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La risa punzante en el "Zoológico de cristal"

5/5/2018

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Por Gustavo Ambrosio
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Crédito: Secretaría de Cultura

Los recuerdos pueden jugar con nuestra mente de maneras muy peculiares. Reviven muertos, reducen culpas, exaltan deseos, transforman los espacios recorridos. A veces, cuando ese pasado es penoso y asfixiante, el recuerdo puede aligerarlo, transformando la solemnidad de una crisis en una carcajada lastimera.

Diego del Río trae El zoológico de cristal, primera obra de Tennessee Williams, al Centro Cultural Helénico dando en el clavo  de la sugerencia del escritor estadunidense hacia su texto: no es un melodrama convencional, sino una “comedia de la memoria”.

A diferencia del achatado conflicto interno de su montaje de La Gaviota de Chéjov, aquí se ve una dirección mucho más cómoda y funcional que logra fundir bien los fragmentos de la memoria de Tom, un poeta frustrado, de aquellos días donde su madre obsesiva buscaba un esposo para Laura, su hermana mayor, encerrada en un mundo de ilusiones frágiles, ensombrecida por los efectos de la polio en su niñez.
​
El conflicto resuena por todos lados, porque es una evocación. El drama está en las paredes, en un sillón, en la comida, en los ruidos fuera de escena, en los animales de cristal que tan recelosamente guarda la hija mayor de la familia Wingfield. El simbolismo dado desde la dramaturgia, es explotado al máximo por del Río en la escenografía (¿influenciada por la adaptación de Paul Newman en 1987?) y la disposición de la narrativa de Tom.

"El tono de la obra encuentra en el público mexicano recovecos de risa que, estoy seguro, en el público estadunidense no aparecen. La exageración de los personajes parece ser motivo de una farsa, pero no lo es; ellos viven en esa realidad, sufriéndola a un nivel de patetismo".

Si acaso, por efectos de inicios de temporada, el momento de clímax entre Laura y Jim, el supuesto pretendiente de la joven, parece demasiado acelerado y no hay pausas suficientes para saborear el momento de incomodidad ni para escuchar cómo se quiebran todas las esperanzas de la familia.

El tono de la obra encuentra en el público mexicano recovecos de risa que, estoy seguro, en el público estadunidense no aparecen. La exageración de los personajes parece ser motivo de una farsa, pero no lo es; ellos viven en esa realidad, sufriéndola a un nivel de patetismo. La risa, entonces, se transforma en un vidrio cortante que termina por  romperse al final con el doloroso diálogo de Tom.

Del reparto, todos los actores, encabezados por Blanca Guerra, presentan interpretaciones dignas del texto, sin embargo, hay momentos en los cuales uno echa de menos los matices sugeridos por Williams en sus personajes. Guerra, David Gaitán y Pedro de Tavira, emanan mucha fuerza interpretativa, pero no hay mucha variación a lo largo de sus intervenciones. Por su parte, Adriana Llabrés se come la función. Su actuación combina gestualidad, miradas, movimientos, voz y presencia para construir una Laura entrañable, llena de una belleza melancólica.

Traduciendo el título original de la obra, ésta se llamaría La casa de las fieras de cristal. Una oración concreta de la esencia humana. Familias carcomidas por el sueño de ser algo trascendente, por los recuerdos de un pasado aparentemente mejor. Personas atrapadas en una cotidianidad con un futuro que gira en torno al éxito y la “superación personal”. Gente destinada a mirar casi con envidia la “vida” en esas ficciones heroicas o románticas del cine comercial.

El zoológico de cristal encuentra un eco contemporáneo en ese espejo de los personajes hacia la sociedad. Nosotros somos ellos. Animalitos frágiles encerrados en nuestra incapacidad. Expuestos a una risa por lo patético de una mente positiva que sueña una idealizada vida materialista. Las fieras tristes “enjauladas” en el escenario no hacen más que reproducir nuestras “aventuras” diarias entre cuatro paredes.

El zoológico de cristal estará hasta el 24 de junio de jueves a domingo en el Centro Cultural Helénico.

Gustavo A. Ambrosio Bonilla (Pachuca, 1992)
Antes que cineasta, cinéfilo. Becario en la Fundación para las Letras Mexicanas en Dramaturgia.
Periodista. Crítico de cine. Guionista del CCC
. Dirigió el corto “¡Están curados”. Ganó el Festival de Guión Cinematográfico en la categoría de cortometraje en 2016.
Ha sido seleccionado con guiones de largo y corto en Oaxaca Film Festival y Shorts México.
​Su película favorita es Las Horas de Stephen Daldry

@guskubrick
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