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“A mí nunca me ha gustado encasillarme”: Luis Jorge Boone

3/5/2017

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Por Erick Baena
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Un catálogo en el que despliega todos sus recursos narrativos. Desde los poemas dedicados a la serie de televisión True Detective -que, a su vez, funcionan como intermedio-, pasando por los cuentos dialogados, hasta los estrictamente formales. Eso es Figuras humanas (Alfaguara, 2016), el libro más reciente de Luis Jorge Boone (Coahuila, 1977), quien reafirma con este volumen de relatos que el estilo es también una variación de la forma. Quizá por esa razón, Boone utiliza la palabra “material”, como si se tratase de un yeso que se tiene que cincelar, cuando se refiere a la creación literaria, a sus cuentos, a su obra. 
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“Como lector, me gustan los libros que son un catálogo de formas. En este libro hay un cuento que explota la oralidad norteña y otro, como Resistencia del agua a evaporarse, que está construido por instantes, como estampas de una sentimentalidad, pues los personajes buscan, en el sexo, una exaltación. Hay otros relatos muy pausados, como el Hotel de Ánimas, en el que corren al personaje de su casa para que ocurra algo en la vida. Lo que más me apasiona de la escritura es eso: que te permite ser otro”, dice en entrevista.
 
Narrador, ensayista y poeta, Luis Jorge Boone fue becario del programa Jóvenes Creadores del FONCA, y de la Fundación para la Letras Mexicanas. Ha recibido 12 premios nacionales, entre ellos el de Cuento “Inés Arredondo” 2005, y el de Literatura “Gilberto Owen” 2013. Es autor del poemario Traducción a lengua extraña (2007), la novela Las afueras (2011), y el libro de cuentos Largas filas de gente rara (2012). 
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¿A qué obedece la estructura que elegiste para el libro (dividida en apartados: Tiempos de paz, Tiempos de guerra, Intermedio: memorias de una guerra civil, Tiempos de tregua, Tiempos de ocupación y un Epílogo: Las guerras floridas), que se asemeja más a la de una novela?
Es raro que un libro de cuentos tenga una estructura más parecida a la de una novela: pensada temáticamente, dosificando ciertas acciones, poniendo relevancia en ciertos personajes, y luego intercalándolos con sus opuestos o con voces complementarias. Yo así pienso mis libros de poesía. La estructura, para mí, es una apuesta, una oferta al lector. Y eso es el principio de la forma, que en literatura lo es todo.
 
Esa estructura también sugiere una ruta emocional…
En la vida nos enseñan a evadir los conflictos. Hay una especie de sobreprotección, tanto de la sociedad, como de la familia. El ideal es no tener conflictos; vivir en paz. Pero es imposible. José Antonio Marina, filósofo español, dice que la cultura es una lucha entre dos necesidades: la necesidad de estar exaltados, y la necesidad de estar tranquilos, pero al mismo tiempo. Es nuestra gran contradicción. Quise retratar, en el libro, esos ciclos emocionales. Necesitamos esa gran pasión que nos desborde, que nos saque de nosotros mismos, que nos haga sentir que trascendemos, que alcanzamos el misterio del otro, para después encerrarnos en nosotros mismos, y ondear una bandera blanca. Esos ciclos se van cumpliendo a lo largo del libro. Me interesaba que se retratara ese vaivén en el que vivimos. Un libro no puede ser una línea recta. Como autor tienes que tener la sensación de que, en ese volumen, te vaciaste, lo dejaste todo.   
 
En función de la trama, entonces, ¿defines la forma?
Hasta cierto punto. Evalúo los materiales, y me digo: “Esto me puede servir para alcanzar este tipo de prosa”. O de pronto me encuentro con un poema, que también es una narración y decido incluirlo. Me interesaba poner a dialogar diferentes formas, jugar con ellas. Pienso en la trama o imagen, incluso sentimiento o tema, así, a eso le puedo arrancar una forma, una estructura. Puede que, como escritor, pienses que un cuento no tiene nada que ver con otro, pero en la mente del lector hacen “click” gracias a la distancia que hay entre ellos o a la separación por temáticas.
 
¿Qué piensas de los géneros puros?
Los géneros, en realidad, le interesan a quien los estudia, y trata de separar los materiales, es decir, delimitar fronteras. No obstante, tanto los lectores, como  los autores, incluso ciertos estudiosos, lo que quieren es que abunde la mezcla, que haya más piezas híbridas.
 
En Figuras humanas hay una visión cruda de las relaciones amorosas y varios temas que se entrecruzan, como la memoria y las familias disfuncionales. ¿Identificas a estas como tus inquietudes literarias?
Nunca las había abordado así, de frente. Había escrito de otras cosas, un poco a las afueras. La familia, además de la sociedad, nos invita a ser parte de una felicidad que en realidad no existe. Creo que estos temas, que quise abordar en el libro, reflejan mi resistencia a los estereotipos. Nos dicen: “La felicidad es encontrar a alguien que te quiera toda la vida sin importar tus defectos”. ¡Y eso está cabrón! El amor es una montaña rusa en donde subes, bajas, te vuelves a enamorar, te desencantas un poco, regresas por algo que piensas que olvidaste y luego te quedas porque encuentras cosas que te hacen sentir bien, y que no sabías. Es un ir y venir, lleno de altibajos, es una marea que crece y se retrae y que luego, de pronto, deja la playa sola. Nadie nos prepara, ni nos dice que en eso consiste el amor: en un vaivén, en una búsqueda constante.
 
Entonces, ¿consideras Figuras humanas uno de tus libros más honestos?
Cuando inicié mi carrera, en los primeros 3 o 4 años, pensaba que la literatura era la mejor cara de uno mismo: el rostro más pulcro y acabado. Afortunadamente, desde hace 10 años, estoy convencido de que la creación debe de ser la parte más potente, más fuerte y, a la vez, la más inacabada de uno mismo. No sé si sea mi libro más honesto, pero sé que cada vez, libro a libro, me acerco a ciertas zonas de mí mismo de las que no había hablado. A veces buscamos que la imaginación nos lleve a un sitio lejano, perfectamente construido, que nos consuele de nosotros mismos. Pero también queremos la confrontación, la realidad imperfecta, un lugar en el cual podamos reflejarnos con toda asimetría, con todas las experiencias inacabadas, con todas las dudas. Eso puede producir un encuentro. Empiezas a escribir desde la periferia, y temes acercarte al centro, pero a medida que encuentras la forma de lo que eres, descubres que debes ir hacia la profunda honestidad. De ahí también sale una forma y una belleza que, aunque no lo sepamos, también nos define.  
 
¿Quiénes son tus cuentistas de cabecera?
Me gustan los cuentos de ciertos escritores a los que se les conoce más por novelas, como Don Delillo (que tiene sólo un volumen de cuentos, pero es perfecto) o Scott Fitzgerald. Me emociona descubrir sus acercamientos a un género distinto sin que dejen de ser ellos. Hay otros autores que, aunque no sean cuentistas, me enseñan cómo hablar de la derrota, de la sentimentalidad, de la melancolía, como Leonard Cohen. Y aunque sea un poeta, me enseña a narrar, a aspirar a ser brutal.
En los cuentos de Richard Ford encuentras personajes en busca de una revelación que podría ser su propia desgracia. O Cormac McCarthy quien, aunque no tiene cuentos, en su novela Todos los hermosos caballos, hay páginas enteras que son poemas. Daniel Sada es un cuentista que, de anécdotas mínimas, te da clases de lenguaje.
 
¿Qué tanta autobiografía hay en tus cuentos?
Hay mucho de autobiografía en todos los libros. Verse a los ojos es un ejercicio que me interesa cada vez más. Yo creo que hubiera sido un error tratar de contar la historia de los demás. Hay mucha autobiografía, pero también mucha imaginación. O sea, mucha necesidad de la forma. El disparador de toda obra, casi siempre, tiene que ser la propia vida.
 
¿La vida es una guerra?
A falta de una metáfora más exacta, diría que la vida es una confrontación constante, una guerra de baja intensidad, en la que de pronto haces tregua con aquello con lo que estás en pugna o te declaras derrotado, y dejas que esa otra fuerza que te avasalló, te ocupe.
 


Erick Baena Crespo (Ciudad de México)
Periodista, editor y guionista. Estudió Comunicación Social en la UAM X. Fue Coordinador Editorial en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF). Es egresado del Curso de Guión del CCC. Obtuvo el 2do. lugar en el Concurso Latinoamericano de Argumentos de Largometraje de Ficción 2015. Y recientemente ganó el primer lugar, en la categoría de reportaje, de la Presea al Periodismo Miguel Ángel Granados Chapa. Actualmente colabora en Milenio Diario.

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