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Viaje alrededor de sí mismo

11/23/2015

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Por Erick Baena Crespo
Imagen
Ilustración: Sagim

Sin salir de la puerta se conoce el mundo / Sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo. / Cuanto más lejos se sale, menos se aprende. / Por eso el sabio sabe sin desplazarse. / Entiende sin ver, realiza sin hacer.
LAO TSE
​

“Viajar para escribir”, reza el lugar común. Y es indiscutible que se han escrito páginas memorables de literatura de viaje, como el Viaja a la alcarria, de Camilo José Cela. Pero también hay otras páginas, igual de memorables, que se escriben desde el reverso: la literatura de NO viaje.
¿Qué imágenes, además de experiencias vitales, alimentan esas obras?
 
En el invierno de 1794, Xavier de Maistre, después de batirse en duelo, es condenado a permanecer 42 días enclaustrado en su cuarto. De dicha experiencia surgió su libro Viaje alrededor de mi habitación.

“El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de la fortuna. ¿Existe, en efecto, un ser lo bastante desgraciado, lo bastante abandonado para no poseer un cuartucho donde poder retirarse y esconderse de todo el mundo?”, se pregunta Maistre.
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Hay autores que en el encierro, en el paseo por la inmovilidad, en el recorrido por las geografías interiores, encuentran el motor de su obra, como es el caso de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004). Su novela El lugar (1982) es un ejemplo de un recorrido del exterior al interior:

Un hombre despierta en una habitación a oscuras. Está acostado sobre el suelo. No recuerda cómo llegó ahí. Se empieza a hacer conjeturas, pero ninguna se ajusta a la lógica del sitio en el que se encuentra. Abre una puerta y entra a una habitación similar a la que se encontraba.

El lugar parece estar poblado por seres extraños. Le espera una travesía laberíntica, hasta que encuentre la salida.

Levrero destestaba viajar. Quizá a eso se deba el aura claustrofóbica de su Trílogía Involuntaria, compuesta por las novelas La ciudad (1970), París (1980) y, la referida, El lugar (1982).

¿Acaso no sentimos una mezcla de amor y desprecio por nuestra ciudad de origen? La misma de las que queremos huir, a la que vemos arder en nuestras más oscuras fantasías, pero también la misma que –lo reconozcamos o no-, como Levrero, estamos condenados a padecer de por vida. 



“Uno pasa a ser un desconocido para uno mismo cuando sale del lugar habitual”, declaró en una entrevista.
A los 32 años sólo conocía de su país el balneario de Piriápolis, donde vivían sus padres y la ciudad de Rosario, Argentina, en donde vivió apenas unos meses de 1969.
​

​“Si no era muy necesario prefería no alejarse de su apartamento de la calle Soriano, y su decisión fue recibida por todos con incredulidad y después con admiración”, cuenta Marcial Souto (La Coruña, 1947), su editor en Montevideo, Buenos Aires y Barcelona, en el prólogo del Diario de un canalla / Burdeos 1972 (Mondadori, 2013).

En 1972, Mario Levrero se mudó a Burdeos, Francia. Sus amigos creían que se quedaría a vivir en Europa. Pero no. Le confesó a Souto que experimentaba una angustia recurrente.
 
“Un día, mientras leía el diario en la cocina, notó con pánico que el francés le invadía la mente y amenazaba con impedirle pensar en español. La magia se había roto y supo que había llegado la hora de volver. Vivió unas semanas en París y después subió a un avión por última vez en su vida. (Tres años más tarde, la revista argentina Siete Días organizó un concurso de cuentos policiales cuyo premio era un viaje a París. Jorge escribió un cuento, «El factor identidad», pero decidió no presentarlo por miedo a ganar y tener que volver a hacer el viaje)”, relata Souto.

Levrero dejó de pasearme por las calles de otros países, de otros continentes. Quizá, por eso, imagina urbes ruinosas, herméticas, extrañas e irreconocibles. Vacías e hipnóticas al mismo tiempo.

“Ahora que la ciudad, mi ciudad, me resulta ajena y aun repulsiva, pienso que estoy repitiéndome en mi actitud de aquel otro lugar. Que no lograré aproximarme realmente a ninguno de mis amigos, ni a Ana, ni a ninguna otra mujer; que sólo los utilizaba para olvidar la soledad, para evadirme de este ser que me habita, que me odia, que me obliga a actuar en contra de mí mismo”, se lee en las páginas finales de El Lugar.

¿Acaso no sentimos una mezcla de amor y desprecio por nuestra ciudad de origen? La misma de la que queremos huir, a la que vemos arder en nuestras más oscuras fantasías, pero también la misma que –lo reconozcamos o no-, como Levrero, estamos condenados a padecer de por vida.

¿Qué hace la imaginación con eso? Una literatura laberíntica, una evasión creativa, un viaje alrededor de uno mismo.
​


Erick Baena Crespo (Ciudad de México)
Periodista, editor y guionista. Estudió comunicación en la UAM X. Fue becario de la Fundación Prensa y Democracia de la Ibero. Y recién egresó del Curso de Guión Cinematográfico del CCC. Ha trabajado en los periódicos Milenio, Reforma y en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF). Actualmente escribe crónicas para Milenio y su largometraje de titulación. 

@ErickBaena
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