Por Carlos Tello de Meneses Vega “Toma el dinero y huye”. Parece diálogo de una película de gángsters, pero es en realidad uno de los consejos más importantes que he recibido en mi vida guionística. Un poco de contexto primero: Soy guionista, pero muchas veces no se me paga para contar mis historias, sino para ayudar a contar las de otros. ¿Por qué? Porque escribir las historias que uno quiere contar suele ser a costa de ganar dinero por ello. Es algo básico de la vida guionística. Las historias que más morimos por contar, que más queremos que sean las que nos definan como escritores ante el mundo y nosotros mismos, tienden a ser aquellas que no están dentro de las prioridades de quienes deciden si se hace un proyecto o no. Antes de que nuestro trabajo pueda llegar a la audiencia “general” (por llamarla de alguna manera), este tiene primero que conectar con la audiencia “pequeña” conformada por directores, productores y actores, y, si falla en este aspecto vital, ese guión por el que tanto sufrimos probablemente se quedará en el cajón hasta que lo cambiemos o encontremos a la persona adecuada. Guionear es como usar Tinder. Enseñamos guiones a estas personas con la esperanza de armar nuestro equipo soñado con el que llevaremos esa historia a la pantalla. Creemos que, si la historia es sólida, entonces no importa quién sea quien lo lea, esa persona se interesará y ayudará a cumplir nuestro sueño. Pero se nos olvida la caprichosa naturaleza del gusto y la implacable naturaleza económica del sistema fílmico nacional. A veces esas personas que deciden qué se hace o no, no están buscando historias como tal, están buscando elementos. Los actores están buscando “un buen papel”, los productores están buscando “una mezcla de esto y aquello”, y quien sepa decirme qué chingados están buscando buena parte de los directores, que me lo diga por favor. Así, nuestros guiones sólo reciben match si tienen esa cosa que ellos buscan. No pretendo victimizar a los guionistas. Después de todo, nosotros también estamos buscando cosas muy concretas: dinero, apoyo, un elenco, un crew, etc. Pero en el balance de la ecuación, los guionistas sí están en una considerable desventaja tanto de poder, como de recursos. Nuestra única carta es el guión, la historia. Tal vez lo más importante de todo, pero lo primero que puede ser sustituido. Por eso es que una parte importante del guionismo gringo es aprender a pitchear. No saber vender tu historia, sino el saber vender las partes de ella que le interesan al escucha. El no saber escoger qué elementos de tu historia podrían llamar la atención de estas personas puede ser la diferencia. Esa falta de criterio es la misma que usar un tostador, una foto grupal, o un meme como foto de perfil en Tinder. Entonces, si el dinero no está en nuestras historias, ¿dónde está? En muchos lados. Y los guionistas más vivos saben cómo mover sus historias a las personas indicadas. Pero no todos tienen ese talento, o ese acceso. Para la mayoría, las opciones son dos: las convocatorias o tocar puertas. Y para aquellos que tocan puertas, el dinero probablemente va a estar en las historias que los productores, y el ocasional director, quieran sacar adelante. Estas pueden llegar a ser tareas tediosas, sobre todo si el impulso detrás de ellas viene menos de un interés por contar algo, y más de las necesidades mercadológicas del momento. Cabe aclarar que incluso bajo estas condiciones (y siendo honestos, muy pocos pueden darse el lujo de trabajar por encima de ellas), es posible hacer trabajo que valga la pena. De hecho, hablando como guionista, es nuestra responsabilidad hacerlo así. Escribir el mejor guión que podamos con el material que se nos da. Porque incluso si estas tareas no nos otorgan la libertad de hacer y deshacer las cosas como nos plazcan, estas historias nacen de algún lado. Están impregnadas, aunque ellos lo deseen o no, de las mismas rúbricas que caracterizan a nuestro trabajo. Escribir, incluso si se hace mal o sin entrenamiento, es balcón con vista al mar. Y esas hebras que conectan a sus autores originales con estas historias son nuestro punto de acceso para trabajarlas. Mi consejo siempre ha sido: si uno no puede conectar con esas fibras (una vez descubiertas), no es el trabajo para nosotros, y esto es porque mientras trabajemos estas historias, nosotros los guionistas seremos sus padres sustitutos. No importa demasiado si somos invitados antes de que se haya escrito una sola palabra, o después de un millar de borradores. No importa si es co-escritura con quien concibió la historia, o sólo recibimos sus notas. No importa si lo que hacemos es tomar algo que ya existía y sólo le damos la forma que necesita para funcionar. Todo esto es parte del proceso, y el proceso cambia de escritor a escritor y de proyecto a proyecto. Lo que sí importa, lo único que importa, es si podemos convertirnos en parteros para esta historia. Y esto sólo se puede hacer infundiéndola de nuestra propia materia prima como escritores: nuestra vida. Ya que, durante un tiempo, ya sea un respiro o años, estas historias crecerán bajo nuestro cuidado, encontrarán su camino con nuestro trabajo. Algunas de ellas obtendrán incluso el significado del que carecían antes. Al final será lo mismo: entregaremos estas historias y se irán a casa con sus padres biológicos. Si bien nos va, nos habrán pagado bien por nuestro trabajo, habremos tomado las decisiones correctas y habremos sido escuchados. Si no, bueno, no se lo tengo que decir a muchos. A veces no nos escuchan, a veces no tomamos las decisiones correctas, y a veces no nos pagan. Eso sí, si es una de las primeras dos: toma el dinero y huye.
|
Archivo
November 2020
Categorías |