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Televisión: reseñas y análisis

  La gloria de las putas

3/12/2017

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Por Graciela Manjarrez
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En su estudio Retrato de una chica porno, Kyle Smith se equivoca, primero, al condenar a The Girlfriend Experience como una obra obscena, “inmunda y fea”, cuyo valor (a pesar de sus niveles de audiencia), es nulo; segundo, al intentar ver a ésta como una escritura de segundo nivel, muy alejada de su antecesora del 2009 con el mismo título y sin ninguna incidencia en el debate de la vida contemporánea. La primera afirmación contribuyó a que la crítica no recibiera, con muy buen ánimo, la sustitución de la ex estrella porno literaria Sasha Grey por Riley Keough. Kyle Smith, como la mayoría de los lectores, no echó de ver la intención subversiva debajo de las apariencias que da la prostitución de lujo.

​En la tradición literaria, The Girlfriend Experience no es una creación aislada, tiene raíces recientes no sólo en la obra homónima de Grey sino en discursos como Belle de Jour, Princesas, Ellas, Chloe, Jeune et Jolie o, incluso, en Ceniputacienta o, mal llamada, Pretty Woman. Y hondas en La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea y novelas picarescas femeninas como La Lozana Andaluza. Obras que tratan a la prostitución como una elección personal, una forma de trabajo, una inversión y, sobretodo, una apropiación y goce del cuerpo femenino, y que, obviamente, las aleja del género lupanario de la prostitución como una forma lamentable de explotación y abuso.

 A vueltas y a viejas con la creación de personajes
The Girlfriend Experience nace como un fiel retrato de la época y de una sociedad contemporánea (fría y distante, consumida y consumista, libertina y licenciosa, que no vacila en despedazar a quien no tenga el valor de adaptarse a ella). Bien se ha insinuado que su protagonista, Christine Read, hermosa y sensual, astuta y calculadora se parece a personajes legendarios como la Celestina (no a la vieja alcahueta, sino a la mujer de años juveniles que gozaba, en carne propia, los deleites del amor). Tanto en La Celestina como en The Girlfriend Experience, la entrega al goce del cuerpo sin amor son uno de los ejes centrales: “Para Celestina, amor y acto sexual son términos intercambiable. Se trata de un sencillo y gozoso acto físico que corresponde a una necesidad vital […] el amor carnal es una experiencia regocijada y lúdica. Es una fuerza arraigada en la misma naturaleza del hombre y de la mujer que en la que es inútil intentar resistir"[1]. Con seis siglos de mediación, Celestina y Christine representan en sí una glorificación del amor lascivo y una invitación al carpe diem de las decisiones personales.

Así, Riley Keough intenta retratar y reproducir fielmente la naturaleza de la época. La estructura de The Girlfriend Experience tiene reminiscencias, entre muchos otros aspectos, en el diálogo que caracteriza a La Celestina. Mas si en la obra de Fernando de Rojas abunda el habla cotidiana de los personajes, el intercambio de sus aforismos, su ingenio y agudeza, su humor, sus deseos y, especialmente, sus penas[2]; en The Girlfriend Experience es justamente lo contrario. Los personajes evitan involucrarse más allá del cuerpo o del contacto monetario. La protagonista Christine o Chelsea se lee incómoda cuando debe escuchar las cuitas de su clientela masculina previo al intercambio sexual. Miente en monosílabos y con destreza cuando de cuestiones personales se trata. Evade el contacto con familiares y amigos. Resulta significativo que a la pregunta de que qué es lo que más le gusta hacer, ella conteste: “Estar sola” (la única respuesta honesta que le escucharemos).

“En la tradición literaria, The Girlfriend Experience no es una creación aislada, tiene raíces recientes no sólo en la obra homónima de Grey sino en discursos como Belle de Jour, Princesas, Ellas, Chloe, Jeune et Jolie o, incluso, en Ceniputacienta o, mal llamada, Pretty Woman.”


Este diálogo escueto se enmarca en descripciones pulcras, simétricas, sobrias, frías y contenidas (incluso las escenas de sexo explícito son un acto mecánico, disfrutable, pero mecánico) que dan cuenta de una sociedad apagada emocionalmente. Las únicas emociones que se desbordan son el pánico y la rabia ante el desprestigio social, pero hasta eso es momentáneo. El nihilismo en pleno: pues si en La Celestina el destino que les aguarda a los amantes es la muerte y la destrucción por no poder soportar el peso exacerbado de las emociones, en The Girlfriend Experience es el aislamiento, la incomprensión, la soledad.

Christine Read es, pues, una joven bella, muy bella, certera, fría y calculadora. E inteligente, especialmente, inteligente. Es este intelecto el que le permite obtener una pasantía en uno de los bufetes más competidos de la ciudad; es el que hace que cuestione a su Madame del por qué debe de trabajar con ella y pagarle el 30 por ciento de sus ganancias y no irse por la libre; es el que provoca que uno de sus amantes se vuelva loco por ella y la acose hasta la perdición; es el que conteste a su familia, tajante y sin remordimientos, que es prostituta porque le gusta coger; es el que le ayuda a descubrir un fraude multimillonario y, en consecuencia, la bancarrota de su soberbio jefe; es el que hace que se regrese con más fuerza a su profesión (prostituta de lujo) una vez que se descubra su doble vida.

“… es, precisamente, esta clase de mujer: educada, inteligente, astuta, consciente, guapa, segura de sí misma,  sin un origen lumpen y en control de sus emociones, la que le da un giro de tuerca al tema de la prostitución. Pues no es por una necesidad económica, o un destino social, o por el amor a un hombre que Christine o Chelsea decide vender su cuerpo. Es por decisión propia. Esta chica disfruta del sexo y descubre que le pueden pagar muy bien por ello.”


Este intelecto hace que el personaje sea consciente de la época en la que vive, gasta mucho dinero en su cuerpo y su apariencia, pues es una inversión bastante redituable a mediano y largo plazo (el capitalismo feroz en pleno). Si en la obra protagonizada por Sasha Grey veíamos a esta acompañante, novia, preocupada por la recesión en los mercados mundiales, la falta de efectivo circulante, la disminución de la demanda ante la oferta; ahora en la de Riley Keough vemos a una chica ocupada por su educación, curiosa por el negocio de las patentes (asunto de abogados), hábil para encajar en diferentes ámbitos o en cualquier conversación y con unas habilidades excepcionales para detectar los puntos débiles de una transacción.

Y es, precisamente, esta clase de mujer: educada, inteligente, astuta, consciente, guapa, segura de sí misma,  sin un origen lumpen y en control de sus emociones, la que le da un giro de tuerca al tema de la prostitución. Pues no es por una necesidad económica, o un destino social, o por el amor a un hombre que Christine o Chelsea decide vender su cuerpo. Es por decisión propia. Esta chica disfruta del sexo y descubre que le pueden pagar muy bien por ello. No resulta gratuito que The Girlfriend Experience abra con una conversación en un bar, donde Christine le expresa, sin tapujos, a un universitario que quiere coger con él porque le es agradable a la vista.

Sobre esta cuestión (el estigma de gozar el cuerpo y obtener dinero a cambio de ello) Monserrat Neira escribe:“Este miedo hace que muchas mujeres no se atrevan a decir que prostituirse no es tan malo, ni peor que otro trabajo. Así es, el estigma hace que la mayoría de mujeres que nos prostituimos adoptemos el ser ‘cínicas’ para protegernos (nos ‘confundimos’ con el paisaje moral de la sociedad para no ser etiquetadas negativamente), con las consecuencias perversas de que no se conozca realmente todo lo que pasa en las relaciones con los clientes y que no se conozca a aquellas mujeres y hombres que han salido adelante y, además, su vida es mejor después de haber ejercido la prostitución que antes de hacerlo”[3]
 
De ahí que The Girlfriend Experience sea una aguda reflexión, entre otras cosas, sobre la condición de ser mujer en un mundo dominado por el poder adquisitivo de los hombres (en donde el que paga, curiosamente, no es el que tiene el control de la transacción); sobre el miedo y el goce que produce el cuerpo propio; sobre la doble moral o la convicción de ser honesto con uno mismo. Pues si algo tiene Christine es ser cabal consigo misma. Una de las escenas más conmovedoras es cuando ella le pregunta, en tono inocente, a su hermana si acaso será una sociópata.

La osadía con que Christine desempeña la prostitución no pueden dejar de despertar cierta admiración en el lector. Ella ha sido castigada públicamente de modo vergonzoso (un video explícito que ha salido de su propia cuenta de correo), pero tal castigo no parece haber tenido el menor efecto correctivo en ella. Una ausencia total de vergüenza es rasgo fundamental de este personaje: Christine no se siente marginada, ni tampoco se apena de la profesión que ejerce. No es una pobrecita a la que hay que rescatar. Es una mujer que ha decidido llevar hasta sus últimas consecuencias sus decisiones.

 Quizá el mismo destino literario de Celestina le aguarde a Chelsea o Christine: una mujer cuya personalidad no sólo rompe con todas las normas sociales de la época, sino que a cada momento amenaza con escapar del control de su propio creador. Sólo el tiempo lo dirá.

​
[1]La recepción primigenia de la novela asociaba a ésta con el estilo clásico de la comedia (teatro) romano. Rojas, Fernando de. (1991). La Celestina o Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea. Ed. de Peter O. Russel. Madrid: Castalia.

[2] Rusell, Peter O. (1991). Introducción. En  Fernando de Rojas. (1991). La Celestina o Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea. Ed. de Peter O. Russel. Madrid: Castalia. P. 65

[3] Neira, Monserrat. (2014). Otras realidades de la prostitución. Lo que no se dice. Revista de sociología, pp. 215-243.




Graciela Manjarrez (Ciudad de México)
Se graduó de la licenciatura en Letras hispánicas. Es docente en un bonito colegio privado, donde se dedica a formar lectores. Actualmente, escribe su largometraje de ficción para el diplomado de guión del Centro de Capacitación Cinematográfica.
@gmanjar
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