Por Alberto Sándel A dos años del retiro del maestro Hayao Miyazaki, es hora de revisitar la que en ese momento quedó marcada como su última película: The Wind Rises, además de hacer un recorrido por algunos de los aspectos generales que han marcado su obra. Esta empática biografía novelada que retrata a Jiro Horikoshi, ingeniero aeronáutico diseñador del avión caza más temible de la Segunda Guerra Mundial, el Mitsubishi Zero, nos permitió observar una metáfora obsesiva recurrente en la obra del realizador: el acto de volar como puente entre lo onírico y lo real. Desde Nausica (1983) hasta El increíble Castillo Vagabundo (2004) Miyazaki construye el mundo a través de fuerzas contrarias en eterna pugna, lo natural contra lo industrial, la magia contra lo cotidiano, el arte contra la tecnología, sin embargo, todas estas dicotomías encuentran su punto de equilibrio cuando de volar se trata. El increíble Castillo Vagabundo hace patente un giro a esta afirmación: “el volar es un acto maldito”. Porque esta acción funciona como una metáfora del arte y, aunque por sí sólo es un quehacer idílico, si el artista se encuentra fuera de su entorno y ve todo desde un pedestal, se verá pervertido, degradado. Un artista que busca la perfección de su obra, desinteresado por su realidad, a su vez, se convierte en el artífice de la destrucción. Howl comienza a convertirse en un monstruo alado mientras evade su responsabilidad con el reino al que sirve. El mago al alienarse se transmuta y es consumido por sus alas. Pues no es una cuestión de honor hacia la institución o la sociedad, sino que es una mera cuestión de principios, de hacer prevalecer lo que es correcto. Por otra parte, en El castillo en el cielo (1986), la ciudad aérea y mítica de Laputa, descrita por Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver, es representada por Miyazaki como un mundo perdido y perfecto, pero esterilizado, muerto. En Porco Rosso (1992), el territorio aéreo es también un lugar para el heroísmo, como lo fue en Nausica, ligado a códigos de honor. Cabe señalar que todos los personajes de Miyazaki (exceptuando quizá a la bruja Kiki y a Totoro) deben cargar con una maldición, a veces relacionada directamente con su privilegio sobre el viento, ya sea el dragón Haku de El Viaje de Chihiro (2001), el aviador italiano transformado en cerdo de Porco Rosso, o el aire contaminado de Nausica. La relación paradójica entre don y condena se vuelve muy recurrente.
En The Wind Rises conocemos a Jiro como un niño que lee revistas de aviación en inglés, que observa el cielo y las estrellas. Jiro puebla sus sueños con máquinas voladoras fantásticas. Este mundo no es una ilusión, sino un plano atemporal que permite a los muertos encontrarse con los vivos. Es así, como en un sueño, conoce al conde italiano Giovanni Battista Caproni, su mentor y guía a través del mundo onírico, quien a la manera de Virgilio, lo incita a volverse ingeniero aeronáutico. El cielo es su territorio, pero a diferencia de otros personajes de Miyazaki, le es inalcanzable. A este mundo sólo puede acceder a través de sus diseños. Al mismo tiempo, el viento adquiere tintes sagrados, como un ente vital que une los destinos de Jiro y Nahoko. Así, Miyazaki proyecta su propio conflicto como artista, al mismo tiempo que expone sus razones para hacer manifiesto el final de su labor detrás de la paleta. El leitmotiv de la película “le vent se lève il faut tenter de vivre”, tomado del poema El Cementerio Marino de Paul Valery, retoma la metáfora obsesiva del director. Caproni lo enuncia “la aviación es un sueño hermoso, pero es un sueño maldito”. Un sueño que está condenado a convertirse en un arma, pero, más adelante Caproni interroga a Jiro “¿en qué mundo preferirías vivir, en uno con pirámides o sin ellas?”. La humanidad frente a lo natural es otro de los conflictos recurrentes en la filmografía del realizador nipón. La princesa Mononoke que desearía no ser humana, incluso niega formar parte de ella, es un ejemplo. O el mundo destruido de Nausica. La naturaleza en Miyazaki es una puerta a la magia. El mundo industrializado y moderno, los deseos y anhelos de los adultos, siempre conducirán al dolor y a la destrucción. Por eso Howl lucha contra las maquinas voladoras de destrucción. Un productor de máquinas, de terribles armatostes de guerra, es también un paciente observador de las formas del mundo, fascinado por la curva de un hueso de pescado. The Wind Rises es una oda a la humanidad y al arte, cargada de una gran autoconciencia de que el universo infantil creado por el director, también lo ha distanciado del mundo, lo ha hecho desear no pertenecer a ese ciclo de destrucción, pero también es una nostalgia perpetua, un desconocimiento del ambiente, una búsqueda constante por el retorno al hogar.
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June 2020
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