Por Nat Rivera Envejecemos porque nuestro cuerpo acumula tiempo. Sin importar cuánto lo cuidemos, la materia que somos se rehusará a ser más el contenedor del alma, y acaba por traicionarnos. “El Adriano” de Marguerite Yourcenar escribe: “Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo”. La película comienza con una metáfora: la imagen de una vaca que suelta sus ataduras y corre libre por el campo, pero luego de un rato de correr, quizá por el cansancio, se queda quieta esperando y el pastor la vuelve a capturar sin que ella ponga resistencia: al final, a todos se nos agotan las fuerzas, todos somos domesticables. El tío Boonmee, el protagonista de la historia dirigida por Apichatpong Weerasethakul, se encuentra en el momento de morir: enfermo de insuficiencia renal, rodeado de las personas que aprecia, recibe la visita del fantasma de Huay, su esposa muerta hace 19 años, quien funge de guía en su camino al mundo de los muertos, y de su hijo desaparecido tiempo atrás, quien víctima de una pasión por los fantasmas mono que habitan en el bosque, toma por esposa a uno de ellos, y jamás vuelve a casa. Boonmee vive un momento de demencia de origen metabólico, corre hacia el bosque y se introduce en una cueva, metáfora del regreso al vientre materno y el inframundo. Luego el tío se acuesta y el fantasma de la esposa le quita la sonda y Boonmee muere. Sin embargo, pese a que el título resulta muy seductor, la película no abunda en el tema del recuerdo, aunque el título lo diga, la verdad, eso de que el personaje recuerde sus vidas pasadas no queda claro. Ejemplo de ello son las digresiones narrativas que poco o nada tienen que ver con el tema de la muerte planteado por Boonme al inicio. Ahí está la historia de una mujer horrible que, a manera de Narciso, mira su reflejo en el agua; sorpresivamente, para ella, el agua le regresa una imagen de ella hermosa: obvio intenta tocarla y la pierde. Uno de los espíritus del lago, que ha adquirido la forma de bagre, enuncia que lo que ha visto es su belleza interior. Ella entra al río persiguiendo su deseo de belleza y fornica con el pescado. Lo que nos hace pensar que los espíritus que habitan en los lagos asiáticos son unos “loquillos”. Además, mientras el planteamiento se queda intermitente, los diálogos intentan ser demasiado profundos. Tipo “¿No puedo ver o tengo los ojos cerrados?”, “Quizá debes esperar a que tus ojos se acostumbren a la luz”. Y es que aunque el planteamiento temático de Boonme es bueno, no recomendaría verla, porque quizá, como dice ese diálogo, tendremos que esperar a que nuestros ojos se acostumbren… al cine de Apichatpong.
|
Archivo
October 2020
Categorías |