Por Adrián González-Camargo El espectador se sienta en la sala. Se apagan las luces. Un espectador patea el asiento de otro. Reclaman, discuten, se arreglan. Comienzan los créditos. Termina la película. Algunos espectadores salen refunfuñando, otros satisfechos, unos más no saben qué pensar pero discuten la película mientras se dirigen a sus coches o van a tomar transporte público para volver a sus casas. El guionista, que estaba escondido entre la gente, camina lento, desconcertado. Llega a casa, abre una cerveza. Se sienta en la sala y se pregunta: ¿Para quién era esta historia? Las respuestas nunca llegan. Mira el techo. ¿Para el crítico, para nuestros amigos, para los programadores de los festivales? No, no y no. Su conciencia le responde que un crítico escribe según su estado de humor, que tal vez sea un hombre que ha visto tanto que su ojo ya se ha saturado, como el caché de un navegador de internet. Un programador de festival también ha visto muchas, tal vez demasiadas películas y probablemente odie al cine por tener que decidir qué es bueno y qué es malo. “¿Hice la película para complacer a mis amigos?”, se pregunta el guionista y recuerda que sus amigos son los más duros críticos, que creían que él era el nuevo Billy Wilder, Tonino Guerra o Aaron Sorkin. El guionista concluye que la historia debió escribirla para él, aunque el guión era para el resto del equipo que hizo la película, para que encajara en una industria que, aunque presume de liberal, no permite del todo la libertad creativa. Suspira por haberse traicionado. Se odia como nunca. Y escribe en su diario que se arrepiente de haberse traicionado. Por Rafael Martínez García Una práctica común para mucha gente cuando termina un año es hacer una valoración de lo que ocurrió durante esos 365 días. Se puede pensar en cuáles fueron los mejores viajes, las mejores fiestas, las mejores compras, la mejor música y mil cosas más... valoraciones que después dan lugar a listas con las que luego nos topamos por todos lados. Sin afán de convertir esto en una lista más, en primer lugar porque no tengo yo autoridad alguna para juzgar nada, y en segundo porque nuestro querido editor odia las listas y me mataría durante nuestra próxima junta si se me ocurre publicar una aquí, a continuación quiero hablar un poco (muy poco) de los guiones que a mí me gustaron mucho del año que concluyó. Antes, aclarar un par de cosas: Por Xésar Tena Es interesante contrastar la capacidad evolutiva de las sociedades en aspectos técnicos, en oposición a su brillante discapacidad en el horizonte axiológico. Una persona hoy podría sorprenderse medianamente de ver materializada la codiciada máquina del tiempo, pero aburrirse al descubrir que el genio únicamente logró la proeza para matar al hermano antes de acudir a la cita donde enamoró a su prometida. Aunque paradójico, Téchnê es la palabra griega que nombra la técnica -en latin artis y en nuestros días arte-, que hoy se defiende más desde su valor sensible y subjetivo. Rebasando la superficie relativa a casi cualquier dicotomía, arte efectivamente comprende ambas cuestiones en balance: máximo rigor técnico para la sensibilidad más desbordada. Volviendo al mito, la violencia no es noticia porque nunca ha dejado de ser noticia. Sin embargo, la diversificación y sofisticación de la misma ha logrado matices mucho más interesantes que los del moretón en el ojo de la esposa del diputado. La violencia económica, por ejemplo, es causa principal de la violencia en las calles y el artista que también la padece, quizás prefiere tomar las plazas y vagones por asalto, antes que a su hermano. Es evidente que la sociedad no tiene la capacidad para incluir pero tampoco renunciar a las expresiones folclóricas y artísticas que numerosos individuos manifiestan. Por Orlando Merino y Jaime García Estrada Las ficciones dramáticas audiovisuales en episodios, ya sean cotidianas o semanales, se derivan de dos grandes raíces, que a su vez provienen de la literatura: el serial cinematográfico y la radionovela. El serial en cine fue un tipo de películas que se rodaron desde finales de la primera década del siglo XX hasta inicios de los años cincuenta, justo antes del boom de la televisión, quien se adueñaría del formato para sus propios fines. La idea de crear una historia capitulada de aventuras que se interrumpía en un momento climático de suspenso para conseguir que la audiencia regresara a la sala de cine una semana después a ver la continuación, se hizo popular en prácticamente todo el mundo, atrapando la imaginación de una audiencia ansiosa de emociones vividas en las matinés y que prologaban las cintas clase B. El primer serial cinematográfico como tal se tituló Arsene Lupin contra Sherlock Holmes (1910), tuvo cinco episodios dirigidos por Viggo Larsen, producido por la compañía Deutsche Vitaskop en Alemania. Dos años después, Edison produjo el segundo serial de la historia del cine que se tituló What Happened to Mary?, dirigido por el inglés Charles J. Brabin. |
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May 2021
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