Por Josué Almanza Segunda parte: Fantasía. El pop postmoderno de Wes Anderson y la metaficción de Charlie Kaufman. Es en los años noventa en los Estados Unidos que surge un interesante movimiento encabezado por creadores visuales nacidos en la época de la postmodernidad y cuya visión, aunque carente de un pensamiento heterogéneo que les otorgue identidad grupal, sí comparte características comunes que permiten identificarlos tales como la nostalgia, el uso de personajes que proceden de familias rotas o el fanatismo por la cultura pop. Spike Jonze, Michel Gondry, Sofia Coppola, Wes Anderson y Charlie Kaufman son ejemplos de esta nueva ola. Dicho movimiento, conocido como pop postmoderno, posee ciertos antecedentes que lo determinan en su pensamiento político y artístico. Uno de ellos es su influencia del Pop Art, movimiento artístico que se consolida con la crisis de cánones estéticos tradicionales y el desmesurado aumento de los hábitos del consumo y la producción. Problemas de conciencia de clase, ideología, consumo, etcétera, están íntimamente ligados a la crítica social que el Pop Art, y ahora el pop postmoderno, aborda en muchas de sus expresiones artísticas. Para el pop postmoderno, los acontecimientos posteriores al 11 de Septiembre determinan el pensamiento político y social, así como la evolución virtual, la fractura en las relaciones por el distanciamiento y fenómenos como la migración, la multiculturalidad, etc. Para la historia del Pop Art son importantes algunos fenómenos ocurridos en Europa, sobre todo en el periodo de entre guerras, que marcaron el arte. Para el pop postmoderno, los acontecimientos posteriores al 11 de Septiembre determinan el pensamiento político y social, así como la evolución virtual, la fractura en las relaciones por el distanciamiento y fenómenos como la migración, la multiculturalidad, etc. Wes Anderson es una interesante figura que representa el movimiento pop posmodernista en el universo cinematográfico, tanto en su estética como en su discurso, siendo esto segundo el punto de mi especial interés. Sin embargo, cabe hacer una especial mención a la peculiar construcción de su visualidad pues ello refuerza el distanciamiento y la poesía de sus propuestas. Douglas Keller asegura que el Pop posmoderno supone “…el final de la representación del arte, el principio de una nueva forma de arte que se definirá como ‘simulación’. Desde esta perspectiva, a partir de ahora el arte se convertirá en una mera simulación de las imágenes y objetos del mundo contemporáneo”. Es justo este punto el que me resulta más inquietante puesto que el estudio del autor debería no únicamente abarcar los tópicos a los que se remiten la mayoría de sus estudios estéticos que refieren constantemente a su visualidad y contexto. Pensar en el género fantástico hoy en día, por ejemplo, conlleva un conflicto primordial que es la incapacidad de construir universos bajo nuevas reglas para la naturaleza de la realidad sin que sea inevitable la aparición de elementos de nuestros nuevos referentes como la tecnología y la virtualidad. Tzvetan Todorov asegura que el género no implica únicamente un elemento de extrañamiento, sino una “vacilación” por parte del personaje y también del lector: aquella donde se tiene una percepción ambigua de los acontecimientos y se busca una lógica. Ni lo sobrenatural ni el miedo definen el género. Entonces, el género fantástico, aquel que no se simplifica a lo sobrenatural, se ve problematizado pues lo real paso a paso se construye frente a la mirada cada vez menos asombrada de los nuevos espectadores, es decir, hoy en día todo es posible y lo que alguna vez creímos extraordinario ya sucede en el universo del desdoblamiento virtual y los efectos de animación.
Por su parte, la simulación, mediante la representación de signos y códigos, finge aquel modelo o escenificación de lo real. Posiblemente, un truco visual trata de producir la duda sobre la diferencia entre lo real y la ficción en el espectador, generando un estado de plena ambigüedad. Por su parte, la simulación, mediante la representación de signos y códigos, finge aquel modelo o escenificación de lo real. Posiblemente, un truco visual trata de producir la duda sobre la diferencia entre lo real y la ficción en el espectador, generando un estado de plena ambigüedad. Anderson reconoce este recurso y lo aplica en la construcción de sus universos generando realidades distorsionadas. Según Baudrillard, “no se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo que ofrece todos los signos de lo real.” Según Deleuze, el simulacro, a diferencia de la copia, tiende a la diferencia como potencia, como unidad de medida y modo de comunicación. Por el contrario, la copia tiene como unidad de medida la semejanza a la identidad del modelo. De ésta manera, el simulacro es una potencia en sí mismo. Bajo la concepción anterior, Anderson construye universos en simulacro de lo real produciendo un interesante distanciamiento. “Cuando el espectador se sumerge en el simulacro, se siente partícipe en un estado inicial, pero paulatinamente, se va olvidando de que aquello que percibe es pura fantasía. Todos estos condicionantes auguran un estado de enloquecimiento y un proceso de deslimitación”. Es un fenómeno de distanciamiento semejante al del género fantástico sin que esto suponga una evolución o tránsito del género mismo. Es únicamente un modo de entender los nuevos procesos empáticos de los espectadores con las nuevas lógicas, una nueva fantasía. El posmodernismo en las artes supone un ejercicio de fractalidad que además del punto focal en las nuevas estructuras narrativas o visuales, supone un específico constructo discursivo sobre los modos de producción haciendo autorreferencia a sus carencias, vicios y debilidades. Charlie Kaufman por su parte construye universos en desdoblamiento en un proceso de simulacro en círculos de metaficción. Es interesante su estructura fractal, es decir, aquella que se reproduce infinitamente logrando un interesante desdoblamiento de realidades sin que supongan ser copias una de la otra, sino un obsceno ejercicio de exteriorización de los miedos, perversiones, sueños y frustraciones de los personajes. El posmodernismo en las artes supone un ejercicio de fractalidad que además del punto focal en las nuevas estructuras narrativas o visuales, supone un específico constructo discursivo sobre los modos de producción haciendo autorreferencia a sus carencias, vicios y debilidades. El postmodernismo así mismo establece una lógica de intercambios y transferencias de lenguajes y poéticas que lo caracterizan no bajo la idea de lograr un nuevo concepto heterogéneo, sino una diversidad de voces. Tal vez su cualidad de amorfismo es aquel elemento que constituye la extrañeza misma del género. Este nuevo movimiento en esta lógica de intercambio fractura las fronteras de las disciplinas y es apropiado a los contextos discursivos del performance o el teatro, por ejemplo. Lo interesante es cómo la propuesta abre el espectro de los procedimientos de extrañamiento, no con la intención de crear nuevos géneros, sino nuevas formas de romper los modelos estructurales del pensamiento del espectador y provocar la sorpresa, lo inesperado, lo irreal, incluso dentro de una realidad que por instantes rebasa los límites del imaginario.
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May 2021
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