Por Xésar Tena En 1986 el público mexicano quedó –literalmente- con el ojo parchado. El 6 de octubre inició una de las historias destinadas a convertirse en un clásico: Cuna de lobos. El llamado dueto de oro conformado por el chiapaneco Carlos Olmos -guión- y Carlos Tellez -dirección-, inspirados en el filme The anniversary (1968, Dir. Rod Ward Baker) reconoció el potencial del personaje interpretado por Bette Davis para legar una villana (Catalina Creel) que por fórmula melodramática ocupa el lugar del antagonista, pero por tiempo en pantalla, complejidad y carisma, es el evidente protagonista de esta telenovela. En gran medida, el éxito es debido a que el triángulo amoroso es revestido con una excelente trama policiaca, motivo por el que el suspense está presente de forma continua para ejecutar de forma natural los ganchos que atraparon la percepción de la audiencia durante 170 capítulos. “La casta es lo primero” funge como premisa rectora. La sangre es pura. La sangre es sagrada. La sangre es poder. Por lo tanto, defender y perpetuar la Sangre justifica con creces la derrama de sangre vulgar, utilizar inocentes y hasta sobornar prensa o autoridades. Olmos y Tellez sabían perfectamente que estaban escandalizando los valores copetones de la ultraconservadora sociedad mexicana y se divertían con ello de forma magistral. Temáticas como la infidelidad, la compra de vientres, la manipulación mediática, el asesinato del cóyungue y la configuración premeditada de los traumas, son algunos de los tópicos que excitaron el morbo de hombres y mujeres que presumían de progresistas. Sí, hombres también. De hecho, la novela inició sus transmisiones a las seis de la tarde pero fue recorrida a las nueve de la noche por la copiosa demanda de caballeros que al salir del trabajo, querían ser cómplices de cada fechoría de la “tuerta”. La novela comienza con una introducción tan ilustrativa como evocadora: lobos en su hábitat destrozando carne fresca, riñendo o simplemente deambulando al acecho. El tema principal, compuesto por Pedro Plascencia tiene algunos acordes que emulan el aullido de un lobo y aunque esto pueda parecer una obviedad, es todo lo contrario. Cada uno de los elementos seleccionados construyen la coherencia interna del producto. Otro ejemplo es el acertadísimo recurso de combinar en el personaje de Catalina, los parches con el atuendo. “Todo lo profundo ama la máscara” dice Niestzche en “Más alla del bien y del mal”, una fuerza bien aplicada en esta trama, siendo metonimia el parche, que alude lo oculto, señal de distinción y conciencia de la propia oscuridad, e incluso redobla apuestas cuando el personaje usa disfraz sobre disfraz y por lo tanto, personaje sobre personaje, el juego mismo de hacer la representación evidente, tan recurrente en Shakespeare. La historia tiene a Catalina Creel, una viuda psicópata como eje y catalizador quien continuamente adereza con diálogos mordaces e incluso humorísticos la trama. Desde luego que con un sangriento telón de fondo, cualquier atisbo de humor se considera negro, pero necesario, no porque no resista la seriedad del luto, sino porque también es parte de la aclamada picardía nacional. Frases como “no puedo dejar de pensar como una provinciana” (Leonora), “ya me acostumbré a ver la vida con un solo punto de vista”, “la felicidad es un invento de los pobres de espíritu” o la inigualable “desde que te vi, supe que las pequeñas zorras destruyen los viñedos del señor” (Catalina) son absolutamente plausibles. La relativización de la moral y el obseno abuso del poder (económico, psicológico, familiar) tienen un grado de construcción verdaderamente envidiable. La forma de abordar la trama, así como el modo de producirla –por momentos cinematográfico- desmarcó de forma inmediata a esta producción de su propia competencia en Televisa. Incluso las actuaciones protagónicas alcanzan la potencia y la mesura, y cuando esto se rompe, la misma Catalina emite el veredicto “demasiado teatral”, como un guiño crítico al controversial trabajo actoral televisivo. Muchos de los que crecimos en los 80’s, sabemos el impacto psicológico que tuvo la interpretación de María Rubio (Catalina Creel) para compartir el escenario de nuestras pesadillas junto con Freddy Krueger (Nightmare on elm street 1984, Dir. Wes Craven). No por nada algunos entusiastas la querían lanzar como presidenta (en la época electoral de 1987) y a la luz de la historia, dicha broma hubiera sido preferible antes que conocer al otro psicópata, pues al menos la Creel en lugar de pelona, tenía peinados espectaculares, cuestión de suma importancia en aquella década y oportunidad única en que la moda nos habría salvado. La actuación de Diana Bracho (Leonora Navarro) compensa en solvencia lo que su perfil tenía de sobrado en años, pues con sus maduros cuarenta y dos, interpreta impecablemente a una dulce provinciana de veinte. Reconocidos actores deben parte de su credibilidad y carrera a esta novela, como Gonzalo Vega, Alejandro Camacho, Rebeca Jones y Rosa María Bianchi entre otros que conforman el excelente reparto. Esta telenovela fue un fenómeno social; la gran excepción a la constante de entretenimiento barato que ofreció y al parecer, seguirá ofreciendo ese formato televisivo y su misma casa productora. En nuestra bendita modernidad, esta joya se puede disfrutar completa en youtube, en 86 capítulos. Ahora que todo mundo alucina con las series en línea, es una buena oportunidad para rendirle un homenaje a la reina de la manada y celebrar treinta años el título invicto de La mejor telenovela mexicana.
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May 2021
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