Por Gustavo Ambrosio Mientras la Segunda Guerra Mundial estaba en su máximo apogeo, en la neutral Suecia, un joven de 26 años llamado Ingmar Bergman iniciaba su carrera en el cine como script y guionista de la mano de los grandes directores de su país, como Alf Sjörberg y Victor Sjöström. En 1945, coincidiendo con el final de la tragedia bélica, Bergman debuta como director con Crisis, su primer paso formal hacia un lenguaje artístico en constante evolución: el mundo de las imágenes. Si bien fue hasta 1948 cuando se nombre resonó en festivales gracias a Música en la oscuridad, fue Un verano con Mónica (1953) la película que lo consolidó como un cineasta que dominaría durante las décadas siguientes el panorama cinematográfico de su país. A cien años de su nacimiento, su nombre es inherente al teatro, la ópera, la fotografía, la narrativa, la televisión y hasta la publicidad. Su posición como uno de los máximos exploradores del alma humana occidental lo convierte, sin duda, en uno de los pocos directores infalibles en su ejecución de fondo y forma. Su huella es indiscutible en algunos sectores del quehacer cultural mexicano y estas son algunas de las voces que, de una forma u otra, han estado en contacto con el máximo creador de imágenes. Lo que les preguntamos:
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Por Gustavo Ambrosio A 100 años de su nacimiento, la importancia que tiene como cineasta es incontestable, pero su vigencia e influencia en el arte debe valorarse más allá de la pantalla. Su ruptura de los “formatos” establecidos a ciertas labores creativas y su disolución de las aparentes fronteras entre la literatura y el cine lo colocan como una de las figuras del arte más contemporáneas y pertinentes, sobre todo en relación al fin último de la creación. Cuando Ingmar Bergman nació el 14 de julio de 1918 tuvo que ser bautizado de emergencia puesto que una gripe que padecía su madre lo puso en riesgo. Esta complicación se sumaba a la fractura emocional entre sus padres, un odio que el mismo Bergman aseguró sentir desde el vientre. Con todo ello, sobrevivió; inició una partida de ajedrez contra la muerte que terminaría hasta el 30 de julio de 2007. Su adversaria en el tablero de la vida, un Dios silente, las relaciones filiales o de pareja y el derrumbe emocional, fueron los motivos que impregnaron sus más de 60 películas, desde su obra maestra Fanny y Alexander (1982), hasta Persona (1966) su filme más experimental. Aunque son Las mejores intenciones (Billie August, 1992), adaptación de la novela donde narra la azarosa vida de sus padres antes de que él naciera, y Juegos de verano (1951), que versa sobre la pérdida cruel de su primer amor, nos exponen de forma más transparente el origen del interés por esos temas. Debido a estas heridas tan profundas utilizó lo que tenía a su alcance para tener al menos un respiro existencial, la creación. Por José Luis Ayala Ramírez El cine de Ingmar Bergman es uno de los más exquisitos y complejos que existen. Sus películas, aunque muy diversas en cuanto al argumento, al tono y el dibujo de los personajes, tienen temas en común que obsesionaron durante toda su vida al aclamado director. A lo largo de sus más de 60 películas, podemos encontrar referencias, ideas, símbolos que nos remiten a que detrás de la cámara está un hombre atormentado por la vida, angustiado por estar en un mundo del que desconoce su procedencia, con un constante miedo a lo desconocido en este universo plano, vacío y superficial. |