Por Santiago Fernández Trejo Dependiendo del lugar, pocos o muchos sonidos indican que la ciudad ha despertado, está trabajando arduamente o bien quizás se disponga a descansar. Si acaso descansa. Las historias que protagonizamos a diario se hacen poco más o menos con un guión, para algunos más que eso será una plantilla muy parecida a la de la siguiente semana: casa-trayecto-escuela o trabajo-comida-trabajo-trayecto-casa. Algunas variantes habrá si se pasa a hacer compras, alguna reunión o quizás actividad deportiva. De manera cotidiana, pasamos de un entorno sonoro a otro sin apenas reparar en ello, salvo que el mismo denote algún suceso que no le corresponda dentro de la lógica conocida: salir de casa para ir a la escuela o a trabajar, volver a casa horas después, con otro conjunto de sonidos que de manera sutil o contundente nos informan que el tiempo ha pasado. ¿Alguien repara en ello? Salvo las actividades directamente relacionadas con expresarnos de manera sonora; como el habla o el canto, la mayoría de las acciones con las que construimos de manera colectiva el paisaje sonoro[i] no tienen como fin producir sonido, más bien éste resulta de la operación de máquinas, nuestro andar, y un inmenso etcétera. Paradójicamente, muchas de las condiciones que resultan molestas en términos acústicos tienen origen en acciones humanas: ejemplo arquetípico es el accionar de manera violenta la bocina del automóvil en medio de un congestionamiento vial, con el único resultado de incitar a otros para construir un concierto estridente y caótico. ¿Qué sonidos le estoy dando a mi entorno?, una pregunta quizás intrusiva e irritante; ¿cuáles de ellos puedo evitar?, aceptémoslo, hay manifestaciones que podemos evitar. El conjunto de paisajes sonoros en los que participamos al realizar nuestras actividades para a formar parte de una especie de catálogo de sonoridades que se alojan en alguna parte de nuestros recuerdos y a partir del interés que tengamos por ellos serán interpelados a partir de la repetición o evocación del suceso. Así, quizás deseemos tener recuerdos más agradables, sonoridades más agradables en la medida de lo posible; una ciudad cuyos sonidos queramos conservar, pues en alguna medida, dan cuenta de las manifestaciones culturales de cada época. De la misma manera que cambia la fisonomía o usos de los lugares, cambia también su paisaje sonoro y es importante preservar esas sonoridades cuyos fines pueden ser el estudio o la simple escucha y evocación. ¿Por qué es importante conservar registros sonoros de una ciudad?, la siguiente cita que reseña los sonidos de la Ciudad de México en los albores de siglo XX es contundente: No podían faltar los billeteros ni los voceadores, que gritaban con suma emoción y hasta la exageración las últimas noticias del día. Las mujeres se especializaban en la venta de alfajores de coco, buñuelos y aguas frescas de horchata, limón, piña, tamarindo y, principalmente, chía, por lo que se ganaron el sobrenombre de “chieras”. En las calles menos céntricas, todo aquel consumado bebedor de aguardiente podía curar la “cruda” con cabezas de cordero asadas que sus distribuidores anunciaban con el repetido grito de “¡cabezas calientes!”. Este altisonante pregón se alternaba con el de aquellos que ofrecían requesón y queso fresco. Había también “domadores de pulgas”, que vivían “de mostrar al público las habilidades de sus minúsculas y poco pulcras ‘pupilas’” (de los Reyes, 2006: 30) La cita denota una gran cantidad de información sobre las actividades, los productos que los vendedores ofrecían y alguna parte de los textos de sus pregones, todos esos sonidos ya no pueden ser escuchados, de ninguno de ellos tenemos registro original pues la tecnología de entonces apenas permitía grabaciones sonoras muy deficientes. En cierta medida, en ese tiempo todavía se podía percibir la aún naciente Ciudad de México aquel paisaje “hi-fi” schaferiano. Ahora que la tecnología nos permite grabaciones multicanal y en calidades inmejorables, los sonidos de la naturaleza han sido enmascarados por los sonidos de las propias máquinas mediadas por el ser humano, ya sea para el trabajo, ya sea para desahogar sus impulsos primitivos. A nadie le gusta eso. Referencias De los Reyes, A et al (2006) Historia de la vida cotidiana en México: Siglo XX. La imagen ¿espejo de la vida? (1ª. ed.) México: Fondo de Cultura Económica [i] Soundscape, paisaje sonoro, término propuesto por el músico y teórico canadiense Murray Schafer para referirse a un entorno sonoro delimitado, en analogía con el término en inglés landscape. Schafer propuso dividir la sonoridad del mundo en paisaje hi-fi, para referirse a los entornos naturales en contraparte a lo-fi, que se refiere a los sonidos de las máquinas.
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