Por Gustavo Ambrosio La reina roja Mis queridos plebeyos y súbditos, les saludo desde mi palacio imaginario. En una hermosa e intelectual tertulia (té de China incluido), mis amistades y yo tocamos un tema por demás espinoso que terminó con tazas rotas y uno que otro tarro de azúcar derribado. Y es que, súbditos queridos, el premio Nobel de Literatura 2016 ha causado que la más alta esfera defensora del refinamiento artístico y del canon literario (mmm… olor a libro de pasta dura) se sintiera profundamente ofendida por el galardón concedido a Bob Dylan. “Un premio populista”, aseguró con vehemencia uno de estos amables hombres de saco de “tweed” y voz segura de sí misma. La Ilíada o El cantar del Mío Cid tienen en la actualidad versiones impresas o digitales en las que podemos leer y gozar de sus versos, estrofas, momentos y acciones, pero debemos recordar que este tipo de labores artísticas en su origen eran acompañadas… ¡Adivinen! ... de música. El mensaje lanzado por la Academia Sueca este año y el pasado, es que ha llegado el momento de cambiar la idea de que la literatura es sólo la narrativa, la poesía o la dramaturgia que se encuentra en la más estricta forma concebida por las artes entre el siglo XVIII y principios del siglo XX. El año pasado se reconoció tácitamente la labor periodística convertida en una fuente poderosa de literatura (aunque después, la querida Svetlana Aleksiévich saliera con la tontería de “novela de voces”). Este año se reconoció a la poesía que se canta, a los versos que se clavan en el oído, la memoria y el corazón. Dylan, heredero de la generación beat, de los movimientos sociales de mediados del siglo XX, de la música rural de un Estados Unidos que apenas y podía ver los rascacielos. Mis queridos lacayos, el único “pero” que pondría a este premio es que es verdad que aún existen autores vivos que son clásicos por sí mismos (y que en realidad con o sin premios son glorias) y deberían ser reconocidos, o incluso que existen escritores cuyas letras son poderosas, pero poco conocidas, como es el caso de Ismail Kadaré. Sin embargo, yo aplaudo la decisión del Nobel, no sólo porque Dylan es un genio de las letras y la música, sino porque abre la puerta a que talentos que actualmente son mirados por encima del hombro en su labor literaria por los dioses del mate y las gafas a media nariz, conquisten el lugar que les corresponde. Próxima parada: Charlie Kauffman y Neil Gaiman. ¡Córtenles la cabeza! Y las manos, y la lengua y los pies. A todos aquellos que forman parte de la masa consumidora y voraz, cual langostas de cerebro embotado, que han permitido que se destrocen películas e historias sólo porque el mercado apela a la nostalgia para llenar sus bolsillos a cuesta de un público negado a “ser adulto”. Síndrome de Peter Pan en el asiento frente al televisor o la pantalla.
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May 2021
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