Por Carlos Tello de Meneses Vega Un programa de televisión es como una relación amorosa. El piloto es la primera cita, a veces es perfecta y un indicativo de una gran relación por venir (Breaking Bad, 2008), a veces menos ideal (Seinfeld, 1989), pero “con un algo” que te obliga a quedarte y terminas en un gran y apasionado amor. Y también existen los casos contrarios: grandes primeras citas que se convierten en relaciones tormentosas (Héroes, 2005). Hay series que son como las relaciones de confort: no son el gran amor de tu vida, pero te ofrecen risillas constantes (The Big Bang Theory, 2007), emociones pasajeras (Arrow, 2012), o incluso un disgusto malsano constante (Los Nuevos Simpsons, Las últimas temporadas de How I Met Your Mother). Finalmente, están las series de las que te enamoras, aquellas que se vuelven no sólo parte de tu vida, sino que se integran a tu ser y nunca las olvidas. Y son precisamente esas series, los grandes amores de tu vida, a las que duele verlas morir sin previo aviso. Sus muertes no anunciadas, trágicas y súbitas son el constante temor con el que viven muchos de los versados televidentes mundiales. Estoy hablando, por supuesto, de las Cancelaciones. Las cancelaciones pasan por muchas razones. Bajas audiencias, caras producciones o, incluso, el ego detrás de ellas. Una serie con éxito mediano puede sobrevivir a otra de mayor audiencia si esta última provoca más problemas de los que la cadena o productora estén dispuestas a lidiar. En los anales de la TV ha habido cancelaciones por razones tan bizarras como aquellas por las que otras llegaron a existir. No es sorpresa que la mayoría de las cancelaciones pasan sin pena ni gloria. Muchas series son canceladas cada año. Series que, como sus cancelaciones, son simples anotaciones dentro de las TV guías. Sin embargo, cada año hay una o más cancelaciones que le duelen a un televidente en el alma. Ya sean los críticos o los fans (o ambos) los que lloren por ellas, estas series, y sus cancelaciones, tienen un impacto profundo dentro del terreno de la TV. En ocasiones, los gritos y protestas de los fans logran revivirlas: como Jericho, que regresó a una segunda temporada gracias a una campaña masiva que organizaron sus fans a la televisora, o Community, una serie que ha vivido bajo el inminente peligro de la cancelación desde su primera temporada. Otras veces, encuentra vida después de sus muertes, como en el caso de Star Trek, cuya serie original fue cancelada sin más y sólo sus continuas repeticiones nocturnas generaron una nueva audiencia que provocó su regreso. Sin embargo, la mayoría de las veces, las protestas, correos y peticiones en línea de los fans se quedan en sólo eso. Recuerdo haber firmado alguna vez una petición (y también haber iniciado una) clamando por el regreso de la Obra Maestra de David Milch: Deadwood. Cancelada por una combinación de altos costos (,co-producción de HBO y Paramount) y una audiencia menos glamorosa que otras series de la cadena, Deadwood fue una de las mejores series hechas por HBO. Pero nada de esto bastó para salvarla, y hoy, a casi 8 años de su prematura muerte, todavía hay rumores de vez en cuando de su posible resurrección. Sin embargo, justo como en las relaciones amorosas, a veces hay que aceptar lo sucedido y seguir con nuestras vidas. Y justo como con ese gran amor que se fue y entonces pensamos que no volveríamos a amar, la vida nos demuestra lo equivocados que estábamos. Después de todo, tras la partida de Deadwood sólo tomaron dos años para que llegara Breaking Bad a nuestras vidas. Y en esta llamada Época de Oro de la Televisión, siempre hay un nuevo gran amor a la vuelta de la esquina. PD: En caso de que una serie que ames demasiado sea cancelada súbtiamente, he aquí las mal apropiadas etapas del duelo (que en realidad fueron descritas para la aceptación de una enfermedad terminal). Negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. 1) Negación: "No puedo creer que hayan cancelado _insertar serie que amas_" 2) Enojo: "¡Estúpidos ejecutivos! ¿Cómo se atreven?" 3) Negociación: "¿No quieren mejor cancelar _insertar serie que odies_?" / ¿"Tal vez _serie que no te convence demasiado_ sea un buen sustituto, verdad? 4) Depresión: "¿¡Qué voy a hacer ahora mis noches de martes!? 5) Aceptación: "Por lo menos todavía tengo las primeras temporadas en blu-ray y mis fanfics".
Por Eduardo Terán El poder: Una droga, el objeto de deseo más arraigado y controlador de la naturaleza humana. Shakespeare nos mostró desde hace siglos que la ambición está dentro de todos nosotros, aunque sea en la más mínima expresión. Todos podemos ser los Macbeth y, sin embargo, sólo algunos se dejan atrapar por ese deseo irrefrenable del mando, de la orden. El trono vale más que simple y vulgar oro. El trono, la corona, el cetro, son las varas para guiar uno y miles de destinos de la humanidad. Es la huella por excelencia en la historia. Netflix, apostando por primera vez a una serie exclusiva para una plataforma digital, revivió un clásico de las mini series británicas llamado House of cards (1990), que a su vez tomaba parte de un contexto político real para desarrollar las pulsiones macbethianas de un personaje llamado Francisc Urquarth. Dos décadas después Kevin Spacey y Robin Wright llegan a la pantalla para presentarnos a Francis y Claire Underwood, un matrimonio shakesperiano que vive en Washington. A diferencia de la obra isabelina, House of cards nos presenta a dos personajes mucho más conscientes de su ambición y cuya meta está definida. Su camino, su trazo y su riel están ya puestos y no importa a quien arrollen en el camino.Quizá el elemento más interesante de la serie es que rompe con la cuarta pared desde un inicio, pues hace cómplices a los espectadores y los invita a seguir los pasos de Underwood. El espectador se convierte en un voyerista de sus tácticas de ajedrez para mover piezas políticas y colocarlas a su conveniencia. Por otro lado, la construcción de los personajes se va elaborando a partir de silencios, omisiones, y de la dosificación de la información. Pero a veces, Frank y Claire también juegan con nosotros y nos sorprenden con un movimiento o una revelación que te cala los huesos. Si la primera temporada de este proyecto, impulsado por David Fincher, se centra en darnos a conocer al matrimonio y su calculadora vida. La política como un campo de batalla, en donde las lealtades se obtienen por conveniencia o miedo. Los personajes secundarios agregan un halo de extremo realismo a la serie. Primero la ambiciosa periodista Zoey Barnes (Kate Mara), la frágil y a la vez estrecha relación entre el periodismo y los políticos, el conocimiento y la información como bombas de destrucción masiva y los políticos-carneros, que pueden ser sacrificados en pos, no de un ideal o del dinero, sino de la pura y dura ambición. La segunda temporada nos dejó un buen sabor de boca, pues vimos a Francis obtener lo que quería, aunque para ello haya tenido que perder mucho, lo mismo que Claire. De allí no hay vuelta de hoja. Lo mismo que para la serie.La vara quedó muy alta y, para la tercera temporada, que ya será analizada, se espera un desarrollo tan ferviente y absorbente como las dos primeras, que no son otra cosa que una narrativa clásica aderezada con situaciones que la vuelven sorpresiva y tramposa, pero efectiva. Por lo pronto, somos cómplices de Francis Macbeth, digo Underwood, porque en el fondo, sabemos, nos gustaría ser como él.
Por Carlos Tello de Meneses Vega Lo primero que hace Game of Thrones es advertirte. Cuando las rejas se abren, dándote la bienvenida a esta realidad, Game of Thrones te advierte. El teaser de la serie nos presenta a los hombres de la Guardia de la Noche, una antesala de una de las tramas principales de la serie, y la muralla que protegen. Todo esto, diseñado como una advertencia sobre el universo al que acabamos de entrar. Un rápido, súbito grito de Martin y los escritores para decirnos que nos demos media vuelta. Pero no lo hacemos, porque esa advertencia está diseñada y ejecutada de tal manera, que en lugar de alejarnos, nos atrapa. En 10 minutos sabemos lo que necesitamos sobre este mundo. Frío, salvaje y fantástico. Al ver a un caminante blanco arrojar la cabeza decapitada de su víctima a los pies del único sobreviviente, tenemos una buena idea de aquello en lo que nos metimos. En un programa de televisión como éste, capturarnos en los primeros instantes es esencial. Y Game of Thrones lo hace de forma magistral. En papel, esta serie no debería funcionar. La cantidad de subtramas y personajes, la brutal cantidad de exposición y las excesivas escenas de violencia y sexo podrían hacer parecer a Game of Thrones el trabajo de un perturbado adolescente. Dichas alegaciones han sido hechas. Tanto para la serie como para los libros. Y sin embargo, las subtramas se correlacionan y funcionan, la exposición logra ser cautivante y la violencia es parte primordial de la narrativa. Mucho de este éxito proviene de Martin, prodigioso constructor de mundos, pero la adaptación de Benioff y Weiss es un triunfo en sí misma. En la transición del libro a la pantalla, esa genial construcción de Martin se pudo haber convertido, en manos menos hábiles, en un caótico y confuso experimento. Sin embargo lo que Benioff y Weiss hicieron, como cualquier hábil adaptador, fue tomar el material fuente, analizar el medio para el que trabajarían e hicieron cambios, cortes y ajustes. Cambios que consideraron necesarios para que “A Song of Ice and Fire” se convirtiera en uno de los mejores dramas televisivos al aire. De todas las temporadas, la primera, es la más fiel al libro por varias razones. Tiene lo más parecido a un protagonista central y por ende trama principal. Muchas de las subtramas que inician en el libro pero que no se vuelven centrales hasta volúmenes subsecuentes, son retardadas o sólo referenciadas y varios personajes son reacomodados para potenciar su participación en la historia. No todos los cambios son pinceladas maestras ni populares con los lectores (o a veces con la audiencia) pero para la magnitud de la historia, éstas particularidades fueron manejadas con gran habilidad. Todo para poder presentar en televisión el melodrama de Westeros. Y como cualquier gran melodrama, Game of Thrones no enfrenta a bueno contra malo, ni a víctima contra victimario. El verdadero melodrama enfrenta sistemas de valores. Y cada casa y personaje en Game of Thrones representa algún sistema en específico. "El invierno se acerca", "Fuego y sangre", "Óyeme rugir". Cada casa tiene un dicho que encapsula sus humores, acciones y valores. Los Starks. Los Targaryen. Los Lannister. A la cabeza de los Starks está Eddard “Ned” Stark, quien pasa gran parte de la temporada investigando la muerte de Jon Arryn, mentor y amigo de toda la vida. Eddard Stark es un hombre de honor y justicia que se ve forzado a entrar a un mundo ajeno. El mundo del poder y la política. Lleno de intrigas, mentiras y secretos, la corte en Desembarco del Rey es la antítesis de todo lo que es Ned. Es un lugar donde todas las herramientas que aprendió para moverse en la vida le son inservibles. Eddard y su mejor amigo de la infancia, el Rey Robert (el hombre más limitado para gobernar en Westeros), son demasiado directos para las maniobras políticas en que los Lannisters, y otros en la capital, se desenvuelven con facilidad. En una discusión entre Robert y la reina, el rey define muy bien lo que es el reino: "tración, conspiración, avaricia y obsecuencia". La incapacidad de Ned de maniobrar en esos términos desencadena la serie de eventos que definen a la saga. Muerte, guerra y traición. Al tener a los Lannister en jaque, la propia naturaleza de Ned le impide hacer el movimiento culminante. Su misericorida y honor le cuestan todo. Otra de las grandes familias de la serie, los Targaryen, son definidos por su fuerza y brutalidad. Conquistadores y maestros de dragones venidos a menos tras la guerra de rebelión de Robert. Aunque nos familiarizamos con ellos a través de referencias y conversaciones, los llegamos a conocer gracias a Daenerys, la última heredera de la dinastía, a quien vemos pasar de sumisa y callada a ser la Madre de Dragones. En un principio, servicial, desnuda y usada como moneda, su existencia es casi una no-existencia. Pero en cuanto ella es puesta en una posición de poder, la aparente no-existencia desaparece. Daenerys empieza a tomar posturas y decisiones, a construir un sistema de valores propio. Y al hacerlo nace el conflicto. Con su abusivo y débil hermano. Con el exiliado y deshonrado caballero Jorah y con la hueste bárbara de su nuevo esposo. Ella no sólo se integra a esta cultura, se apropia de ella. Nadie duda, al verla desnuda, cubierta de cenizas y con tres crías de dragón, que ella es la Khaleesi. Mientras Ned se enfrenta al juego de engaños y Daenerys se confronta con la brutalidad de un pueblo bárbaro, Jon Snow, se enfrenta a la naturaleza. Lo que existe tras la gran Muralla de Hielo que protegen los hombres de la Guardia de la Noche es el mundo de lo salvaje en su más pura forma. En lo más profundo de esta cruel tundra se encuentra la amenaza más grande que se cierne sobre Westeros. Una amenaza mística. Los Caminantes Blancos, criaturas nacidas de la noche y el invierno eterno. Una amenaza que la mayoría, incluidos los hombres de la Guardia, consideran un cuento para niños. Jon, el hijo bastardo de Ned Stark, entra en constante conflicto con sus nuevos camaradas: ladrones, violadores y asesinos. Junto a ancianos y traidores, estos hombres son la principal carne que compone las filas de la ancestral Guardia de La Noche. Hueste venida a menos, en decadencia tras milenios de existencia. En el mundo de Game of Thrones, todo aquel que no sea alguien siempre puede ir a la Muralla. A diferencia de otros lugares en Westeros, la Muralla es un lugar donde el trabajo y las capacidades de un hombre son lo que determinan su posición. Las ideas que Jon tiene sobre servir y el liderazgo, entran en conflicto con las realidades de la Muralla. Un mundo menos perfecto del que idealizaba. Sin embargo, la Muralla es también un micro-cosmos de redención. Jon pasa de ser un niño bastardo a convertirse en un miembro de la Guardia de la Noche, dispuesto a morir para proteger el reino que lo dejó sin opciones. A través de Jon descubrimos las virtudes verdaderas de la Muralla y sus protectores. Un lugar donde cada hombre tiene su función y su valor.
Por Carlos Tello de Meneses Vega "Basado en una historia verídica", con esa advertencia empieza la serie Fargo. Y recuerdo que un profesor de guionismo me dijo que cada vez que vea dichas palabras en pantalla me prepare para ver un melodrama. El melodrama, al pertenecer al espectro posible de la ficción (a contrario del probable), es, por su naturaleza, exagerado. Es común que, en historias basadas en un hecho real, se haga dicha advertencia. Es una forma de preparar a la audiencia para una serie de eventos y personajes que les pueden parecer inverosímiles. Y así lo suelen ser. La serie de FX, Fargo, no está basada en hechos reales. La advertencia es un artificio que los Hermanos Coen utilizaron en la película y que, para su adaptación televisiva, Noah Hawley reutiliza con los mismo fines: suspender la incredulidad de la audiencia. Un recurso que le sirve a los guionistas para transitar por los intrincados caminos de la trama. Y Fargo, al abrevar de la comedia negra, sale airoso de ese recorrido. Lester Nygaard (Martin Freeman) es un hombre sometido y humillado por sus clientes, sus ex compañeros de preparatoria y hasta por sus familiares hasta que, una noche, el diablo llega cabalgando a la ciudad. ¿Quién es este demonio? Lorne Malvo (Billy Bob Thornton), un asesino a sueldo, manipulador, que se alimenta de la miseria humana. No obstante, a diferencia de Fausto, Lorne es un demonio, el tentador que le susurra al oído a sus víctimas y los conduce por el camino de la perdición. En el primer capítulo, Lester le vende su alma al diablo: no titubea a la hora de salirse con la suya. Se nos muestra como un psicópata en potencia, dispuesto a todo, pero con la peculiaridad de que el miedo, mezclado con un sentido de supervivencia, es su motor. Su fachada: aparentar ser un hombre de buenos modales. Lorne, en cambio, es un tipo con temple, por eso resulta tan seductor, no sólo para Lester, sino para la audiencia. Lorne vive con sus propias reglas, no le importan las excusas y mucho menos los buenos modales. Cada interacción que tiene con otro ser humano es parecida a ver un lobo acechar un conejo. Sabe afrontar las consecuencias. Ahí estriba la diferencia entre los dos. Lester es un cobarde, incapaz de afrontar las consecuencias. Eso se ejemplifica cuando deja que pasen los días mientras una herida en su mano empieza a oler a podrido. ¿Qué ocultamos detrás de las apariencias? Esa es la pregunta que flota alrededor de la serie Fargo. En el caso de Lester: muerte, cobardía y egoísmo. Molly Solverson (Allison Tolman), la heroína de la serie, es calmada y acertiva, pero tiene un olfato privilegiado para las pistas y no se deja amedrentar fácilmente. Gus Grimly (Colin Hanks), su pareja, confía en los instintos de Molly y, juntos, se vuelven en los personajes cuyas vidas son afectadas por la intervención Lorne. Sin embargo no es, en realidad, una amenaza externa, sino interna. Mientras se desarrolla la trama, con su secuela de muerte y destrucción, Molly, Gus, además de los habitantes de Bemidji, son forzados a cuestionar profundamente sus filosofías personales sobre la amabilidad, la convivencia y la humanidad. ¿Cómo poder creer en la benevolencia humana tras ser testigos de tales actos de crueldad y egoísmo? Molly y Gus son puestos a prueba varias veces a lo largo de la historia. Enfrentan una disyuntiva: dejar que esa oscuridad los consuma o reconciliarse consigo mismos. Molly y Gus reconcilian sus ideas del mundo con la realidad: violenta, caótica, sin sentido aparente. Una tarea nada fácil y que les deja cicatrices, tanto físicas como psicológicas. Descubren que las reglas, y la decencia, y cualquier construcción que hagamos para lidiar con el mundo y las personas son, finalmente, eso: construcciones. Fargo está basado en una historia verídica: la de la miseria humana.
Por Carlos Tello de Meneses Vega El piloto (primer capítulo de una serie) es primordial para un programa detelevisión. Dentro de él hay dos momentos que determinan si establece con el espectador una relación a largo plazo: el teaser, que es una secuencia antes de los créditos de inicio; y el cliffhanger final, que es una situación que queda pendiente. El piloto de Breaking Bad hace uso excepcional de ambos. Unos pantalones vuelan por los aires en cámara lenta, caen sobre un camino de tierra, y una RV les pasa por encima. Un hombre con una máscara antigás maneja a toda velocidad. Sirenas de fondo. Así se inicia Breaking Bad. En segundos, la audiencia queda atrapada. Y lo primero que hace Vince Gilligan, el creador de la serie, es motivar la empatía con el personaje que desciende de la RV. Preocupado y a punto del llanto, Walter White (Bryan Cranston) graba en video una dolorosa despedida para su familia. Al terminar, levanta su arma, apunta hacía el horizonte y se prepara para lo que sea. Esa es la presentación de White, un profesor de química que ha aguantado abusos y humillaciones durante más de 20 años. La primera mitad del piloto muestra la humillación constante a la que es sometido White, quien tiene una vida mediocre y el orgullo herido. Pero, tras ser diagnosticado con cáncer terminal, algo despierta. Se empieza a preocupar por su legado. Y empieza a maquinar un plan. Cuando Walter se reencuentra con Jesse Pickman (Aaron Paul), ve en él al cómplice ideal. Desde el inicio, Walter chantajea a Jesse para que se le una. Walter establece reglas, entre las que destacan, la pureza del producto. Walter podría hacer cristal impuro, rápido y que les ahorraría molestias; no obstante, su orgullo no se lo permite. Su orgullo es un rasgo de carácter, medular en la toma de sus decisiones. En una escena del piloto, Walter le explica a Jesse la razones por la que está entrando al negocio de la metanfetamina. Le dice, con una honestidad que no repetirá hasta el final de la serie, que lo hace porque ahora está despierto. No se vale de la mentira que se dice a sí mismo y que repite hasta el cansancio: “Lo hago por mi familia”. Todavía no necesita ese ardid para justificar los crímenes que cometerá a lo largo de la serie. Vince Gilligan, acompañado de su equipo, construyen brillantemente la espiral moral por la que desciende Walter hasta el punto en que sus arrebatos de violencia y sus actos criminales parecen justificables. La pelea que tiene con los jóvenes que acosan a su hijo, su renuncia a su empleo en el autolavado y el primer asesinato se nos presentan como actos en defensa propia. La audiencia es testigo de su descenso moral, del cambio que se gesta en un hombre aparentemente inofensivo, pero con el orgullo herido. ¿Por qué el público nunca abandonó a Walter, a pesar de cometer actos moralmente cuestionables? Quizá porque, desde los primeros capítulos, Walt y Jesse son figuras tan empáticas e identificables que nos vemos reflejados en ellos. Por un lado, Jesse es un joven en apariencia rudo, pero con una benevolencia que trata de ocultar; por el otro, Walter, es un hombre común, padre de familia, que podría ser nuestro vecino. Walter pasa del look tipo Ned Flanders al sombrero y bombas de fulminato de mercurio en el bolsillo que porta el confiado Heisenberg. Una especia de satisfacción de los deseos no dichos de los televidentes, satisfacción que Gilligan retorcería hasta el máximo mientras la serie avanza. Walt pasa de héroe a anti-héroe a villano dentro de una ficción que pasará a la historia de la televisión. El gran logro de la primera temporada, de tan sólo 7 capítulos, son sus personajes bien construidos y desarrollados, y una trama bien estructurada, calibrada a la perfección, que te deja rogando por más. Después de todo, Breaking Bad, al igual que la Química, es un tratado sobre el cambio. Crecimiento. Decaída. Transformación.
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