Por Xésar Tena Uno de los propósitos de la educación es el éxito. Acudimos a programas de formación con la esperanza de adquirir la fórmula (herramientas) para realizarnos en lo que nos apasiona. Es obvio que hay distintos tipos de éxito pero el más común es una riqueza desbordante con cierta porción de reconocimiento. Así, como cada uno le pone un tope distinto a su riqueza, cada quien sabe cuál es su necesidad de reconocimiento; algunos se conforman con el de sus colegas y otros no sacian su vacío ni con las grandes audiencias. Educar en su raíz es inducir, pero en el campo profesional somos inducidos a seducir a nuestro mercado. Todo el tiempo buscamos seducir a alguien con nuestro trabajo. A tu mamá, si te apellidas Freud, por ejemplo. ¿Cómo se puede aprender la seducción? No se puede. Como todo buen negocio, requiere de mucha especulación y ejecutar la acción correcta en el momento preciso. ¿Cuál es la acción correcta? Idealmente, la auténtica. ¿Es la autenticidad un requisito para el éxito? Sí, al menos para el éxito auténtico. ¿Cómo se enseña la autenticidad? No se enseña ni se aprende, se lucha por ella, se conquista permanentemente.
Y la pregunta del millón cuando nos decantamos por algún profesor o cursillo ¿esta escuela, este método, me hará exitoso en mi contexto? Es obligado pasar por todas esas interrogantes, pero ¿no convendría primero encontrar el éxito en lo privado? Hablo de escenarios donde el reconocimiento es pobre, o nulo. No debemos subestimar el poder de los éxitos cotidianos. Por ejemplo, para mí, es un éxito dormir bien. A veces lo hago solo, otras acompañado, pero es una actividad que requiere intimidad. Obrar bien, como dicen las abuelas, es otro éxito nada despreciable, si no pregúntele a un estreñido. Tener éxito en la cama, en la intimidad de la alcoba es otro éxito sin público. Hay que ser muy caradura para alardearlo, pero me parece que la pasión está llamada a ser un triunfo entre dos. Ahora bien, Goethe dijo “la carrera del actor se desarrolla en público, pero su arte se hace en privado”. SU ARTE SE HACE EN PRIVADO. ¿Somos capaces de reconocernos ante la rudeza de nuestro propio juicio, o incluso, ante nuestra deliberada autocomplacencia? ¿Cómo desarrollar la autenticidad de nuestra obra en lo privado? Ensayando. El arte de ensayar es el arte de buscar el error. Probar todos los caminos incorrectos para confirmar todas las veces posibles, un acierto poético. ¿Es posible convertirnos en nuestro propio maestro? Sin duda, pero requiere mayor disciplina. Oponerse al cómodo acompañamiento pedagógico implica un acto de rebelión que devuelve la responsabilidad al sujeto en la búsqueda de su autorealización. ¿Serías capaz de seducirte para sacar la mejor versión de ti mismo, sin desvaríos ni desproporciones? La formación radica en ello. Descubrir el propio goce, conocerlo, aprender la forma de estimularlo y desarrollarlo hasta descansar en ello. Tener éxito en el Zen, por ejemplo, es lograrse uno con el acto mismo. Si barres, barre. Si comes, come. Si caminas, camina. La provocación del título no es una premisa menor. Si tomamos el suicidio de alguien como Robin Williams y nos pusiéramos en sus zapatos el día de su muerte, seguro nos gustaría elegir entre su éxito privado y su éxito público. Dormir con la conciencia tranquila no es poca cosa. Así que si te dedicas al campo de las artes, donde es probable que con el tiempo, tu éxito se vea reflejado en un gran reconocimiento de masas, conviene primero desarrollar y construir tanto tu arte, como tu éxito, en lo privado. ¿La fórmula? Autarquía y desapego.
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May 2021
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