no hubiera podido vivir por el tiempo que les dediqué. Seguidora de la poesía de T.S. Elliot y las primeras novelas de Murakami, María Renée asegura que siempre quiso huir hacia el mundo de la ciencia. La ciencia me parece más respetable que el arte, desde la física hasta la biología, porque interviene menos el ego. Muchas veces en la actividad artística se deja de observar a los demás porque siempre está el ego presente. Aunque el arte no puede desprenderse de él, porque de repente hay ambiciones orientales de quererla desprender del ego, pero eso no generaría arte. El arte occidental se trata de la dificultad de que tu ego cohabite con los otros. La incomodidad del ser, de esa cosa que nunca termina de formarse que es el yo. Claro, si tú te desapegas del ego, puedes ser un gran monje budista, pero no un artista.
Por Nat Rivera Hablar de literatura femenina o cine escrito por mujeres genera sentimientos negativos entre la mayoría de las creadoras. Se argumenta que “no existe una esencia femenina que determine una diferencia tajante entre hombres y mujeres [y que] la afirmación de una literatura femenina significa tomar posición a favor del pensamiento de la diferencia”.[1] Por supuesto que la buena escritura no depende del sexo, sino del oficio. Sin embargo, considero que existen situaciones que determinan la manera en que alguien ve el mundo y con ello, desde qué posición escribe y qué preguntas formular dentro de sus historias; ser mujer es una de ellas. En Tenemos que hablar de Kevin (2011), LynneRamsay elige filmar la novela homónima de la escritora Lionel Shriver. En esa historia, ambas creadoras cuestionan qué tan responsable o culpable es o debe sentirse una madre cuando su hijo se convierte en un asesino. Y por otro lado, nos hacen pensar en qué tan honorable es una sociedad que valida el castigo público a una mujer por los actos de su hijo Kevin, un adolescente de 17 años que asesina a varios compañeros dentro de la escuela. Como diría Foucault, “Es feo ser digno de castigo pero poco glorioso castigar”. ¿Se es culpable de amar a un hijo? Por Karen Barrera Toda película, incluso aquella que no contenga dentro de sus créditos la tan conocida frase “basado en hechos reales”, está basada en hechos reales. Es inevitable, en cada palabra, imagen, canción, que se crea, se elige, se usa o se goza está impresa alguna parte de nosotros, por mucho que nos empeñemos en negarlo algo dentro de aquello gritará “¡Soy yo!, ¡Es mi vida!” Así lo retrata Lost in translation (Perdidos en Tokio), donde Sofia Coppola, además de ser la directora, es la guionista, impregna en cada situación una reconocible proyección de su propia vida, o para ser más exactos, de su divorcio sucedido meses antes del filme. Charlotte, la mujer solitaria, desconectada de un mundo que le rodea y de su propia vida es representada por Scarlett Johansson, en donde, en está ocasión, lejos de retratar su atractivo físico por medio de una imagen exaltada y obvia, proyecta una belleza sutil y melancólica, dejando de lado su sex symbol para concentrarnos en la inmensa soledad que la inunda, en la crisis de identidad sobre la que está pasando y su necesidad de crear un vínculo dentro de esta ciudad en la que lo único que parece atractivo es la idea de huir. Por José Luis Ayala Ramírez
No deja de ser curioso que tuvieran que pasar más de 20 años para que una película bélica ganara el Oscar a Mejor Película desde que Pelotón de Oliver Stone lo hiciera en 1987, más si tomamos en cuenta que en ese transcurso se estrenaron filmes como Rescatando al soldado Ryan, La delgada linea roja o Cartas desde Iwo Jima, pero tuvo que ser hasta el 2010 con la llegada de The Hurt Locker que se rompiera la racha, y más sorprendente aún es que haya sido una mujer quien se haya llevado ese reconocimiento, y no porque no lo mereciera, sino porque jamás en la historia de los Oscar una cinta realizada por una directora se había llevado dicho galardón en un género además históricamente dominado por hombres. La tendencia finalmente había cambiado, la visión de la guerra de Kathryn Bigelow había terminado por conquistar a los críticos y académicos, por eso no fue de extrañar que cuando se decidió que cineasta llevaría a la gran pantalla la caza del terrorista Osama Bin Laden. Por Gustavo Ambrosio Una mujer llega con su hija a las costas de la extravagante Nueva Zelanda. Va a casarse con un hacendado parco y silente que la toma por esposa, aun cuando ha dejado de hablar. En medio de las olas y la humedad, las teclas del piano sirven como palabras que salen una a una de las manos de una mujer que ha sido recluida a una jaula de aparente silencio. Hablar de El Piano de Jane Campion puede resultar un lugar común si abordamos el tema del cine llamado “hecho por mujeres”. Pero no hay mejor obra para hablar del tema que dicha producción de época donde la fuerza femenina se expresa más que en ningún otro filme hecho a la fecha. |
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October 2020
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