Por Graciela Manjarrez The People vs. OJ Simpson es la primera entrega de la serie antológica American Crimen Story, creada por el showrunner Ryan Murphy y escrita por Scot Alexander y Larry Karazewski. La serie está basada en el libro The Run of His Life: The People versus O. J. Simpson de Jefrey Toobin (1997), que trata sobre los asesinatos brutales de Nicole Brow y Ronald Goldman, así como de las investigaciones, el juicio y el veredicto de no culpabilidad del principal sospechoso O.J. Simpson, ex esposo de la Sra. Brow. La serie consta de 10 capítulos con duración de 40 minutos. La estructura de ésta es seriada, es decir un capítulo lleva al otro y así sucesivamente. Sin embargo, lo verdaderamente interesante de The People vs. OJ Simpson es que cada episodio arranca con un pequeño teaser que suministra información aledaña de los personajes involucrados en la historia (y que será el centro de ese capítulo) o, también, sobre el contexto social en el que se dieron los hechos. No resulta gratuito que el capítulo 1 arranque, precisamente, con las imágenes reales de la paliza que le propinó la policía de Los Ángeles a Rodney King (ciudadano afroamericano), tres años antes de los asesinatos de Brow y Goldman, y que provocaron los mayores disturbios raciales en la historia reciente de los Estados Unidos. Así, el juicio en contra de la ex estrella de futbol americano estuvo enmarcado por esta herida abierta en la sociedad y, de hecho, formó parte de los alegatos centrales de la defensa: el racismo de la policía de los Ángeles (en este caso encarnada por el detective Mark Fuhrman) contra la comunidad afroamericana (O.J. Simpson). Alexander y Karazewski apuntalan, así, que el jurado, compuesto en su mayoría por mujeres afroamericana, apostó por la no culpabilidad de O.J. Simpson para reivindicar a la comunidad de lo continuos abusos y humillaciones brutales constantes por los otros, los policías, los blancos. Los cuatro agentes acusados de uso excesivo de la fuerza contra Rodney King fueron absueltos, dos años antes de los homicidios, en una corte en Simi Valley. ¿Revanchismo?, probablemente. ¿Enojo?, a lo mejor. ¿Evidenciar la impunidad blanca?, por supuesto que sí. En este sentido, The People vs. OJ Simpson no es otra serie de detectives y abogados tratando de descubrir e inculpar a un sospechoso, es una meticulosa radiografía del racismo y la discriminación que aqueja[ba] a la sociedad norteamericana [¡y a la del mundo entero!]. Los capítulos tienen escenas o diálogos difíciles de olvidar: “¿Podemos, podemos llevarnos bien todos?”, un hombre dice con la voz entrecortada, tras mirar una ciudad que arde. “Que encierren a ellos, los negros”, dice un O.J. Simpson exaltado. La prepotencia de un oficial blanco se impone a Jonhnnie Crochran y sus dos hijas negras. Un O.J. Simpson de piedra mira desde lo alto a tres detectives del departamento de policía de Los Ángeles. Afroamericanos sintiéndose superiores (Johnnie Cochran: abogado defensor) a otros afroamericanos (Christopher Darden: abogado acusador). La serie demuestra que el odio hacia el otro va más allá del color de piel… o del género.
Marcia Clark fiscal de distrito fue blanco de los comentarios discriminatorios no sólo de la prensa, sino de sus colegas, sus oponentes y su marido, quienes la tacharon directa o indirectamente de mala madre, mala abogada, mala representante de la femineidad. Los seres humanos no necesitamos de mucho para mostrar el rechazo al otro, ¿o sí?. Eriza los cabellos la manera fría y calculadora con la que jueces y abogados escogieron al jurado que condenaría al ex estrella de futbol: mujeres, afroamericanas, que mostraría su simpatía por el sospechoso, a pesar de escuchar las repetidas llamadas de auxilio al 911 de la Sra. Brown para que la salvaran de su marido. ¿Acaso era una estrategia de la defensa que las mujeres afroamericanas cargaran con una mujer blanca por “meterse” con “sus hombres”? Pero, también, The People vs. O.J. Simpson demuestra, con creces, aquello que Mario Vargas Llosa apuntaba en su ensayo La civilización del espectáculo: ¿Qué quiero decir con la civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar de la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solas, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencia a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo específico de la información, la proliferación irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo (el subrayado es mío) [1]. Más allá del tono de abuelito regañón (o de que el propio Vargas ¡Hola! ha hecho realidad sus palabras al aparecer, en últimas fechas, en la portada de una revista que se nutre de la chismografía y el escándalo), algo tiene de cierto esta cita en relación con el juicio de O.J. Simpson, éste fue de todo menos de O.J. Simpson. Resultó un circo mediático, donde prensa y espectadores salieron ganando. La serie se encarga de mostrar, de manera explícita, la atención que recibió el caso por parte de distintos medios (desde la persecución de Simpson en su Bronco blanca por las autopista de Los Ángeles; hasta el cambio de imagen que sufrió la fiscal Marcia Clark por presión de los “fashionistas” de la televisión; pasando por el ego exacerbado de los abogados de Robert Shapiro y Jonhnnie Crochan, quienes peleaban por el micrófono y los reflectores; o la retórica retorcida que utilizaban unos y otros para contar los mejores cuentos con el fin de convencer al jurado, es decir al otro, al espectador). Por supuesto que la televisión y la prensa escrita no escatimaron en recursos económicos con tal de llevarse las mejores imágenes e información y, por ende, a la audiencia. La frivolización de este doble homicidio dio como resultado que una corte civil, tres años después, condenara a O.J. Simpson a pagar 33,5 millones de dólares por daños y perjuicios a los familiares. “A veces el dinero es lo único que hace justicia”, le espeta un soberbio Jonhnnie Crochan a un enfurecido Christopher Darden. Es decir, en el juicio inmediato contra O.J. Simpson las revuelta raciales de 1992 y la atención mediática jugaron un papel decisivo en el veredicto de no culpabilidad de la ex estrella del futbol, a pesar de que las evidencias apuntaban a él y a su comisión del delito. De un asesinato brutal se pasó a una banalización de la violencia doméstica. De un río de sangre se pasó a la burla de unos guantes que no le quedaban al sospechoso. Lo acertado de The People vs. O.J. Simpson o es que, además de presentar la historia de un crimen, bien documentada, es un punto de reflexión sobre los seres humanos, la sociedad y los tiempos que corren. Acaso, ¿nosotros, los espectadores, no seremos parte de este círculo banal? _________________________________ [1] Vargas Llosa, Mario. (2009). La civilización del espectáculo. Letras libres. Febrero: http://bit.ly/1Tvhi0m
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