Por Xésar Tena Este año se cumplen 400 de la muerte del bardo y la tragedia de Hamlet es su drama más extenso. Flavio González Mello (Ciudad de México, 1967) la resuelve en una adaptación de tres actos con un español –casi– chilango, pues no pretende que la atención se dilapide en la frontera de las palabras, palabras, palabras...“Se es o no se es” resulta ser la afortunada traducción del clásico “to be or not to be” -generalmente traducida como “Ser o no ser”- pues en este caso, la virtud del idioma español permite hacer con la frase epítome de la obra, un palíndromo o afirmación espejo, que puede leerse también en sentido inverso. Esto es relevante, ya que el concepto viene del griego palin dromein, volver a ir hacia atrás. ¿No es éste el mecanismo fundamental de la memoria? ¿Y qué es un espejo, sino un artilugio para que la imagen vuelva sobre sí misma? ¿No es ésta la obra donde Shakespeare enfrenta la ‘podrida’ realidad con su más feroz reflejo, el teatro? “Acuérdate de mí” pide encarecidamente el fantasma –reflejo- de su padre a Hamlet, y honrar su recuerdo, se convierte en el motor de la tragedia. La memoria –reflejo- es el mejor combustible de la justicia. Por ello Hamlet se aferra a ella. Y el teatro –reflejo-, guardián de la memoria, se vuelve el arma decisiva con la que Hamlet pesca al asesino de su olvidado padre. Tenemos entonces, que esta celebración de Hamlet hace uso a manos de llenas de su eje principal: el reflejo. Y cuando decimos reflejo entendemos doble, y con doble cabe lo múltiple, y con lo múltiple llega lo infinito -vigencia-. Una obra llena de paradojas donde uno de los primeros textos del príncipe danés dice “Yo no sé de apariencias” y se vale de una –la locura- para combatir otra: la adulterada coronación de su tío. Del concepto espejo, naturalmente se desprende el principio de simetría, con el que se construyen muchas convenciones poéticas del montaje. Así como en el horizonte de la psique, ser reflejo del otro también se transforma en la mejor arma de la locura -real o fingida- tanto de Hamlet como Ofelia. El difunto rey Hamlet se desdobla en Hamlet-Hijo, Hamlet-Fantasma, Hamlet-Hermano (Claudio), Hamlet-Reina (Gertrudis)… porque “padre y madre son una misma carne”. Un hermano es un doble, un hijo es un doble, una pareja es un doble, un amigo es un doble -alter ego-, y un enemigo es todavía un mejor espejo. Un conflicto es un reflejo no asumido, no integrado.
Entonces tenemos que para la imagen, la función del espejo contiene cierta economía -uno es más que uno- y multiplicidad -varios reflejos corresponden a uno-. Este planteamiento es también parte del juego que González Mello propone a sus actores, ya que la historia se resuelve con ocho intérpretes, pero todos experimentan la oportunidad del desdoblamiento: el que hace de fiel amigo (Horacio) también juega de canalla (Rosencrantz), quien asume al fantasma doliente (Rey Hamlet) también explora su reflejo tergiversado (Claudio), el joven contrincante (Laertes) explora su propia versión de Hamlet… y tanto Hamlet como Ofelia, exploran otras versiones potenciales de su razón, como estrategias de emancipación doliente. Hablando de espacio, pocas veces el espectador tiene la oportunidad de cambiar de lugar en un espectáculo. Sin embargo, aquí el uso del mismo tiene un valor, uso y significado predominante. El drama transcurre en tres actos divididos por dos intermedios, tras los cuales el público es invitado a ocupar un sitio distinto, pasando de la torre del castillo hasta el interior de una fosa. Además, esta es una puesta que se resuelve y consuma en la complejidad misma de su ensayo. Conforme la trama progresa, la ficción -apariencia- se va deconstruyendo hasta volver a su estado más puro: el salón de ensayo -espejo de la ficción/función-. Ese mecanismo desnudo del teatro, esencial y primitivo, donde se evitan los dobleces para ejercitar –ensayar– la potencia del artificio. Si lo reflejado es genuino, fortaleza. Si artificio, impostura. Hamlet es también una receta, una prescripción de conciencia para vacunarnos contra la vanidad –incluso de pensamiento- y toda superficie que infecta nuestra mirada para no ver lo esencial: la confianza que une el impulso a la acción. Es probable que el difunto rey Hamlet haya sospechado el adulterio, pero no actuó y por consiguiente su hijo –Hamlet al cuadrado- heredó tanto la falta, como el impulso trunco. Hamlet sacrifica su vida por el impulso inconcluso de su padre. Y para seguir el congruente tránsito en esta casa de espejos, también la reflexión –acción predominante del príncipe- es en sí otra variante del reflejo, un doblez de la consciencia para volver sobre sí misma. La memoria que el teatro preserva es lo que ayuda a Hamlet a ejecutar justicia y meter de nuevo al mundo a su cause. ¿Cuántas cosas decidimos olvidar por no tener el coraje de acomodarlas dónde les corresponde? ¿Cuántos olvidos construyen la impunidad que nombramos “consciencia tranquila”? Se dice que México es un país de amnésicos; aquí no hay memoria, por tanto nunca habrá justicia. ¿Cree usted que es un tema incómodo o pertinente? Da igual su opinión, es probable que también mañana la olvide. Esta propuesta protagonizada por Pedro de Tavira, Isabel Benet, Emilio Guerreo, Jorge Ávalos, Omar Medina, Sofía Sylwin, Raúl Briones y Diego Garza, se presenta de jueves a domingo a las 18:00 horas, en el foro Sor Juana del CCU hasta el 19 de junio. El reflejo cura, en esto creía Shakeaspeare. Yo creo en el teatro, aunque a veces sólo parezcan palabras, palabras, palabras…
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November 2020
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