Por Xésar Tena Es interesante contrastar la capacidad evolutiva de las sociedades en aspectos técnicos, en oposición a su brillante discapacidad en el horizonte axiológico. Una persona hoy podría sorprenderse medianamente de ver materializada la codiciada máquina del tiempo, pero aburrirse al descubrir que el genio únicamente logró la proeza para matar al hermano antes de acudir a la cita donde enamoró a su prometida. Aunque paradójico, Téchnê es la palabra griega que nombra la técnica -en latin artis y en nuestros días arte-, que hoy se defiende más desde su valor sensible y subjetivo. Rebasando la superficie relativa a casi cualquier dicotomía, arte efectivamente comprende ambas cuestiones en balance: máximo rigor técnico para la sensibilidad más desbordada. Volviendo al mito, la violencia no es noticia porque nunca ha dejado de ser noticia. Sin embargo, la diversificación y sofisticación de la misma ha logrado matices mucho más interesantes que los del moretón en el ojo de la esposa del diputado. La violencia económica, por ejemplo, es causa principal de la violencia en las calles y el artista que también la padece, quizás prefiere tomar las plazas y vagones por asalto, antes que a su hermano. Es evidente que la sociedad no tiene la capacidad para incluir pero tampoco renunciar a las expresiones folclóricas y artísticas que numerosos individuos manifiestan. Los caminos de la profesión creativa son largos e intrincados, los medios pocos, el reconocimiento casi nulo y los honorarios pueden ir desde la beca hasta el trueque, pasando por la taquilla y los retrasos burocráticos. El medio está diseñado para decirle al artista: tu labor es intrascendente. El engranaje económico sugiere: no aportas, pero recoge las migajas porque no hay quien cante en la misa de bautizo… de la hija del diputado. ¿No es esto inapropiado? Aidos es la diosa griega que representa la dignidad: la vergüenza que reprime a los hombres de lo inapropiado. A estas alturas, ni dignidad ni vergüenza, pero es preciso señalar que en la estadística de personas que se suicidan al año por deudas (o temor a ellas), cuentan numerosos artistas. Lo sagrado precisa sacrificios, cierto, pero apartando la interpretación maniquea de la supremacía del fin sobre los medios recordemos a un filósofo y buen cristiano -como el diputado-: “En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad." (Kant)
Si otorgamos al arte el valor que merece en el mundo, quizás aceptaríamos de una vez y por todas, que no hay precio que pueda pagarlo, ya que siendo una actividad que no puede prescindir del factor humano que la produce, tiene por ende que ceñirse a las mismas consideraciones de origen o renunciar en cambio a su componente esencial, a saber dignidad, ya que no existe arte sin humanidad -y viceversa. El caos que ha propiciado la euforia reformista del actual presidente no es precisamente alentador, pero el artista, rebelde por obligación, tiene el compromiso de rebelarse artísticamente. La rabia debe encontrar salidas expresivas e incluyentes pero manifestarse en un arte que sea diálogo y movilización continua. La indignación no alcanza para administrar el impulso de la rabia. Si el sistema funciona, es porque ejecuta la castración sis-te-ma-ti-ca-men-te, por lo que no es ocioso pensar que tal vez una acción poética planificada y organizada a largo plazo, pueda tener repercusiones más significativas, que las re-acciones escandalosas pero inocuas. La unión libre de arte y dignidad deberá mostrar ejemplos de la añorada celebración colectiva, donde el hombre sin arte se sienta indigno de vivir de tan inapropiada manera. Por ello es sustancial e indivisible. En el reino de los medios, el arte le recuerda al hombre su impermanencia y necesidad de cambio. La verdadera violencia contra el hombre, es privarlo del arte, es decir, de su propio lenguaje de transformación. El arte es alfabeto, pero también una posible sintaxis. Con el tejido simbólico que produce su obra, el artista puede y debe moldear también su realidad. Cada evento poético debe ser un trazo, fotograma de cambio, una metáfora más digna del presente. Si la realidad es un cadáver apestoso, el artista debe oficiar sepultura y ayudarle a recordar la importancia del rito: la muerte en vida se llama renovación. Cuando todo hombre se reconozca artista, se habrá hecho sola la revolución.
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May 2021
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