Por Arisbeth Márquez Te despiertas con una ilusión similar a la del 6 de enero, día de los Reyes Magos, pero ahora es distinto. Es un poco amargo porque hay una enorme posibilidad de que la respuesta sea no. Con los Reyes Magos no existía ese escenario, sabías que te habías portado bien. Pero cada año, allí estás, llenando el formatito y armando la carpetita. Con tanto entusiasmo como cuando redactabas la cartita con tus juguetes deseados. ¡Este año será, éste sí lo es! Te levantas, pretendes que no checaste anoche la página y cuando has decidido que ya es suficiente tiempo de espera, revisas. No, aún no han cargado nada. Entonces, sondeas con colegas pero sabes que todos están igual y si supieran algo, ya lo habrían dicho. Un jugo de naranja o un café. El trabajo godín o el de casa que hacen los desempleados o ninis. Tienes dificultad para definirte. Te imaginas cómo cambiaría tu futuro. Pero ya has pasado esto, el año anterior y un año antes y otro antes de ese. La experiencia y las estadísticas dicen que no, pero la esperanza es muy terca y es lo que alimenta la ilusión. Tal vez no sea éste tu caso y enviaste lo primero que salió de tu mente, sin revisión doble ni consejos de colegas y crees que, con mucha suerte, y sólo por esta ocasión te digan que sí. En fin, ya es media tarde. Es justo y necesario volver a checar pero una parte de ti no quiere ver, porque a veces la incertidumbre es más cómoda que la verdad. Pero la curiosidad mató al gato y allí estás esperando que se cargue la página, y cuando por fin está completa, por los nervios das click donde no es. Entonces regresas y lees todos los nombres dos veces y no te encuentras. La respuesta es no. El Estado no te legitima como artista, por lo tanto, no te van a apoyar con ninguna módica cantidad que quepa en el presupuesto. Nomás no. NO. Y no importa cuántos santos volteaste o cuánto hayas creído en tu proyecto. Ahora viene el proceso de aceptar, comprender y quizá, romper algo. Es similar a un proceso de luto o al de terminar una relación amorosa, pero tristemente, éste es un proceso que conoces mejor porque cada año pasas por lo mismo. Piensas que ya sabes manejarlo y será distinto, pero otra vez, como cada año aparece la duda: ¿se me habrá ido un dedazo? Da pavor tan sólo revisar, ¿escribí algo mal? No, seguro es la historia o el proyecto, son malo. ¡No, no! No pienses eso. No debes dudar de ti. Pero ¿cómo no dudar?, si vives así el 99% del día. Algo es cierto, la vida no va a cambiar. Nadie de tus colegas dice algo. A ninguno le dijeron que sí. Y a los que sí, se llevan una lluvia de envidia de la buena y de la mala, dijera la vecina. “Es similar a un proceso de luto o al de terminar una relación amorosa, pero tristemente, éste es un proceso que conoces mejor porque cada año pasas por lo mismo” De pronto, alguien publica: “¡Ay! Me la dieron” Como si fuera un accidente. Y como en película de Pixar, tu mente se divide en múltiples pensamientos y personalidades: ¿A ella? ¡Pero ella vive en Polanco! ¡Estudió en escuela particular! ¿Y para qué se la dieron? ¡Para hacer vestidos o ropa! Mi proyecto era mejor, tenía un objetivo para la comunidad: escribir una buena historia, que después, en algún recóndito festival de cine sería vista por alguien y cambiaría su vida. ¿Cuándo se ha visto que la ropa cambie el mundo? Asumes entonces una posición correcta: seguro se lo merece, se ve que estudia mucho y viaja (yo ni a Xochimilco voy)… El Estado dijo que ella sí. ¿O será que tiene algún conocido? Maldito gobierno corrupto, seguro es eso. Ahora comienza la etapa de culpar a los otros: al gobierno y su poco presupuesto, a la maestra Marthita que te hizo confundir las esdrújulas o ¿será que cedí a todos los consejos? Luego la cubeta de realidad cae sobre ti. Es la hora de comer y escuchar a todos platicar de temas que no entiendes o ver a tu gato disfrutar de una bola de papel. Quisiera ser como él o los demás, sin ninguna preocupación acerca de becas. Finalmente, la mente se acomoda. La felicidad no depende de lo que el Estado diga o me dé, aunque hubiera sido muy bueno ganar. Lo dejas para el siguiente año, ahora a continuar picando piedra. Pero sientes ese miedo de quedarte picando por siempre, y ser como Benítez de contaduría que decía que le gustaba escribir poemas y en la Facultad soñaba con vivir de eso. ¡Qué difícil es esto!, piensas, mientras te comes tu helado de consolación (que también hubiera sido de festejo) y sabes que ya no hay lugar para el autoengaño. Y sí, le hubieras hecho caso a los papás: ser abogado o doctor. No sería feliz, al menos ahora sonrío al escribir. Y allí está de nuevo, la esperanza, pero no de una simple beca, sino la esperanza de poder crear con libertad. Esa sensación que te ayuda a continuar con la jornada de la tarde o con la limpieza del baño porque ya se tapó y tú eres la única persona que lo usa a esas horas. Y así, caminas con la cabeza en alto, aunque la vecina te vea con lástima, por no tener empleo.
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November 2020
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