Por Erick Baena Crespo Hace cuatro años falleció el fotógrafo que nunca usó una cámara digital y que no sólo dejó un legado de imágenes impresionantes, sino una huella en los alumnos que pasaron por el taller que impartió en la Casa del Lago durante 42 años.Son las 7:00 de la mañana de una día de marzo de 2006. El auditorio de la Casa del Lago está abarrotado de jóvenes somnolientos. Lázaro Blanco, con las manos entrelazadas en la espalda, frente al grupo, pide que apaguen las luces. Suena La Creación, la obra maestra del compositor Joseph Haydn. Minutos después. el oratorio termina. Se encienden las luces. Lázaro Blanco pregunta: –¿Qué sintieron? Silencio incómodo. –Si no sintieron nada, están perdidos –dice Blanco y así se inicia la primera clase del Taller de Fotografía Análoga para Principiantes de la Casa del Lago de la UNAM. Ese tipo de lecciones (alimentar la sensibilidad estética) aprendías de Lázaro Blanco (Ciudad Juárez, 1938; Ciudad de México, 2011), un apátrida de la fotografía mexicana, que formó durante 42 años a distintas generaciones de fotógrafos. En la Casa del Lago, en donde impartía su famoso taller, fundó la galería Nacho López, dedicada exclusivamente a la fotografía. Y fue pieza clave en la fundación del Consejo Mexicano de Fotografía y de los Coloquios Latinoamericanos de Fotografía en 1978 y 1980. Recuerdo que una vez me regañó porque hice mal la marialuisa (así llaman al pequeño marco que rodea las fotografías) de mis imágenes. Los alumnos colocábamos nuestras fotos en una mesa para posteriormente ser evaluadas. Al ver una marialuisa de cartulina, Blanco me reprendió y me devolvió mis imágenes, que no iban a ser consideradas para la exposición. Lo admito: me enojé y me senté en la última fila de butacas. Minutos después se acercó y me dijo: “No puedes presentar tu trabajo de esa forma. Si tú no lo respetas cómo esperas que los demás lo hagan”. Y luego, quizá para suavizar sus juicios, me dijo que las fotografías no eran malas, me hizo alguna sugerencia y regresó a su lugar. Ese tipo de lecciones aprendías de Lázaro Blanco. Blanco también participó en múltiples exposiciones individuales y colectivas tanto en México como en el extranjero, de las que destacan 500 fotografías de Lázaro Blanco, en el Museo Carrillo Gil, y Luz en el tiempo. 2 1/2 Décadas en la fotografía. Lázaro Blanco, en el Museo del Palacio de Bellas Artes en 1991. Su obra se incluyó en el libro 160 años de fotografía en México (2004). A manera de homenaje y a cuatro años de su fallecimiento, presentamos una breve entrevista –inédita-, previa a la presentación de su última exposición retrospectiva, Temporarios, en el Centro de la Imagen en abril de 2010. En sus fotografías la paciencia y el azar juegan un papel fundamental… Yo no creo en la suerte ni en el azar, creo en aquella persona que está preparada para reconocer las cosas, que está preparada para ver lo que los demás no ven. En la fotografía que titulé Pirámide, por ejemplo, hay un aspecto que me llamó mucho la atención y fue el trabajo de las mujeres como ladrilleras. Era 1967 y ese oficio era poco común que lo desempeñaran mujeres. Ellas están llenando el horno con ladrillos. ¿Cómo hago para representar eso? Pues ellas van y vienen, suben y bajan una escalera y yo estuve esperando el momento en que las mujeres formaran una triada –porque fuera de la escena también había hombres- y en la fotografía traté de esperar el momento en que las mujeres forman una triada armónica –una abajo, una en medio y otra arriba- y, casualmente, la mujer que está arriba me da un punto de tensión extra. Yo no manipulé la imagen ni fue un montaje. Las casualidades son una ganancia extra que se dan en conjunción con la paciencia y el trabajo ardúo. En la actualidad, algunos fotógrafos, como es el caso de los fotoperiodistas, están sometidos a las exigencias del tiempo real, del registro apresurado. ¿Qué piensa al respecto? La prisa con que se vive ahora ha fomentado que el fotógrafo registre lo que sea. En los periódicos no les importa mucho el cuidado de las imágenes. Prevalece lo que se ve y no cómo se ve. Esa es la gran diferencia. En mi época, más allá del motivo, importaba la luz. A pesar de que exista mucho movimiento, a pesar de que los objetos se nos presenten de forma caótica, si uno está alerta, sabe distinguir las cosas y esperar el momento adecuado. ¿En su serie, La fiesta del dolor, qué tanta influencia hay del cine, del neorrealismo italiano? Es curioso que mencione eso, pues la Casa de las Américas, de Cuba, me rechazó las imágenes porque me dijeron: “Fellini ya hizo eso”. Creían que era un homenaje, pero yo no veía mi trabajo como una secuencia cinematográfica, sino como un ensayo fotográfico que tenía la intención de mostrar el impacto que tiene la religión sobre el mexicano. El cine ha influenciado mi trabajo, pero, en ese caso, fue una coincidencia que mis fotografías evocaran una película de Fellini. En sus imágenes parece que existe una intención de universalidad. No pasa en todas, pero usted tratar de borrar las huellas temporales. En todas mis fotografías la época está implícita. Recuerdo que en uno de los comentarios de la exposición un joven decía: “Qué bonitas se ven las imágenes antiguas”. Y creo que la juventud no va a entender el valor de una imagen si no sabe que el blanco y negro es un formato y no necesariamente nos remite a una época. Mi trabajo nunca ha estado subordinado ni a formatos ni a medios. El blanco y negro tiene cualidades que van bien con los temas que trato. Y el color va bien con los sujetos que me llaman la atención.
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June 2020
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