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Televisión: reseñas y análisis

BoJack Horseman y la ruptura del alma

9/18/2017

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Por Gustavo Ambrosio
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Actualmente, Netflix puede presumir de tener las obras cumbres de las series animadas en su plataforma. Dos producciones con un afilado manejo y mezcla de géneros: Rick & Morty  y BoJack Horseman.

Si bien la primera temporada del caballo, autodestructivo actor de una sitcom de los años 90, pareciera “otra serie animada gringa más de humor negro”, la verdad es que Raphael Bob-Waksberg ha logrado demostrar que la lógica del universo de “Hollywoo” es mucho más profunda y dolorosa, en donde la risa es un mero paliativo o hasta un reflejo exacto de lo absurdo de la vida.
En la cuarta temporada, Bob-Waksberg realiza un efectivo cambio de estructura donde el protagonista se transforma por momentos en un aparente secundario o pivote que consigue que otros personajes de la serie tengan un papel preponderante.

Después del trágico final de la tercera temporada, la cuarta es un punto de reinicio a partir de la anagnórisis de todos los personajes, pero sobre todo poniendo el dedo en las relaciones paterno-filiales, la maternidad y sobre todo el terrible paso del tiempo.
Es gracias a estos temas que permean la temporada que dos personajes se roban el “show”: Beatrice, la madre de BoJack, y la Princesa Carolyn, su ex amante y manager.

“En un tono que recuerda a O´Neill y a Ibsen, la escena final de ese capítulo, el encuentro final entre BoJack y su madre, se enriquece gracias a los diálogos que evocan, en el plano abstracto de ese mundo de ficción, paliativas frases de ilusión"

Beatrice se transforma de la “maldita perra” madre del protagonista, a ser una mujer destrozada por la vida. El capítulo dedicado a ella es quizá la cúspide hasta ahora del trabajo narrativo y dramatúrgico del creador de la serie. Un episodio narrado a partir de un flashback a través del filtro de una mente carcomida por la vejez y la demencia donde entendemos que las heridas que cargamos no necesariamente empiezan cuando nacemos, sino van más allá, incluso antes de que existamos.

La construcción de la señora Horseman recuerda a la Violet Weston de August: Osage County de Tracy Letts. Una mujer (o yegua) enfrentada a una vida con un margen de error mínimo. Donde el equivocarse fue su destino y el dolor le robó lo poco de amor que le quedaba.

En un tono que recuerda a O´Neill y a Ibsen, la escena final de ese capítulo, el encuentro final entre BoJack y su madre, se enriquece gracias a los diálogos que evocan, en el plano abstracto de ese mundo de ficción, paliativas frases de ilusión. Palabras dulces que son el último encuentro entre los dos, al menos en esta temporada, y que concluyen con la sonrisa de una mujer que perdió toda posibilidad de amor desde que era niña.

“... el último capítulo de la temporada nos hace reflexionar acerca de esa trivialidad tan trascendental: las manecillas se mueven siempre hacia adelante, nunca hacia atrás”

Conectado al tema materno se desarrolla también el drama de la Princesa Carolyn. Una mujer (felina o como lo quieran ver) que jamás ha podido tener algo propio porque su trabajo es dar todo para que otros tengan lo suyo. Entonces, la posibilidad de formar una familia se torna en una obsesión para ella.

Pero no sólo es el deseo de tener un hijo, sino la obsesión de persistir en el futuro, de no ser olvidado, de saber que serás querido aún cuando hayas desaparecido y que pueda quedar un vínculo de ti.

Una obsesión que se va diluyendo conforme llegan los embates del tiempo. Donde las decisiones cuentan más de lo que nos imaginamos y donde los cientos de relojes que aparecen en el último capítulo de la temporada nos hacen reflexionar acerca de esa trivialidad tan trascendental: las manecillas se mueven siempre hacia adelante, nunca hacia atrás.

BoJack Horseman no sólo es una sátira del mundo del espectáculo y el cine en Estados Unidos, es una obra maestra de las series animadas que deja muy lejos la era dorada de Los Simpson, y hace ver la Casa de los dibujos, South Park y Padre de familia como farsas bobaliconas.
BoJack es la serie más adulta y poderosa que tiene Netflix, y quizá de las que estén en transmisión.

Una serie sobre el vacío de nuestros tiempos y que nos recuerda que todos, sí, todos, nacimos rotos


Gustavo A. Ambrosio Bonilla (Pachuca, 1992)
Antes que cineasta, cinéfilo. Periodista en Grupo Milenio. Crítico de cine. Titulado de Guión Cinematográfico del CCC. Dirigió el corto “¡Están curados”, es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en Dramaturgia. Ganó el Festival de Guión Cinematográfico en la categoría de cortometraje en 2016. Ha sido seleccionado con guiones de largo y corto en Oaxaca Film Festival y Shorts México. Su película favorita es Las Horas de Stephen Daldry
@guskubrick

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