Por Gustavo Ambrosio El gran Dios Brown de Eugene O´Neill se presenta por primera vez de manera profesional en México en el Primer Piso Jazz Club de Guadalajara. El realismo de Eugene O´Neill dio uno de los aportes más grandes a la dramaturgia, y a la ficción en general, al retratar emociones descarnadas, vividas tal cual, en una calle, en una casa, en una familia. O´Neill retrató la realidad, el drama puro de la existencia, pero también supo desentrañar el mecanismo social de la convivencia y la adaptación. La supervivencia del hombre en un mundo sofocado por lo visible. En El gran Dios Brown (1926) encontramos una pieza atípica en la literatura de O´Neill, más por su trazo escénico que por el tema que toca. Pero es la fusión de la puesta en escena con la esencia dramática de la obra, lo que da como resultado una ruptura de la visión realista que siempre propuso, pero que, al mismo tiempo, nos hace preguntarnos… ¿El uso de las máscaras, de forma literal, es un “no- realismo”? ¿Qué es más realista que desnudar por completo el uso de ellas en la sociedad? En un mundo cada vez más dominado por lo visual, y por las apariencias, la obra de O´Neill, encuentra un eco cada vez más pertinente. Así lo describe Xésar Tena, quien logró llevar a escena esta obra que se presenta en el Primer Piso Jazz Club de Guadalajara, Jalisco. Es, de hecho, la primera vez que El gran Dios Brown hace su aparición en la cartelera teatral mexicana de forma oficial y profesional. “Desde que conocí el texto me di cuenta que todo lo que yo quería decir está en esa obra, todo lo que quería expresar, como parte de una visión del mundo. No quisimos adaptar la obra a la actualidad tecnológica, pero es cierto que estamos más llenos de máscaras que nunca. Hemos perdido el pudor para la construcción falsa de nuestra personalidad y nuestra realidad. Ahí tienes en Instagram los filtros y aplicaciones para modificar tu fotografía, tu color de ojos, de piel. Una cosa es lo que muestras, y otra lo que realmente estás viviendo o sintiendo. Hay una sofisticación de las caretas sociales a través de las redes, y esta obra lo evidencia. Nos dejamos absorber por estas nuevas “opciones”, por aquello que pones en Twitter o Facebook. Una de las grandes labores, es entender que la pantalla no es la realidad.” “Desde el punto de vista humano, no podemos vivir sin máscaras. Las llevamos desde de pequeños, cuando recibimos un nombre, una ciudadanía y una religión” Tena, quien también actúa en la obra, destaca la importancia de la máscara como elemento fundamental y simbólico en el trazo de El gran Dios Brown. “La utilización de máscaras es un símbolo de nuestra personalidad. En la vida cotidiana, nos conectamos a través de ellas. Son pocos los textos en los que el uso de ésta es imperativo. La máscara es el alma de esta obra, no es un capricho del autor, es el elemento fundamental. Aquí, a diferencia del teatro griego u oriental, más que un elemento de utilería, es una parte fundamental de la obra misma. Si las quitamos, la obra no se puede realizar. Usamos máscaras todo el día. En la familia, en el trabajo, con los amigos. Las cambiamos unas 10 o 15 veces al día. Este es un asunto un tanto “psicológico” al que O´Neill se adelantó allá por 1925, cuando el psicoanálisis apenas estaba surgiendo”. La historia que nos plantea O´Neill nos lleva a vislumbrar una dualidad representada por Dion Anthony y Billy Brown, dos amigos entrampados en una espiral de materialismo y convenciones que los va mimetizando con sus máscaras. La máscara, es el individuo mismo. Hombre, palabra que, al final de la obra, uno de los personajes ni siquiera puede deletrear. La obra, que se presenta todos los martes a las ocho de la noche, es una producción independiente en su totalidad, y utiliza varios elementos que la acercan al público. Música en vivo, títeres, un juego de luces que hace un guiño a los años veinte del siglo pasado y, por supuesto, las máscaras. Éstas últimas podrían representar una tragedia humana contra el alma misma, pero para Tena, también dramaturgo y director, su utilización es completamente inherente a la naturaleza humana. “Desde el punto de vista humano, no podemos vivir sin máscaras. Las llevamos desde de pequeños, cuando recibimos un nombre, una ciudadanía y una religión. Después usamos cierto tipo de ropa, usamos de cierto modo la voz, nos ponemos tatuajes, construimos múltiples opciones de nosotros mismos de acuerdo a cómo queremos que nos vean. Es inherente al trato social, reducimos nuestra identidad, y la fundimos con esas máscaras. Lo único que nos resta, es la búsqueda filosófica de la verdad.” “La esencia, la verdad de uno mismo, no está en las máscaras; aunque ellas son parte de la identidad. No es necesario que destruyamos esa superficie de nuestra esencia, pero es sólo eso, la superficie, no la esencia en sí misma. Yo no soy mi yo de Facebook, mis “followers” ni mis likes, no soy la ropa que uso ni mi currículum. Esas son partes superficiales del ser, y depende de cada uno no quedarse con eso.”
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June 2020
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