Por Erick Baena Crespo
¿Qué lleva a Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) a escribir sobre un joven mordido por tres tiburones en el Golfo de México y del que no puede recordar ni su cara ni su nombre, pero sí el olor a mierda fresca que brotaba de su abdomen desgarrado? No es la búsqueda de un efecto, sino la respuesta a un impulso creador, algo que no se ve, que es inasible: una brutal honestidad. “Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia”, dice Pedro Juan en su libro de relatos Trilogía sucia de la Habana. Quien ha pasado una larga temporada en el infierno nunca regresa del todo. Y Pedro Juan Gutiérrez es un ex inquilino que ha regresado con las maletas vacías. Y a golpe de ron y sexo escribe unos relatos, autobiográficos, áridos, desesperanzadores, repletos de anhelos muertos, con pizcas de humor negro y sabor a desencanto. Es un escritor que escribe desde las entrañas. Y eso es un acto de auto-antropofagia. Es hurgar dentro de uno mismo y extirpar el tumor de emociones contenidas, apagadas. ¿Acaso el escritor es culpable si lo que encuentra es un pozo lleno de porquería, o de rencores añejos, o de cuentas no saldadas? “Escribo para pinchar un poco y obligar a otros a oler la mierda. […] Ése es mi oficio: revolcador de mierda”, confiesa en dos momentos distintos de la Trilogía... Si una obra nace desde la frustación, o motivada por el fracaso, ¿debemos negarla?
“Por eso yo estaba tan desilusionado con el periodismo y comencé a escribir unos relatos muy crudos. En tiempos tan desgarradores no se puede escribir suavemente”, escribe Pedro Juan más adelante. A veces escribimos desde la frontera de nosotros mismos, bordeándola, motivados por un temor natural, salvaje, un instinto de superviviencia que hay que desobedecer. A veces, de los sentimientos más oscuros, que no reconocemos como propios, que nos avergüenzan, surgen verdades puras y desgarradoras. “¿Quiere usted decir que el artista debe ser completamente despiadado?”, le preguntaron los periodistas de The París Review a William Faulkner, a lo que él les respondió: “Un artista es una creatura impulsada por demonios… Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro”. Y Pedro Juan es un ejemplo puro de eso. En sus relatos ha creado un personaje de sí mismo que es impulsado por sus demonios. “Es un escéptico, un cínico, un nihilista”. Así lo definió alguna vez Jorge Herralde, su editor. No se trata de cultivar el resentimiento, ni de hacer apología de él. Basta con sacarlo a flote. Y transformarlo en alimento del impulso creador. Escribir es un acto de sublimación, pero el reto, lo difícil, es hacerlo desde las entrañas. Al final de cuentas, como dice Pedro Juan Gutiérrez sobre los métodos y técnicas de escritura, “cada escritor se construye a sí mismo como puede. Él solo. Sin atender a nadie. Y eso es desgarrador, pero no hay otro modo”.
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May 2021
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