Por Carlos Tello de Meneses El año pasado Star Wars: The Force Awakens se convirtió en la tercera película más taquillera de la historia (sin ajuste de inflación). No sólo fue una de las películas más anticipadas de la historia, también fue un éxito de taquilla, de crítica y entre los fans (quienes aún seguían quejándose de las precuelas de Lucas). Para Disney y el equipo creativo detrás de ella, The Force Awakens fue un rotundo éxito. Pero para la cultura que germinó a la saga misma, la película fue sólo otro clavo en el ataúd. ¿Por qué? Empecemos primero con otra pregunta: ¿para quién fue hecha esta película? Podría parecer una pregunta inocente e insignificante, pero la línea de cuestionamientos que nacen a partir de ella, son importantes. Alan Moore se quejaba hace poco de lo alarmante que encuentra el éxito de películas de superhéroes como Avengers. Hechas con lo que el llamaba “conceptos y personajes diseñados para sorprender niños de 12 años”. Este tema lo estudió a fondo el guionista Sean Carlin en su artículo “The Great Escape: What the Ascendancy of Comic-Book Culture Tells Us about Ourselves” (El gran escape: lo que el ascenso de la cultura del cómic dice sobre nosotros). En su artículo, Carlin pondera y destila muchas de las consecuencias que la obsesión con el superhéroe tiene en la cultura actual. Muchas veces sale a relucir la pregunta: ¿para quién deberían estar hechas este tipo de historias? Carlin también apunta a otra serie de problemas que aquejan al cine hollywoodense actual. La avaricia corporativa, el franchising1 sin límites, la migración de las historias adultas a la TV, etc. Pero pocos son tan profundos, arraigados y peligrosos como el problema de la nostalgia. Pero, ¿por qué es peligrosa la nostalgia? En corto, porque nubla el juicio. Ha nublado el juicio de los creativos, el de los productores y ejecutivos, pero sobre todo ha nublado el juicio de la audiencia. En las fechas cercanas a su estreno, Batman Vs Superman ya había generado un nivel considerable de discusión. Tras ser apabullada por la crítica especializada, muchos fanáticos salieron inmediatamente a la defensa de la película, muchos de ellos con argumentos pobres (uno de los más curiosos entre ellos era la idea de que Disney, dueña de Marvel, había sobornado a los críticos). La discusión sobre la película se tornó infantil. ¿Por qué es que las críticas hacia una película generaron tanta hostilidad? No es secreto que Hollywood ha casi abandonado la exploración de nuevas historias e ideas. Aunque desde el principio han jugado por las apuestas más seguras (ya sean los nombres de las estrellas durante la era del sistema de estudios o las franquicias ya probadas de hoy en día), la realidad es que cada vez hay más en juego con menos posibilidades de éxito. El precio de estas apuestas “seguras” sigue creciendo y su éxito es menos frecuente. Los que están a cargo de decidir qué películas se hacen están claramente asustados. Por eso es que se han escudado detrás de palabras como “demográficos”, “pre-consciencia2” y “franquicia”. Mientras que en el Nuevo Hollywood se hacían películas clasificación “R” y se confiaba en la visión autoral de sus creativos (en esos tiempos la apuesta más segura), en el Hollywood de hoy el “PG-13” reina indiscutido y las historias se construyen con una visión de fórmula y hecha por comité. El Marketing es pilar del modelo industrial actual y para una película del tamaño de Batman Vs Superman o Captain America: Civil War la anticipación y discusión sobre la película (antes de su estreno) lo es todo. Los estudios y ejecutivos cuentan con que los fans (y detractores) hagan su parte del marketing, anticipando y especulando sobre cada detalle de estas películas. Todo esto para mantenerlas en la discusión, por lo menos hasta su estreno. Pero este sistema es fallido desde su concepción y las consecuencias del mismo sólo se volverán más severas.
Hollywood sabe que infantilizar a su audiencia y apelar a su nostalgia es más redituable por ahora que arriesgarse con algo “nuevo”. Sin embargo, los grandes estudios sólo tienen parte de la culpa. Ellos sólo venden lo que se compra. El verdadero culpable es, lamentablemente, la audiencia. En algún punto de los últimos 20 años la audiencia decidió infantilizarse a sí misma. Antes se esperaba que después de cierta edad la audiencia evolucionara, que pasara de un estrato de cultura a otro. Las películas para niños eran vistas por niños y existía un mercado adulto saludable con historias hechas para ellos. Ese mercado casi se ha extinguido en el cine. No porque se haya dejado de hacer, sino porque la audiencia lo dejó de buscar. Los que desean entretenimiento adulto saben que lo pueden encontrar en la televisión y no en el multiplex. No obstante, ese no es el único problema. Incluso en la concepción misma del mercado de la nostalgia hay una rigidez alrededor de ella perpetrada por la audiencia misma. Personajes como Batman y Superman son considerados emblemáticos. Han ido pasando de generación en generación y entre ellos han cientos de horas de lectura, películas, series y juguetes. Pero aunque son parte del imaginario público, eso no los convierte en entes estáticos. “Ese no es Batman”. “Ese no es Superman”. Estos son sólo algunos de los argumentos en contra de las versiones representadas en Batman Vs Superman. Aunque la validez de éstos es debatible, hay un elemento preocupante que surge siempre en las discusiones de este tipo entre fanáticos: el “mejor” Batman o el “mejor” Superman tienden a ser los que definieron sus infancias. Se deja a un lado el análisis de por qué estos personajes son emblemáticos y cuáles son sus cualidades y todo se reduce a la nostalgia. Siempre se olvida que el Batman y el Superman de nuestros padres no son nuestros Batman y Superman. Estos personajes han tenido cientos de iteraciones desde sus concepciones a principios del siglo pasado. El Batman de nuestros abuelos cargaba un arma y mataba a los criminales. El primer Superman no podía ni siquiera volar. Estos personajes han sido reinventados una y otra vez, redefinidos en cada generación para obtener nuevos atributos y significados, congruentes y relevantes para las nuevas épocas. ¿Por qué debería ser considerado el Batman de nuestra generación como el definitivo? ¿Y por qué tratamos tan desesperadamente de proteger y mantener prístinos los emblemas de nuestra infancia? Influye mucho en esta decisión de auto-infantilización el hecho de que las últimas generaciones estuvieron al centro de cambios increíbles. El horror del mundo es sobrecogedor, abrumador. Aunque siempre estuvo ahí, gracias a la era de la información estamos sumergidos en él, conscientes de estos horrores todo el día, a cada hora. Este mar de información ha orillado a muchos a escoger entre un consumismo desbordado, la fe absoluta institucional o en un cinismo desesperador. La población está sujeta a una percepción global, instantánea y permanente, pero también limitada y manipulada. Entonces no es tan difícil entender el atractivo de cierto tipo de historias, que simplifican la moralidad del mundo y sustituyen la complejidad por algo fácilmente digerible. El por qué nos arraigamos con tal pasión a las pequeñas cosas que podemos controlar, que podemos proteger. Una de esas pequeñas cosas es la memoria. Es un sentimiento entendible y que puede llegar a ser muy poderoso, pero también es peligroso y tóxico. La dependencia total de este tipo de ficción no sólo puede hacer a su audiencia incapaz de lidiar con la realidad, sino puede desproteger a las generaciones futuras de una identidad propia. ¿Qué historias van a tener ellos para dar sentido al mundo? ¿Qué mundos? ¿Qué memorias?
Una historia honesta y poderosa en el momento adecuado puede salvar una vida. Pero si todas, o la mayoría de ellas, están hechas a partir de retazos del pasado de alguien más ¿de dónde se supone que sacarán su inspiración los que vienen? ¿de memorias ajenas, envueltas en plástico, inamovibles e incorruptibles y por ende, irrelevantes? Las historias siempre han sido hechas, desde su creación por los primeros humanos, para los que vienen, para la siguiente generación, no para la anterior. En su existencia más primitiva, las historias eran mecanismos de supervivencia. Eran amalgamas de lo que aprendimos de nuestros ancestros y por cuenta propia, creadas para suavizar el camino de la generación siguiente. En muchas maneras, el proceso sigue siendo el mismo. Tolkien leyó la poesía, lengua y mitología escandinava y creó una mitología para Inglaterra en su Legendarium de la misma manera que Bob Kane y Bill Finger tomaron a El Zorro, La Sombra y Sherlock Holmes para darnos a Batman. Flash Gordon y La Fortaleza Escondida engendraron StarWars. Cada generación aprendió de la anterior, aprendieron cosas nuevas y reinventaron a sus héroes y villanos, dándonos algo nuevo pero al mismo tiempo familiar. La parte familiar era para nosotros, la nueva para nuestros hijos. Una cadena que unía a dos generaciones, pero esas historias no estaban hechas para nosotros y, sobre todo, no eran sobre nosotros. Tal vez una generación se usaba a sí misma como material de reflexión pero no como objetivo, no como fin. Este entendido se daba a partir de una suposición de que la generación actual ya se había mudado, como público, a otras narrativas; sin embargo, algo pasó en esta generación. La cadena se rompió y se está forzando a la generación próxima a realizar su camino desnuda y sin acompañamiento. Estamos rodeados de historias, conceptos, temas y moralidades hechas para niños pero forzándolas a servir y hablar de nosotros. ¿Qué aprendimos? ¿Qué tenemos para enseñar a la siguiente generación? Considerar que la respuesta sea “nada” debería llenarnos de terror porque significaría la derrota cultural más grande de nuestras vidas. La generación más grande vio y vivió los más grandes horrores que teníamos que ofrecer como especie y a pesar de eso decidieron continuar. Decidieron construir y crecer. Nuestra generación decidió retroceder. La conversación está dominada por una voz decidida a seguir estancada, aterrorizada y en búsqueda permanente de relevancia. Es muy revelador que uno de nuestros grandes miedos colectivos es no ser parte de la conversación. Cada quién debe tener una opinión sobre todo. Sobre Batman Vs Superman, sobre Civil War, sobre StarWars. Los grandes estudios se aprovechan de eso y construyen templos, lugares de adoración, alrededor de estas franquicias. Sustentarlas se vuelve el proyecto en lugar de reinventarlas, de nutrirlas. El Watchmen de Alan Moore o el Dark Knight Returns de Miller no fueron concebidos como monumentos a las ideas que las germinaron, fueron revolucionarias porque lograron tomar elementos que dejaron sus antecesores y convertirlos en algo nuevo, pero, sobre todo, causaron el impacto que tuvieron porque tenían algo que decir.
¿Por qué Creed y Mad Max: Fury Road fueron el éxito creativo que Terminator Genesis, Ninja turtles y muchas más, no pudieron ser? La respuesta está en la concepción de las mismas. Creed y Fury Road tuvieron un impulso narrativo manejado con honestidad y cuidado detrás de ellas. Eso es lo que las hizo no sólo buenas, sino importantes. Ryan Coogler y George Miller tenían algo que decir y lucharon con pasión para poder hacerlo. Sólo hay que pensar en filmes como Alien y Aliens, que son parte de la misma "franquicia", pero que son completamente diferentes la una de la otra. Ambas son obras maestras y obras relevantes de la ciencia ficción no porque son películas de "Alien", sino porque los dos son "películas". Su escritura, dirección y actuación (y todos los demás aspectos) son tratados con cuidado y, me atrevería a decir una vez más, honestidad. Esa misma razón fue la que llevó al Batman de Nolan a ser un triunfo. Nadie dio a Batman al director, él lo tomó como un lienzo para hablar de las cosas de las que quería hablar. Incluso películas bien construidas y satisfactorias para los fanáticos como Jurassic World y The Force Awakens, no logran hacer esto del todo. En algunos aspectos sufren del mismo estancamiento, no logran dar el paso necesario para convertirse en algo más allá de ser buenas películas en sus respectivas franquicias. Como narradores, una de nuestras responsabilidades más importantes es el ser narradores honestos. El hacer proyectos de forma cínica contamina el trabajo y se esparce de forma insidiosa entre nosotros y la audiencia. Por ello, cada vez el público asiste con más cinismo y desapego a las salas de cine. Ahora, los escudos emocionales que antes se quitaban sin pudor, se protegen con recelo. Y es principalmente porque hemos fallado como generación en el trabajo de encantarlos, de hechizarlos, de seducirlos. Les hemos robado poco a poco la magia de descubrir algo nuevo e inesperado en la sala. Ese sentimiento de abrir los ojos como platos y experimentar un sentimiento de comunión con las millones de personas que verían esa película, el ver el nacimiento de un nuevo mundo, de un nuevo héroe. Hay que recordar lo mucho que estas historias significaron (o significan) para nosotros. Tal vez en algunos casos, salvaron nuestras vidas. Es importante reconocerlas como parte de nosotros y no renegar de ellas, pero también es importante trascenderlas, por lo menos en algún sentido. El ambiente de esta narrativa omnipresente, repetitiva e infinita que se ha creado alrededor de ellas sólo las hace menos especiales. Las convierte en algo cotidiano, esperado. Como audiencia y como narradores es hora de hacer algo: dejarlos ir, no aferrarnos a ellos. ¿Eso significa no volver a ver una de estas películas? ¡No! Por supuesto que no, pero sí significa retroceder y dejar de dominar la conversación, dejar que otras ideas, que otros mundos florezcan. Hay muchas voces con mucho qué decir, pero están ahogadas entre tanto ruido. Lo que tenemos que hacer es no sólo dejarlas hablar, sino escucharlas, protegerlas y nutrirlas. O correr el riesgo de que se marchiten en nuestras manos. _________________________________ [1] Franchising–La búsqueda y explotación de franquicias de contenido. [2] Pre-consciencia – Conocimiento previo de una historia, sus personajes y características principales por parte de la audiencia.
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June 2020
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