Por Carlos Tello de Meneses Últimamente he estado pensando mucho en superhéroes. Claro que no es extraño que la gente piense en ellos constantemente… los superhéroes están en todos lados, dominan la taquilla, la televisión, los cómics y buena parte del discurso popular. Tal vez no haya nadie sobre la faz de la tierra que no reconozca el escudo de Superman. Así que no, no es extraño que esté pensando en superhéroes. Después de todo, es un género controversial. Para algunos críticos y cinéfilos, este género es la cruz de su existencia, la razón de la “decadencia del cine actual”; para otros, un sueño hecho realidad. Y como buen tema controversial, éste invita a hacerse preguntas, y la que me ha estado dando vuelta en la cabeza es: ¿Para qué sirven los superhéroes? Obviamente no soy el primero en hacerse esta pregunta. Probablemente todos los estudiosos de la cultura popular del siglo XX se han hecho una pregunta similar. Los grandes autores del género seguro se lo han preguntado de una u otra forma, y de cierta manera, los grandes trabajos al respecto en la era moderna giran alrededor de esta pregunta. Uno de los hombres más importantes del cómic se la hizo y creó uno de los trabajos más emblemáticos del siglo XX. Con Watchmen, y otras obras como Miracleman, V for Vendetta y Supreme, Alan Moore redefinió el género para toda una generación y junto al Dark Knight Returns de Frank Miller, fundó la era moderna del cómic. La seriedad y atención que se le da al medio desde entonces le debe mucho a su obra y a la complejidad que se incrustó en ella. Sin embargo, a pesar de haberle dado una nueva vida al superhéroe, Moore se ha convertido en uno de sus mayores críticos. Para él, y muchos más (incluido yo mismo), se aprendieron las lecciones equivocadas de su trabajo. Una ojeada a los stands de cualquier tienda de cómics demuestra este último punto. La idea de que lo que otorga seriedad y madurez a un medio es directamente proporcional a la cantidad de pesimismo, violencia y sexualidad que contienen, ha definido en los últimos 20 años la manera en la que se escriben los cómics. Y sí, aunque la relajación de la censura en el medio ha dado pie a grandes obras y a que se exploren historias que antes no eran posibles, no son estos elementos los que definen la calidad de una pieza. Sandman de Gaiman no es Sandman por sus ocasionales momentos de sexualidad gráfica, es Sandman por cómo explora esa sexualidad (y miles de cosas más); Preacher no es Preacher por su violencia, y Transmetropolitan no es Transmetropolitan por su pesimismo. Incluir estos elementos sólo porque sí, no hace a un trabajo maduro, de hecho, tiene el efecto opuesto. “En muchas maneras, el género de superhéroes ya no es apto para niños. Por un lado, los autores buscan legitimización artística mientras que, por el otro, las casas editoras buscan ganancias” Esta ideología ha afectado al superhéroe más que a cualquier otro género. En los últimos 20 años hemos visto al género ser deconstruido de pies a cabeza y, aunque ha habido ejemplos notables, también ha habido otros que no lo han sido tanto. Hemos visto a Superman matar clones gemelos de Hitler con una ametralladora (no pregunten), a Spiderman matando a Mary Jane con semen radioactivo (por favor, no pregunten) y a Antman arrancándole la cabeza a un supervillano con sus dientes después de que éste se comiera a su esposa (por el amor de Dios, no pregunten). Claro que hay ejemplos brillantes de personajes renovados y explorados bajo un nuevo lente, pero en general muchos intentos han fallado porque el propósito de deconstruir algo es… proponer algo nuevo. Con las realidades editoriales que rigen tanto a Marvel como a DC (adheridas a sus particulares status quo), esta opción no es realmente viable. No sólo eso, la audiencia central de los cómics ha envejecido considerablemente y sus demandas particulares (usualmente ligadas a arrebatos de nostalgia o adherencia al ya mencionado status quo) asfixian la narrativa del medio. La idea adolescente de madurez rige buena parte del cómic de superhéroes. En muchas maneras, el género de superhéroes ya no es apto para niños. Por un lado, los autores buscan legitimización artística mientras que, por el otro, las casas editoras buscan ganancias. Esta nueva inclinación demográfica del género es una de las frustraciones principales que Moore tiene con los superhéroes. Para él es bastante preocupante que estos conceptos “infantiles” estén dominando la conversación cultural de los adultos. Una decisión -al parecer consciente- de la audiencia de infantilizarse a sí misma, de reducir la moralidad del mundo al blanco y negro, de rendirse al mito del superhéroe, de ser salvados y dejar en manos de alguien más su destino. Una pasividad que molesta a cualquiera que pueda ver el estado actual mundo. Las historias de superhéroes tienden a ser optimistas y, si algo se nos enseña al entrar a la adolescencia y la vida adulta, es que el optimismo es un engaño, un truco. Por eso es que personajes como Superman son a veces tratados con desconfianza: “por supuesto que nadie puede ser tan bueno”, “es un boy scout”, “no es cool, no es interesante”. Como suele suceder, nuestro rechazo hacia algunas cosas revela más sobre nosotros que sobre ellas. Superman no es sólo un personaje aspiracional, es un espejo. Y vernos en un espejo puede resultar difícil, desagradable. Así que cuando se nos presenta un personaje tan luminoso, tan recto, por supuesto que una parte de nosotros lo rechaza inmediatamente porque sólo acentúa nuestros defectos… nuestro egoísmo, nuestra crueldad, nuestra oscuridad. No es sorpresiva entonces la popularidad de Batman, que aunque siempre ha sido tan heroico como Superman, su bondad y moralidad se ponen a prueba constantemente y son resultado del dolor y la indignación hacia la brutalidad del mundo. Batman es “bueno” porque de otra forma se volvería un monstruo. Superman es bueno porque simplemente es así. “Así que cuando se nos presenta un personaje tan luminoso, tan recto, por supuesto que una parte de nosotros lo rechaza inmediatamente porque sólo acentúa nuestros defectos… nuestro egoísmo, nuestra crueldad, nuestra oscuridad” Las historias de superhéroes son moralinas. No hay duda de eso. Por eso es responsabilidad del escritor detrás de ellas cuestionarse y darle seriedad a esa moralidad con la que planea trabajar. Esta es otra de las críticas importantes del Sr. Moore al género. Muchas historias de superhéroes dividen la moralidad del mundo en bien y el mal. Esta aproximación es reductiva y muy difícil de hacer resonar para una audiencia adulta, pero no sólo eso… puede ser peligrosa. Dividir el mundo en una ideología de nosotros contra ellos tiene consecuencias reales. Brexit y Trump este año nos lo han recordado. Para Moore, el adulto que lee ficción de superhéroes entrega su madurez y entendimiento del mundo real para encontrar refugio en los universos “kármicos” que habitan Spiderman y compañía. No sólo es escapismo, es negación, negación de la realidad, de sus capas, de su complejidad, de su sinsentido. Para él y muchos otros, esto es imperdonable. Hay partes de estas opiniones que no puedo debatir. Estoy de acuerdo en que la ficción “escapista” puede convertirse con facilidad en una prisión y en que la concepción general del género de superhéroes es infantil. Es un género que debería ser, en su mayoría, para niños. Aun así, y con temor a estar en desacuerdo con un genio, el maestro Moore se equivoca en un aspecto fundamental: el poder del superhéroe no radica en la fantasía de la salvación, sino en la del empoderamiento. Piensen en la mayoría de las historias de superhéroes que han leído. ¿A través de quién están contadas? La mayoría ellas no las experimentamos a través de los ojos de las víctimas, sino de los héroes que vienen a su rescate. Algunos de ellos son gente común que se convierte en extraordinaria por algún accidente, otros extraordinarios de nacimiento, pero que tienen en común (en su mayoría) una decisión: usar su poder para ayudar. En lugar de usar ese poder para dominar, destruir o saciar sus deseos, los superhéroes deciden convertirse no sólo en salvadores, sino en símbolos para inspirar a la gente a “hacer lo correcto”. Esta es una mentalidad sumamente infantil, pero poderosa y muy efectiva. Al hablar de su trabajo en el género fantástico, George RR Martin dijo una vez que las historias del bien contra el mal en su obra, se habían transportado al interior. Ya no son las batallas entre los ejércitos del bien contra los del mal perfeccionadas por Tolkien, sino las luchas internas entre la luz y oscuridad propias. Estas capas de grises que habitan en todos y cuyas modulaciones dan forma a nuestras vidas. Esas mismas capas existen también dentro de esos personajes con capas y trajes ridículos… esas mismas dudas. El poder de este tipo de narrativa no radica en que éstas no existan dentro de ellos, sino en que, cuando llega la hora, estos personajes toman la decisión correcta. “Es un género que debería ser, en su mayoría, para niños. Aun así, y con temor a estar en desacuerdo con un genio, el maestro Moore se equivoca en un aspecto fundamental: el poder del superhéroe no radica en la fantasía de la salvación, sino en la del empoderamiento” Por más patético que parezca, hay todavía muchas veces que me pregunto qué harían ciertos personajes en una situación en particular. Aunque mis experiencias nunca involucran defender el planeta de amenazas intergalácticas, todos los días somos confrontados con decisiones en las que tenemos que escoger entre cosas cuyas consecuencias podrían afectar a otras personas. Muchas de éstas no son decisiones simples, no son decisiones fáciles, pero son decisiones que deben ser tomadas. A veces el sólo pensar en alguien que hace lo correcto podría ser suficiente para mover la brújula en la dirección adecuada. Esto venía constantemente a mi cabeza mientras veía My Hero Academia, un anime adaptado del manga de Kōhei Horikoshi. La premisa es bastante simple, pero efectiva: en una sociedad donde 80% de la gente tiene súper poderes (llamados quirks1) y el trabajo de Superhéroe es una legítima elección de carrera, Izuku Midoriya quiere seguir los pasos de All-Might, el mayor héroe de su época. El único problema es que Izuku es de ese 20% de la población que no tiene ninguna habilidad especial. My Hero Academia cristaliza de manera clara y potente las virtudes del género y explora, con mucho éxito, lo que significa ser un héroe. Logra conmover, pero, sobre todo, logra inspirar. Y eso es lo que hace la mejor ficción de superhéroes. Uno de los rasgos fundamentales del arte es que logra hacer una cosa: inspirar. El arte nos inspira a hacernos preguntas, a mirar adentro y afuera, inspira cambio, nos hace hacer algo. Y la función actual (no histórica) de las historias de superhéroes, es inspirarnos a querer ser héroes, a querer salvar, querer construir, querer ser mejores, no rendirnos ante la impotencia y pedir ser salvados, sino levantarse y salvarnos a nosotros mismos, pero, sobre todo, a los demás. La ficción de superhéroes vende la fantasía de que podemos hacer algo para cambiar las cosas. Es una fantasía, sí, pero una fantasía que, si suficiente gente cree en ella, puede convertirse en realidad. Probablemente nadie encapsuló el poder y relevancia del género mejor que Grant Morrison en su libro y carta de amor al género, Supergods: “Pico2 nos dice que tenemos una tendencia a recrear las historias que nos contamos. Aprendemos tanto (ya a veces más de lo que es útil) sobre nuestros modelos de conducta ficticios como lo hacemos de las personas reales que comparten nuestras vidas. Si perpetuamente reforzamos la idea de que los seres humanos son de alguna manera aberraciones antinaturales, a la deriva en el vacío siempre-invasor, esa historia se arraigará en las mentes impresionables y conformará el arte, la política y el discurso general de nuestra cultura en formas antivida, anticreativas y potencialmente catastróficas. Si contamos una historia de culpa y fracaso con un final triste, vamos a vivir esa historia hasta su conclusión, y alguna ignorante generación final, no muy lejos en el tiempo, va a pagar el precio. Si, por otro lado, enfatizamos nuestra gloria, inteligencia, gracia, generosidad, discernimiento, honestidad, capacidad para amar, creatividad y genio innato, esas cualidades se harán manifiestas en nuestro comportamiento y en nuestras obras. Debe darnos esperanza el que las historias de superhéroes estén floreciendo en todas partes, ya que son un signo parpadeante y luminoso de nuestra necesidad para seguir adelante, de imaginar las personas mejores, más justas y más proactivas que podemos ser”. [1] – Quirk – Peculiaridad, rasgo extraño. [2] - Giovanni Pico dellaMirandola, filósofo italiano del Renacimiento.
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May 2021
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