Por Carlos Tello de Meneses Es fácil descartar al anime. Lo sé porque lo he hecho. Cuando era niño, como muchos otros niños mexicanos, estaba encantado con Dragon Ball, Pokemon y los Caballeros del Zodiaco (también un poco con Sailor Moon… sólo un poco). Después, llegó el tiempo en que me distancié de esos programas y pasé a otro tipo de narrativas. Hubo algunos momentos, sobre todo en cable, en que otros programas estuvieron a punto de capturarme pero otras circunstancias, como el cambio constante de horarios y las responsabilidades escolares, lo evitaron. Pasé mucho tiempo sin prestarles atención, menospreciando (como muchos) a varios anime que nunca había visto. No sólo eso, debido a lo insistentes y vistosos que son los seguidores de este estilo, llegué a desestimarlos a ellos también. Algo desafortunadamente muy común. Para muchos espectadores estar familiarizados con programas que vayan más allá de Dragon Ball, Los Caballeros del Zodiaco, Sailor Moon y Super Campeones amerita una estigmatización inmediata. El término otaku se usa con frecuencia (a pesar de ser un término despectivo en Japón). Como dije, es fácil descartar al anime (y a sus seguidores). Su estilo puede ser abrumador, su humor demasiado raro y su narrativa demasiado ajena a las convenciones occidentales (aunque esto último no es del todo cierto). Y mientras menos se diga del fan service*, mejor. Entonces, ¿por qué darle el beneficio de la duda al anime? Primero habría que definir qué es el anime. A grandes rasgos es cualquier tipo de animación proveniente de Japón (aunque no de manera exclusiva), caracterizado por un estilo colorido, personajes vibrantes y temas fantásticos. Series ya mencionadas como Dragon Ball y los Caballeros del Zodiaco son anime. En su mayoría son lo que llamo tragicomedias melodramáticas aunque sus géneros van desde el drama hasta el terror, la ciencia ficción y la comedia romántica. Y aunque la mayoría de su audiencia son adolescentes hay cientos (sí, cientos) de series aptas para niños y adultos. Como forma de entretenimiento, el anime tiene un lugar interesante en el mundo. Mientras que en occidente es un mercado pequeño, en Japón es una de las más prominentes fuentes de ficción (aunque es superado por el manga y las novelas ligeras, que usualmente son el material fuente del anime). En Estados Unidos sólo existen un par de programas animados en su prime time (horario con mayor audiencia) pero en Japón el anime forma una considerable porción con más de 400 estudios de animación (ente ellos Ghibli, Madhouse y Toei) que producen contenido. Pero este contenido no puede ser todo bueno. Y de hecho, no lo es. Muchas series anime son derivativas, repetitivas y para ser honestos, mediocres. Sin embargo, es una realidad que cualquier medio posee. En la televisión americana no todo es Los Sopranos o Breaking Bad. Como siempre sólo destaca aquello que es brillante, interesante, propositivo o espantoso. También es cierto que la mayoría del anime cuenta historias del “bien” contra el “mal” y que muchas veces ponen mayor énfasis en sus escenas de acción que en el desarrollo dramático de muchos de sus personajes. Entonces, pregunto de nuevo, ¿por qué darle el beneficio de la duda al anime? Si tuviera que reducirlo a una cosa sería ésta: la toma de riesgos. Es irónico, la misma razón que orilló a muchos jóvenes televidentes (en occidente) al anime es la misma razón por la que muchos ahora aplicamos términos como “era de oro” y “arte” a la televisión norteamericana. Esto es, que el anime toma riesgos, y lo ha hecho desde hace mucho tiempo. Series como Neon Genesis Evangelion y Cowboy Bebop empezaron a de-construir sus propios géneros hace ya casi 20 años. Los riesgos que tomaron éstas y otras series fueron tanto estructurales, como narrativos y estilísticos. Riesgos que siguen presentes. Una vez que se comienza a indagar en estas series uno encuentra que el anime ha tomado temas adultos e importantes, tratándolos y haciendo preguntas con seriedad y profundidad desde hace décadas. Incluso aquellos animes más conservadores desde el punto de vista narrativo, los más básicos y dirigidos hacia audiencias jóvenes, infunden sus historias con temas, trasfondos y cuestionamientos filosóficos. Cierto, no siempre son los más sutiles en abordar estos temas pero por lo menos no cometen un error común de la animación televisiva occidental: tratar como idiotas a su audiencia. Esa es una de las razonas por las que el anime resonó en México y Latinoamérica. Mientras que los programas importados de Estados Unidos rara vez iba más allá de la superficie en sus historias (con sus muy honrosas excepciones), el anime traído a México se atrevía a cuestionar cosas que sus contrapartes occidentales no tocaban ni por error. No eran las series más sofisticadas, ni las más evolucionadas, pero su combinación de inocencia y rebeldía, energía y dramatismo, tuvo una compatibilidad interesante con un público tan predispuesto al melodrama. Aunque no todo el anime es melodramático, desde el punto de vista dramático el anime se caracteriza por una interesante mezcla de éste y la tragicomedia. Sin embargo uno puede encontrar series que usan también a la tragedia clásica, la farsa, la comedia y la pieza como marcos. De hecho, muchas series combinan todos estos géneros, con diversos personajes y sus respectivos arcos inclinándose por uno o por otro. Mientras que la serie en macro-escala pueda ser una tragicomedia (Hunter x Hunter), un personaje secundario o un antagonista puede tener un arco trágico en toda la extensión de la palabra (Kurapika, Meruem). Series como Attack on Titan, que toman la estructura y al protagonista de un shonen** tradicional y lo mezclan con un universo despiadado e implacable (más una dosis monumental de violencia) obtiene dimensiones trágicas, para crear una historia no sólo poderosa sino que desafía cualquier expectativa. Si algo hace bien al anime, es construir mundos. En occidente no hay nada similar en cantidad. Aunque cada serie, fantástica o realista, es un nuevo universo con reglas propias, el anime lo lleva a un extremo. Cada serie nos presenta un nuevo mundo donde existen la magia, los robots, la alquimia, los demonios o una combinación de todos éstos o ninguno. El anime convierte en su misión principal servir a este mundo, desde la música y la historia, hasta las actuaciones y el estilo de animación. Así que si un día, uno no sabe que ver y no está de humor para ver de nuevo The Wire o Mad Men, una buena opción sería un anime. Hay cientos de ellos y varios de ellos están al nivel de lo mejor que tiene que ofrecer la televisión americana (Fullmetal Alchemist Brotherhood, Cowboy Bebop y Neon Genesis Evangelion vienen a la mente). Si no, siempre será más divertido ver a Gokú peleando contra Freezer por décima vez si la otra opción a ver es Mujer casos de la vida real. _____________________ * Fan service se refiere particularmente al material semi-erótico metido apropósito para satisfacer a los fans de una serie. El mostrar a un personaje femenino en ropa interior o en bikini a la menor provocación es una marca del fan service. ** El shonen es uno de los dos principales géneros del manga y anime. Dirigido especialmente a jóvenes masculinos el género tiene temas y personajes recurrentes. Dragon Ball, Los Caballeros del Zodiaco, One Piece y Fullmetal Alchemist son considerados Shonen.
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November 2020
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